18 de septiembre de 2019

El Gran Salto adelante: un poema de Jorge Zalamea

El poeta colombiano Jorge Zalamea visitó China en los años de El Gran salto adelante,  y pudo presenciar ante sus ojos asombrados aquella gigantesca movilización de todo un pueblo. Porque ese Gran Salto, idea lanzada por Mao a finales de 1958 tras la aprobación del Segundo Plan Quinquenal, que pretende reorganizar la sociedad china en 5 años, no era, tal y como lo consideran las mentes limitadas occidentales o los defensores del camino capitalista chino, muchos de ellos desde el principio dentro de las filas del Partido Comunista Chino, una aventura económica, sino un intento de revolucionar la sociedad china en todos los campos, desde la construcción de miles de pequeñas acerías por todo el país, hasta la lucha común contra las plagas o las epidemias agrícolas.
Imagini pentru el gran salto adelante
Se trataba de llevar a la práctica esa idea imprescindible de toda revolución real y con pretensiones de eficacia de que para cambiar hay que transformarlo todo, no basta con las reformas superficiales. Así lo demostraron los campesinos chinos, aquellos que eran considerados antes como anclados en el pasado, conservadores, rutinarios, opuestos al cambio, y que en 20 años cambiaron China y se enfrentaron a esas tres montañas que los habían oprimido durante siglos: el feudalismo, el imperialismo y el capitalismo burocrático. 

Se piensa generalmente, así se planteó en Occidente, que el Gran Salto era sólo una política de amplio y acelerado desarrollo económico. Pero afectaba a todo, y se trataba, como en cualquier verdadera revolución, de un cambio esencialmente político, ideológico. Fue, ni mas ni menos, que una antesala de la futura Revolución Cultural.

Por ejemplo, para romper la dualidad campo-ciudad y, por otra parte, industrializar el país, después de que la poca industria prerrevolucionaria fuera prácticamente destruida por el imperialismo antes del triunfo de la Revolución, la consigna del Gran Salto Adelante para, por ejemplo, la producción del acero fue la de construir por todo el país pequeños hornos siderúrgicos Bessemeres (así llamados por su inventor, Henry Bessemer): en los campos, en los barrios, en los suburbios de las ciudades; un millón de pequeños hornos que produzca cada uno una tonelada de acero. Una idea y un esfuerzo desmedido, glorioso, pues en los campos entonces nadie sabía nada de acero ni de hierro, pues los instrumentos de labranza eran todavía en ese momento de madera y piedra, las ruedas de los carros eran todavía de madera, y una lámpara de petróleo metálica era un fenómeno de otro mundo. 
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Foto de Henry Cartier Bresson

Esos campesinos, en esas regiones, debían construir hornos Bessemeres para producir acero, hornos que ardían día y noche para fabricar el acero. Pero que implicaban no solamente a los trabajadores del acero, sino a toda la población, que trabajaba acarreando el combustible, buscando la materia prima en las chatarras, muchas de las cuales venían todavía de los restos de la guerra, para fundirlas en esos hornos que eran alimentados permanentemente.

China era un espectáculo revolucionario permanente, en el cual participaban cientos de miles y miles de personas por las carreteras, por los caminos, por los ríos, acarreando el combustible para esos hornos en toda clase de vehículos, en sus espaldas, en canastos y en todo lo que podían. No solamente para el millón de esos pequeños hornos, sino también para aquellos otros grandes hornos de las siderurgias que también se construían. Llevando la chatarra para fundirla, alimentando a esa inmensa población de trabajadores del acero. Y los chinos produjeron la cantidad de toneladas de acero que se habían fijado en un titánico esfuerzo común de todo un pueblo, empujados por la llama del comunismo.

Para inmortalizarla y presentarlas ante los suyos, el poeta Jorge Zalamea escribió un extenso poema, “El Viento del Este da nuevas del Gran Salto”, del cual los versos siguientes son sólo un fragmento:

"Seiscientos cincuenta millones de seres en unánime salto.
Todos a una:
la mano en la mano,
unidos los hombros,
el corazón en los labios
y en los labios el canto.
Manos de niños recogen la chatarra;
manos de pioneros la acarrean:
es la dichosa iniciación del salto.
Manos de hombres y mujeres acarrean
todo lo que las nuevas comunas populares piden;
acarrean todo lo que requieren los talleres
que se multiplican por doquiera
como mízcalos en los pinares y bajo las lluvias del estío tardío;
acarrean los materiales para construir el millón de
pequeños hornos siderúrgicos que hacen ya de la tierra china,
en la noche, un invertido cielo corruscante de rojas constelaciones:
es la poderosa voluntad del salto.
Manos de hombres y mujeres acarrean
todo lo que otras manos esperan;
acarrean a lo largo de las avenidas urbanas,
acarrean por las grandes carreteras,
acarrean por los caminos vecinales,
acarrean por las playas y a través de los bosques,
acarrean por las laderas de los ríos y las sendas de la montaña,
acarrean en cestos,
acarrean en cueros,
acarrean en sacos,
acarrean en latas
acarrean sobre un rodillo,
acarrean sobre una rueda,
sobre dos ruedas,
sobre tres ruedas,
acarrean a dos manos y a racimos de manos,
acarrean a la mañana,
al mediodía,
al poniente

y en la alta noche,
acarrean con gravedad y con alegría,
acarrean con altos gritos viriles
y breves risas femeninas,
acarrean todo lo necesario para la construcción
de la gran casa china en que todos quepan.
¡Oh!, movimiento perpetuo, incesante creación,
carrera,
danza
y juego;
circulación de una sangre nueva,
más rica,
más pujante,
más pura;
ordenado torbellino,
medida marejada,
¡Larga Marcha!,
¡¡Gran Salto Adelante!!
Y hay voces que dicen:
porque la mano sabe para qué trabaja,
porque la mano sabe para quién trabaja,
la mano en su trabajo da mil por uno".


Framento y datos extraídos de "La china de Mao", Conferencia de Luis Guillermo Vasco Uribe en 1999.

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