24 de mayo de 2016

Cómo ayuda la Unión Soviética a España, Harry Gannes (Tercera Parte)

Harry Gannes (1900 – 1941), fue un periodista norteamericano editor del diario Daily Worker en los años 30. Fue uno de los fundadores de la Liga de Jóvenes Comunistas, de la que sería también Secretario General. Visitó  China durante algunos años en tiempo de la revolución, relato que contaría en su libro When China Unites An Interpretive History Of The Chinese Revolution, en 1937; igualmente dedicaría gran parte de su trabajo a denunciar el movimiento de No Intervención creado por las potencias capitalistas, Inglaterra y Francia, para beneficio de los rebeldes fascistas y sus sostendedores y amos, Alemania e Italia, y que dejó a la España Republicana aislada internacionalmente, con el único apoyo efectivo de la Unión Soviética.

En este último contexto escribiría en 1936 por encargo de la Internacional Comunista el libro que Cuestionatelotodo está traduciendo a nuestra lengua. en vista de que hasta ahora nunca había sido publicado en español: How the Soviet Union Helps to SpainCómo ayuda la Unión Soviética a España.

La primera y la segunda parte se pueden consultar pulsando sobre los correspondientes vínculos. A continuación, publicamos la Tercera entrega.

*******

CÓMO AYUDA LA UNIÓN SOVIÉTICA A ESPAÑA (III)

Los trabajadores del mundo se mueven

La acción de la Unión Soviética electrizó al movimiento obrero y antifascista internacional.

Aunque con la ayuda de Lord Plymouth las potencias fascistas criticaron acerbamente las
revelaciones soviéticas sobre su criminal ayuda a los rebeldes españoles, la nota de la URSS marcó un punto de inflexión en la política del Partido Laborista Británico, la Internacional Obrera y Socialista y la Federación Internacional de Sindicatos.

La primera reacción a la nota soviética fue la decisión del Congreso del Partido Socialista de Bélgica de exigir el final de la política de neutralidad y reconocer el derecho del gobierno español a adquirir armas.

La nota también afectó profundamente al movimiento laborista británico y ha generalizado el sentir de que los trabajadores deben poner en marcha una campaña para forzar al gobierno de la nación a apoyar a la URSS.

Pero nada pudo hacer cambiar al Primer Ministro francés Léon Blum. Temeroso de que la actuación de la URSS pudiera trastocar sus minuciosos planes, el gobierno británico se apresuró a enviar a París a Sir Anthony Eden, ministro de Asuntos Exteriores, para atar en corto a Blum y asegurarse de que no sacase los pies del tiesto. Herbert L. Matthews, en un cablegrama remitido desde París al New York Times, publicado el 8 de octubre, cuenta la historia:

“A pesar de la amenaza rusa de abandonar el comité de Londres, Francia no vacilará en su política de no intervención en España, según le hizo saber hoy mismo Léon Blum a Anthony Eden, Secretario de Estado británico de Asuntos Exteriores, en una larga conversación”.

Blum no sólo reiteró su compromiso con la impostura de la no intervención, sino que, según parece, prometió vencer la creciente resistencia a sus planteamientos en las filas del movimiento obrero mundial.

Mr. Matthews seguía informando:

“Se sabe que el Quai d’Orsay [ministerio de Asuntos Exteriores francés] ha mantenido contactos con Maxim Litvinov, comisario soviético de Asuntos Exteriores, aconsejando moderación… En dos ocasiones anteriores infligió [Blum] sendas derrotas a los comunistas cuando se enfrentaron por la cuestión española y no hay razón para creer que no pueda volver a hacerlo si le causan problemas.”

Lord Plymouth, el presidente británico del Comité de No Intervención, que actuaba como abogado de parte de los miembros fascistas de dicho comité, convocó una reunión de los delegados el 9 de octubre.

Los representantes de la Italia y la Alemania fascistas pronunciaron discursos extremadamente provocativos. A las acusaciones de la Unión Soviética, confirmadas con pruebas que obraban en poder del gobierno británico y hechas públicas además por testigos y periodistas ingleses, los fascistas respondieron con contraargumentos sin base alguna.

Quedó patente que la actitud de Portugal al abandonar la sesión y las tácticas alborotadoras y vocingleras de los portavoces alemán e italiano no eran sino maniobras obstruccionistas para confundir a la opinión pública e impedir que el Comité de No Intervención diera siquiera la impresión de ejercer sus funciones.

El 12 de noviembre, la Unión Soviética, en una nota muy breve, exigió que se actuara, lo cual irritó en especial a los británicos. Maisky, el embajador soviético, transmitió a Lord Plymouth las siguientes exigencias terminantes:

“En relación con la cuestión propuesta en mi nota que se le entregó el 7 de octubre y que fue objeto de discusión en la última reunión del comité, tengo el honor, en nombre de mi gobierno, de presentar a la urgente consideración del comité los siguientes dos puntos:

La vía principal de suministro de armas a los rebeldes pasa por Portugal y por los puertos portugueses. Las medidas mínimas necesarias y más urgentes para poner fin a estos suministros de armas y a las violaciones del acuerdo de no-intervención deberían consistir en un plan inmediato de control de los puertos portugueses.

Exigimos que el comité establezca tal control.

Proponemos que sea la flota británica o la francesa, o ambas conjuntamente, las que efectúen dicho control.

Sin estas medidas, el acuerdo de no-intervención no sólo incumple sus objetivos, sino que, al amparar a los rebeldes, opera en detrimento del gobierno legal español.

Tengo el honor de solicitarle que las propuestas más arriba formuladas se traten en la próxima reunión del comité, que le pido convoque sin demora.”

Fue demasiado no sólo para el aristócrata Lord Plymouth, sino también para el órgano oficial del Partido Laborista Británico, el London Daily Herald.

El Herald, que había aplaudido tímidamente la gestión inicial de la Unión Soviética desveladora de la ayuda fascista a los rebeldes españoles, quedó desconcertado cuando la URSS consiguió a toda prisa que la ridícula sesión del comité se convirtiera en una enérgica exigencia de dar paso a la acción. El Herald tachó la propuesta de Maisky de controlar las vías portuguesas de suministro de armas a los fascistas españoles de “torpe” y “maliciosa”.

En lugar de reconocer que la Unión Soviética podría actuar con mayor eficacia en su ferviente lucha contra el embeleco de la no intervención sólo si contaba con el respaldo de las masas conscientes del mundo, el órgano de la dirección del Partido Laborista Británico pretendió arrojar un jarro de agua fría sobre el entusiasmo que, en esos momentos, cundía entre los trabajadores ingleses.

Con el apoyo de las más amplias masas, las gestiones diplomáticas efectuadas por la Unión Soviética en Londres se podrían convertir en las armas que necesita el pueblo español.

A pesar de lo mucho que se mofó el Daily Herald cuando la Unión Soviética adoptó sus primeras medidas contra los planes de la no intervención, los dirigentes del Partido Laborista Británico estaban abocados a cambiar muy pronto toda su política como consecuencia del ataque del gobierno soviético contra los escandalosos resultados del acuerdo de no intervención.

Lord Plymouth estaba aún más enojado. En su respuesta, afirmaba con obvia irritación:

“Puesto que la contestación del gobierno portugués aún no se ha recibido [la nota original soviética de 7 de octubre se “refería” a los infractores fascistas del Pacto de No Intervención], y puesto que, además, su nota de 12 de octubre no contiene pruebas adicionales de ningún tipo que demuestren que el pacto esté siendo de hecho vulnerado, no creo apropiado convocar una nueva reunión del comité para tratar esta cuestión.”


Llamamiento a la unidad de los comunistas

Gracias a la actuación de la Unión Soviética y a la indisimulada permisividad del gobierno británico con la vulneración del frágil acuerdo de neutralidad, los trabajadores empezaron a notar que la falsía de la no intervención les estaba llevando a la guerra, al amparar las provocaciones fascistas y la agresión contra España.

La posición del Partido Laborista Británico con respecto a la no intervención era ya insostenible.

Cuando Maurice Thorez propuso al secretario de la Internacional Obrera y Socialista, Friedrich Adler, la formación de un frente unido de las Internacionales Socialista y Comunista para derribar las barreras que impedían la adquisición de armas al gobierno legal de España, Adler le pasó la pelota a Louis de Brouckère, presidente de la Internacional Obrera y Socialista. De Brouckère, que había estado en España durante los primeros días de la guerra civil, había hecho un llamamiento apasionado a los trabajadores de todo el mundo advirtiendo de que defender la democracia española equivalía a defender la paz mundial.  

Pero cuando se trató de actuar al unísono, de apoyar las medidas adoptadas por la Unión Soviética para destruir los instrumentos diplomáticos que favorecían a los rebeldes españoles, los dirigentes de la Internacional Socialista se convirtieron en maestros de la dilación.

Cuando los asesinos trotskistas fueron ejecutados en la Unión Soviética por sus probados intentos de matar a José Stalin y a otros dirigentes soviéticos, así como por haber acabado con la vida de Sergei Kirov en diciembre de 1934, esos mismos caballeros, Friedrich Adler y Louis de Brouckère, secundados por Walter Citrine, del Congreso de Sindicatos Británicos, se dieron mucha prisa en calumniar a la Unión Soviética. Sin embargo, cuando se trató de responder a un llamamiento a la acción a favor de España, donde se derramaba copiosamente la sangre de comunistas, socialistas, sindicalistas y republicanos de izquierda en defensa de la democracia española y la paz mundial contra los enemigos fascistas de la clase trabajadora de todo el mundo, a los portavoces de la Internacional Socialista se les olvidó su antigua premura.

No obstante, el 14 de octubre se celebró finalmente una conferencia en París a la que asistieron Marcel Cachin y Maurice Thorez, en nombre de la Internacional Comunista, y Friedrich Adler y Louis de Brouckère, en representación de la Internacional Obrera y Socialista.

En su exposición de la crítica situación a que se enfrentaba España y de la actuación de la Unión Soviética, los portavoces de la Internacional Comunista hicieron las siguientes propuestas:

1.- Actuación conjunta de la Internacional Comunista, la Internacional Socialista y la Federación Internacional de Sindicatos para suscitar en todos los países una poderosa corriente de opinión favorable a todo tipo de ayuda al gobierno legítimo de Madrid.

2.- Actuación conjunta sobre los gobiernos democráticos para que se levante el embargo y el bloqueo de que son víctimas los defensores de la República española.

3.- Actuación conjunta de las organizaciones internacionales obreras para impedir la producción y el transporte de armas y municiones a los agresores e instigadores de la guerra civil en España.

4.- Actuación conjunta para enviar comida, ropa y medicamentos a los combatientes republicanos españoles.

5.- Actuación conjunta en ayuda de las mujeres y los hijos de los milicianos en el frente y de las víctimas de la guerra civil.

Dichas propuestas de acción conjunta fueron rechazadas. Por entonces aún, el Partido Laborista Británico y el Primer Ministro socialista francés, Léon Blum, insistían todavía en aferrarse al acuerdo de no intervención.

En una declaración pública, Marcel Cachin y Maurice Thorez lamentaron profundamente la actuación de la Internacional Socialista con las siguientes palabras:

“Los trabajadores socialistas y comunistas y todos los demócratas considerarán, como nosotros, que este nuevo rechazo, en las trágicas circunstancias actuales, es sumamente perjudicial para la República española y el movimiento obrero internacional.”[1]

El Partido Comunista de Francia intentó por todos los medios que Blum se desvinculara de su incondicional adhesión a la farsa de la no intervención. El 9 de octubre, Florimond Bonte, miembro del Partido Socialista francés y secretario de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Diputados, comunicó por escrito a Yvon Delbos, ministro de Asuntos Exteriores, su acuerdo con la fracción parlamentaria comunista en que la política de no intervención debía cambiarse.

En respuesta, Delbos reforzó la cooperación con Inglaterra. Blum se negó a ceder un ápice.


“¡Bloquear Portugal!”

El 23 de octubre, el gobierno soviético declaró categóricamente que no se consideraba ligado al
acuerdo de no intervención. Si el pacto no podía imponer de inmediato el fin de todos los envíos de armas a los rebeldes españoles, la Unión Soviética advertía de que no se consideraría obligada a cumplir ninguna de las disposiciones del plan de no intervención.

En una nota entregada al comité de Londres por el Embajador Ivan Maisky, el gobierno soviético declaraba:

“Al aceptar el acuerdo de no intromisión, el gobierno de la Unión Soviética esperaba que todas las partes lo respetaran y que, en consecuencia, la duración de la guerra civil en España, así como el número de víctimas, se redujeran.

Sin embargo, se ha podido constatar que algunas de las partes del acuerdo lo vulneran de manera sistemática, suministrando armas a los insurgentes con total impunidad.

Uno de las partes del acuerdo, Portugal, se ha convertido en base principal de suministro de los rebeldes, mientras el gobierno legal de España sufre el boicot y se ve privado de la posibilidad de adquirir armas allende sus fronteras para defender a la población.

Así, a consecuencia de las violaciones, los rebeldes gozan de una situación privilegiada. Como resultado de esta situación anormal, la guerra civil en España se ha prolongado y el número de víctimas ha aumentado.

El intento de la URSS de poner punto final a estas violaciones no fue apoyado en el comité [de no intervención].

La última propuesta que realizó la URSS defendía el control de los puertos portugueses, que son la principal base de suministro de los rebeldes, pero ni siquiera ha sido incluida en el orden del día de la sesión de hoy.

La URSS, que no desea contribuir involuntariamente a esta situación injusta, sólo contempla una solución:

Devolver al gobierno de España el derecho y la posibilidad de adquirir armas en el extranjero, derecho y posibilidad de que gozan todos los gobiernos del mundo, y que a las partes del acuerdo se les conceda el derecho de vender y entregar armas a España, según decidan.

El gobierno soviético no puede seguir asumiendo responsabilidad alguna por la presente situación, que es manifiestamente injusta para el gobierno legal de España y su población, y, por la presente, se ve obligado a señalar que, conforme a su declaración de 7 de octubre, no se puede considerar vinculado por el pacto de no agresión en mayor medida que el resto de las partes de dicho acuerdo.”

El 26 de octubre, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista de España hizo un llamamiento urgente a la Internacional Obrera y Socialista instándola a seguir el ejemplo de la Unión Soviética y a luchar contra la farsa de la no intervención como medio más rápido para asegurar armas al legítimo gobierno español.

El gobierno tory, intuyendo el súbito cambio de postura que, sobre la no intervención, produciría entre los dirigentes del movimiento obrero la actuación de la Unión Soviética, así como la gran oleada de apoyo que suscitaría entre todos los antifascistas, tomó medidas para intentar desacreditar a la URSS.

En primer lugar, el 24 de octubre el gobierno británico acusó a la Unión Soviética de violar el Pacto de No Intervención enviando armas al gobierno legal de España. Para dar una apariencia de total “imparcialidad”, imputó a la Unión Soviética “tres violaciones” y a Italia “una violación”.

En segundo lugar, el 28 de octubre, bajo la dirección de Lord Plymouth, el Comité de No Intervención absolvió por completo a las potencias fascistas de la acusación soviética y de las pruebas publicadas. La actuación de Londres fue demasiado hasta para el corresponsal del periódico republicano New York Herald Tribune, quien, el 28 de octubre, cablegrafió lo siguiente a su diario:

“A Italia y Portugal se les aplicó una densa capa maquillaje, exculpándoles a ambos de la acusación de estar suministrando armas y municiones a los rebeldes españoles.”

Fue la gota que colmó el vaso para el movimiento laborista británico y la Internacional Socialista.


Cambios importantes

Maurice Thorez, portada de Times, 1946
El día en que se encubrió de manera criminal la ayuda fascista a los rebeldes españoles, víspera de la sesión inaugural del parlamento, se reunieron los dirigentes del Congreso de Sindicatos Británicos y del Partido Laborista, quienes votaron a favor de revocar enteramente la decisión adoptada en el Congreso de Edimburgo que había tenido lugar apenas tres semanas antes, cuando la Unión Soviética empezó a desmontar la farsa de la no intervención.

La resolución laborista, inspirada en la animosa y vehemente animadversión que contra la ayuda fascista a los rebeldes españoles había despertado la actuación de la Unión Soviética, declaraba:

“En vista de que el Pacto de No Intervención se ha demostrado en la práctica ineficaz, esta conferencia conjunta exhorta al gobierno británico, que viene actuando de consuno con el gobierno francés, a tomar de inmediato la iniciativa de promover un acuerdo internacional que restituya por completo a la España democrática sus plenos derechos comerciales, incluida la adquisición de material bélico, permitiendo al pueblo español, de ese modo, culminar con la victoria su heroica lucha por la libertad y la democracia.”

Obsérvense la semejanza en la fraseología de las notas soviéticas y de la resolución del Partido Laborista Británico y de los Sindicatos. Sin embargo, esta última se hizo pública tres semanas después de que la URSS actuara, tres semanas cruciales para la democracia española, tres semanas perdidas

En los días más críticos del asalto fascista a Madrid, cuando las masas españolas más necesitaban la ayuda internacional, la Internacional Socialista no actuó. Siguió aferrada al acuerdo de no intervención hasta que la Unión Soviética entró acción.

Fue sólo después de que la URSS emprendiera su encarnizado combate contra la violación fascista del acuerdo de no intervención, después de que la Unión Soviética exigiera el bloqueo de Portugal por parte de Gran Bretaña y de Francia, y después de que hubiera de hacer frente al ataque combinado de todos los reaccionarios del mundo, cuando, por fin, se dignó a actuar la Segunda Internacional. 

La respuesta del Partido Laborista Británico y de la Internacional Socialista, y, más tarde, del Consejo Nacional del Partido Socialista francés, en adopción de medidas para cambiar la política de no intervención, en la que con tanta obstinación se habían encastillado antes, llegó sólo después de que la Unión Soviética iniciara su asalto al escándalo de la no intervención.

Sin embargo, al tiempo que se aprobaba esta resolución de suma importancia, la conferencia conjunta rechazó la propuesta presentada de forma independiente por los laboristas británicos para impedir el envío de armas a los fascistas españoles. 

A su vez, Sir Walter Citrine, en representación del Consejo de Sindicatos Británicos y del Partido Laborista, instó a la Internacional Obrera y Socialista a adoptar una decisión similar.

Fue sólo entonces, tras la intervención de la Unión Soviética, cuando, en una reunión conjunta de los órganos ejecutivos de la Internacional Obrera y Socialista y de la Federación Internacional de Sindicatos, se aprobó una resolución en la que se exigía a Gran Bretaña y Francia que tomaran la iniciativa de restituir a España su derecho legal de comprar armas.

Así, a rebufo de la actuación de la Unión Soviética en el Comité de No Intervención, la Internacional Socialista adoptó, con fecha de 26 de octubre, la siguiente importante resolución:

Los respectivos burós de la Federación Internacional de Sindicados (FIS) y de la Internacional Obrera y Socialista (IOS) confirman en su reunión conjunta sus anteriores declaraciones, según las cuales el gobierno legítimo y legal de España debe poder recibir los medios necesarios para defenderse, con arreglo a las normas generales del derecho internacional.


En vista de que el llamado Pacto de No Intervención no ha dado los resultados deseados a nivel internacional, debido a la decisión de las potencias fascistas de ayudar a los rebeldes y a la imposibilidad de ejercer un control real y efectivo, los comités de la FIS y de la IOS declaran que el deber de las clases obreras de todos los países, política y económicamente organizadas, es conseguir, por medio de su acción simultánea sobre la opinión pública y sus respectivos gobiernos, que un acuerdo internacional, concertado a iniciativa de los gobiernos de Francia e Inglaterra, restituya su plena libertad de comercio a la España republicana, cuya defensa debe figurar en primer término entre el conjunto de tareas del proletariado mundial; y hacen un llamamiento a todas las organizaciones obreras y sindicales para que coordinen sus actividades especiales a fin de impedir, en la medida de lo posible, el suministro a los rebeldes españoles.”


Había quedado claro que para todos aquellos que no tenían intención de enviar armas a los fascistas españoles, las informaciones del corresponsal de The New York Times, Frank L. Kluckhohn, que había pasado casi tres meses observando a diario el trasiego de armas a los fascistas, eran ciertas: 

La columna vertebral del ejército del general Franco es ahora italiana, alemana y mora.” (The New York Times de 30 de octubre).

Durante los días más cruentos de la batalla de Madrid, se planteó reiteradamente la pregunta de si la Unión Soviética enviaba armas a España.

Una y otra vez, los fascistas de España, Alemania, Italia y Portugal acusaron a la Unión Soviética de suministrar armas. Con ese pretexto, fueron ellos los que no dejaron de enviar cada vez más armas a los rebeldes reaccionarios.

La Unión Soviética nunca negó el envío de miles de toneladas de comida, ropa y suministros médicos. En cambio, sí desmintió haber mandado armas.

Tras la contundente y efectiva actuación de la Unión Soviética en Londres, la prensa mundial informó de que el gobierno español empezaba a recibir nuevos suministros de armas de diversa procedencia, lo cual, indudablemente, fue posible gracias a la denuncia soviética de la actuación de las potencias fascistas y al acicate que ello supuso para los países en condiciones de suministrarle armas.

Sin el apoyo internacional de la clase obrera y del antifascismo, la Unión Soviética no podía comprometerse en un primer momento, con Blum involucrado de hoz y coz en la política de no intervención y los dirigentes del Partido Laborista Británico a la zaga del gobierno tory en esta misma materia, a tratar de doblegar a los fascistas enviando armas a España. La Unión Soviética, prácticamente en solitario, hizo todo lo que estuvo en su mano al principio para liquidar la farsa de la no intervención como forma más rápida de poder suministrar la mayor cantidad de armas a España.

La posición de la Unión Soviética fue entendida a la perfección y recibida con entusiasmo por todos los grupos antifascistas españoles. 

En las filas del Partido Socialista francés surgieron profundos desacuerdos por la tozuda defensa del Pacto de No Intervención a que se aferró Blum, una vez que la Unión Soviética hubo revelado sus efectos reales. Destacados socialistas franceses dimitieron de sus cargos en el partido. El ala izquierda del Partido Socialista hizo campaña a favor del fin de la farsa. El 8 de noviembre se celebró una reunión del Consejo Nacional. El principal tema tratado fue la no intervención en España. Por entonces, las hordas del general Franco golpeaban furiosas las puertas de Madrid. Las quejas de descontento subieron de tono en las filas del Partido Socialista en contra de la intransigente negativa de Blum a abandonar su perniciosa posición inicial. En la reunión del Consejo, Blum defendió apasionadamente su postura. Los pocos pasajes publicados de su discurso, que se mantiene en secreto en su mayor parte, ponían de manifiesto que Blum declaró que sería imposible modificar la posición de Francia con respecto a la no intervención sin la aprobación de Gran Bretaña.

El Primer Ministro socialista hizo hincapié, como argumento central, en el peligro de un ataque fascista alemán contra Francia en el caso de que a España se le restituyera el derecho legal de adquirir armas para su defensa. Blum añadió que, en dicho supuesto, el gobierno británico había asegurado que no acudiría en ayuda de Francia si ésta no era parte del Pacto de No Intervención. No obstante, Blum prometió volver a hablar con el gobierno tory y proponerle vías de cooperación para revocar el plan de no intervención.

Para muchos observadores aquí”, cablegrafió John Elliot, corresponsal del New York Herald Tribune en París, a su periódico, “la promesa era, aparentemente, una muestra de la habilidad del Primer Ministro francés para resolver sus diferencias políticas. Aunque, supuestamente, era mucho lo que había ofrecido a sus críticos, en realidad no les había ofrecido nada en absoluto, ya que nadie mejor que Blum sabe que los británicos no abandonarán el Pacto de No Intervención.

Sin embargo, el Consejo Nacional, tras una agria discusión, aprobó de hecho una resolución en la que se leía:

En relación con los acontecimientos de España, el Consejo Nacional, a la vez que otorga su plena confianza al Primer Ministro Blum, solicita al gobierno francés que procure llegar a un acuerdo con Gran Bretaña que haga efectiva la resolución adoptada por la Internacional Socialista.

Se refiere a la resolución de la Internacional Socialista que hemos citado completa más arriba.

Cabe recordar que la resolución mencionada por el Consejo Nacional fue aprobada sólo después de la actuación de la Unión Soviética; no obstante, el Consejo no propuso escurrir el bulto, tal y como Blum deseaba con tanto fervor.

[1] Retraducción. [N. de los t.]


3 comentarios:

Spartak dijo...

¿Que tan ciertas son las afirmaciones de que Stalin queria crear un "Vaticano ortodoxo" para contrarrestar al catolicismo?

Saludos

Anónimo dijo...

Si el camarada Stalin hubiese querido crear un "Vaticano Ortodoxo", se habría creado. Así que no dude, Spartak, de que semejante idea es un majadería de las muchas que se dicen sobre Stalin.

JL F dijo...

Evidentemente se trata de un ejemplo de mejunge mental típico de la propaganda anticomunista. Por un lado, dicen que los comunistas, también Stalin, perseguían a la iglesia, y los "pobres" curas tenían que esconderse si no querían acabar siendo devorados con patatas por los "asesinos" rojos. Por otro, cómo la mentira es insostenible, pues resulta que la iglesia seguía existiendo y no sufría ningún tipo de persecución (salvo que mucha gente dejó de ser socio del club), se inventan que el "malvado" Stalin quería montarse su propio Vaticano, ortodoxo, para hacer frente a la iglesia católica. A la próxima dirán que Stalin se autonombró Papa y que subió a los cielos sobre una montaña de iglesias quemadas (Sin embargo, en los paises del este hay más densidad de iglesias por metro cuadrado que en otra parte del mundo, y eso después de la supuesta destrucción masiva de la época comunsita. Probablemente, Bucarest y Moscú son las ciudades con más densidad de iglesias del mundo y, por supuesto, pocas fueron destruidas en los tiempos socialistas, aunque eso para los inventores de historias no tenga ningún valor).

Saludos

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