¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
Jaime Gil de Biedma
Estela de las grandes obras y cineastas heterodoxos de nuestro país, en la línea de Las Hurdes, de Luis Buñuel, Lejos de los árboles, cuyo título original, de no ser por la censura franquista, iba a ser El país de todos los demonios, inspirándose en un poema de Gil de Biedma, se articula como un viaje anti-turístico por una España de salvajes fiestas populares, un país que por aquella época, años setenta, empezaba a ofrecerse al mundo como supuesto espacio de apertura hacia la modernidad y hacia una especie de democracia.
Jacinto Esteva, su director, representante de la Escuela cinematográfica de Barcelona, lo cuestiona con la misma fascinación con la que retrata un país asolado por la pobreza, la superstición y unas feroces tradiciones rurales, aunque también urbanas. Un país condenado a la superstición y a la pobreza por el franquismo, cuyos representantes políticos y empresariales empezaban entonces a diseñar su continuidad en el poder sin pagar sus crímenes en la ya cercana Transición.
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