Gerard Walter es uno de los más importantes y serios biógrafos de Lenin. En su biografía del líder bolchevique, cuenta cómo fue la noche de este desde que decidió, a pesar del Comité Central del partido, abandonar su refugio seguro en la casa de la camarada Fofonova, para dirigirse a pié, atravesando la convulsa Petrogrado al Palacio Smolny, cuartel general de los bolcheviques, hasta que el Comité Central Revolucionario proclamó el triunfo de la Revolución. Una noche que cambió la historia del mundo, que hizo temblar a la clase parásitaria capitalista, y lo sigue haciendo todavía hoy, ante la perspectiva de que los trabajadores rusos podían extender entre la clase obrera del resto del mundo la evidencia de que la clase explotadora era prescindible, y que acercó a los oprimidos al objetivo, aparentemene utópico hasta entonces, a pesar de la demostración científica por el marxismo de que tarde o temprano sería una realidad, de un mundo sin explotación del hombre por el hombre:
"Entonces toma de nuevo la pluma y con febril apresuramiento empieza a escribir estas líneas:
"Camaradas: Escribo estas líneas el 24 por la noche. La situación es sumamente crítica. Está más claro que la claridad misma que la contemporización es la muerte... "Es necesario, a toda costa, detener esta noche al Gobierno... ¡No podemos esperar más! ¡Se puede perder todo!... "Es necesario que todas las secciones, todos los regimientos, se levanten en el acto y envíen diputaciones al comité militar revolucionario, al Comité central bolchevique, exigiendo con apremio: en ningún caso, absolutamente en ninguno, debe seguir el poder en manos de Kerenski y compañía hasta el 25. El asunto debe quedar liquidado hoy sin falta por la tarde o en el curso de la noche... "Sería una catástrofe o un vano formalismo esperar la votación incierta del 25 de octubre; el pueblo tiene el derecho y el deber de zanjar tales cuestiones no con una votación, sino con la fuerza; el pueblo tiene el derecho y el deber, en los momentos críticos de la revolución, de dirigir a sus representantes, incluso a los mejores, y de no esperarles. "La historia de todas las revoluciones lo ha demostrado. Sería un crimen inconmensurable (sic), por parte de los revolucionarios, si dejaran escapar la ocasión sabiendo que la salvación de la revolución depende de ellos. "El Gobierno cede. Hay que liquidarlo a toda costa. "La contemporización es la muerte"- (...)
Pero eso no es suficiente para Lenin. Duda visiblemente de la eficacia de ese procedimiento de llamar a la acción por correspondencia. Por lo tanto, resuelve ir de todos modos al Smolny, por su propia voluntad. Es bastante lejos de su casa, son cerca de las diez de la noche, no está seguro de encontrar un tranvía y corre el riesgo de caer en marzos de una patrulla de cadetes. ¡No importa! La revolución está en peligro de muerte y hay que salvarla. ¿A quién incumbe ese deber, en primer lugar, sino a Lenin? Por lo tanto, en marcha.
Para librarse de Fofanova, cuyas súplicas para que renuncie a su "loco proyecto" no quiere oír, Lenin la envía a hacer un recado, se vuelve a poner su eterna peluca de conspirador, aplica a una de sus mejillas una servilleta doblada, lo que le permite disimular la mitad de su cara y le da al mismo tiempo el aspecto de un hombre que sufre horriblemente de un dolor de muelas, se pone las botas de hule (volverá a llover y no quiere mojarse los pies) y se marcha, seguido por Rahia, que lo acompaña como su propia sombra, después de haber dejado sobre la mesa, en lugar bien visible, esta nota: "Me voy a donde no quiere usted que vaya."
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"Lenin en Smolny", por Valentin Aleksandrovich Serov |
Hacia la medianoche, llegan como pueden al Smolny. El estado mayor de la Revolución proletaria está en plena ebullición. La gente va y viene, sumamente agitada, a lo largo de sus interminables corredores. Se siente que el agua hierve en la marmita, pero la tapadera resiste. ¿Qué va a hacer Lenin? ¿Precipitarse a la habitación donde está reunido el Comité central? Nada de eso. Prefiere enviar a Rahia en busca de Stalin, con la orden de traérselo. Mientras tanto, permanece en el corredor, agazapado junto al alféizar de una ventana. Stalin acude y lleva a Lenin a una pequeña habitación vacía, donde se encierra con él. De ahí partirá el impulso que pondrá en marcha a las fuerzas insurreccionales que el Comité militar revolucionario, aun teniéndolas listas para la acción, no se atreve todavía a utilizar.
Lenin empieza por convocar a los representantes de las secciones, de las fábricas y de los regimientos. Alertados por Stalin, que ha sabido adaptarse inmediatamente a la situación y ser a la vez elsecretario, el edecán y el hombre de enlace de Lenin, los motociclistas estacionados en el vestíbulo del Smolny empuñan sus máquinas y se lanzan a través de la capital en dirección a los suburbios. Los de Vyborg, donde se encuentran las fábricas Renault, Lessner, Nobel, Parviainen, y los de Narva, de los que forma parte la gigantesca fábrica Putilov, dominan a Petrogrado: son las dos mandíbulas de una tenaza lista para cerrarse.
Los hombres de la sección de Vyborg no necesitan molestarse. Krupskaia está allí y gracias a ella saben muy bien lo que quiere Lenin. Además ya han requisado entre los particulares todos los medios de transporte: camiones, coches, bicicletas, etc., y han establecido el control sobre el correo y el telégrafo de su barrio. A ellos les basta un breve mensaje: ocupar la estación de Finlandia. Los dirigentes de la sección de Narva se trasladan al Smolny, reciben de Lenin las instrucciones necesarias y vuelven a partir rápidamente.
A partir de la una y media de la madrugada, destacamentos de soldados salen de los cuarteles; grupos de obreros armados, de sus fábricas, y se ponen en marcha hacia las estaciones, los puentes, los edificios públicos. La cosa transcurre en todas partes tranquilamente, sin el menor derramamiento de sangre. Apenas si algún "kerenskista" recalcitrante se hace poner fuera de combate a culatazos. Únicamente la ocupación de la central telefónica causó alguna perturbación. Las señoritas del teléfono, al ver invadido su local, se espantaron y se desmayaron con conmovedora unanimidad. El representante de la nueva autoridad encontró en seguida un medio excelente para reanimarlas. Mandó traer, del centro de abastecimiento de su sección, azúcar, té, panecillos y latas de conserva. La llegada de la camioneta cargada con todas esas cosas buenas y bastante raras en aquel cuarto año de guerra produjo un efecto mágico y todas reanudaron su sonrisa y su trabajo con una unanimidad no menos conmovedora.
Eran entonces las siete de la mañana. El Correo central, el Banco del Estado y tres de las cuatro grandes estaciones de la capital estaban ya ocupadas. A las ocho le llegó el turno a la cuarta. Lenin, que se había quedado a la escucha en el Smolny sin cerrar un ojo en toda la noche, estaba haciendo el balance de la operación. Ese balance le parecía del todo satisfactorio. La Revolución proletaria se presentaba ya como un hecho consumado. Kerenski y sus ministros seguían reunidos en el Palacio de Invierno, mientras que, al lado, el general que mandaba la región militar de Petrogrado estaba en la Cancillería del Estado Mayor. Pero ya no forman, para Lenin, más que miserables restos de un pasado muerto que van a ser barridos de un momento a otro. Ha llegado la hora, se dice Lenin, de anunciar la gran noticia al país.
Pero antes hay que zanjar un problema de pura forma, por lo demás: el Gobierno provisional ya no existe. Eso es indudable. ¿Pero quién lo ha reemplazado? ¿A qué manos ha pasado el poder? Problema de pura forma, he dicho. En efecto, el Congreso se reunió esa misma noche y, en su calidad de órgano soberano que representa la voluntad general de toda la Rusia obrera y campesina, designa al nuevo Gobierno. El que, por la pluma de Lenin, va a dirigirse al pueblo ruso tendría, en resumidas cuentas, una vida sumamente breve: el espacio de una tarde. Pero aun falta que esa existencia efímera no le sea discutida... Evidentemente, lo más sencillo y lo que hubiera correspondido mejor a la
realidad hubiera sido hablar en nombre del partido bolchevique.
¿No había replicado orgullosamente al ministro Zeretelli en junio pasado, en el primer Congreso de los Soviets, que el partido bolchevique estaba preparado en todo momento para tomar el poder? Ahora prefiere no violentar las cosas. Simple cuestión de matiz, ¡pero cuán significativa! Si el Congreso ofrece el poder a su partido, claro que lo aceptará. Pero no se adueñará de él por su propia autoridad. En el jefe revolucionario se deja entrever ya al hombre de gobierno. Pronto se encontró una solución: será el Comité militar revolucionario, "colocado al frente del proletariado y de la guarnición de Petrogrado", el que hablará al país.
En consecuencia, Lenin le hace decir a guisa de exordio que "el Gobierno provisional ha sido depuesto" y que el poder ha pasado a sus manos. Y luego: "El Comité militar revolucionario convoca para
hoy, 25 de octubre, al mediodía, al Soviet de Petrogrado a fin de que se adopten las medidas inmediatas para la formación de un Gobierno de Soviets." Después de escribir estas líneas, cambia de parecer y las tacha con un zigzagueo de su pluma. Probablemente ha reflexionado y ha pensado que eso era asunto del Congreso. Tras lo cual termina con estas simples palabras:
"La causa por la cual ha entrado a la lucha el pueblo —proposición inmediata de una paz democrática, abolición de la propiedad rústica, control de la producción por los obreros, creación de un Gobierno de Soviets— ha triunfado definitivamente. ¡Viva la Revolución de los obreros, de los soldados y de los campesinos!" Fechado el 25 de octubre, a las diez de la mañana.
A esa misma hora el presidente del Gobierno provisional de la República rusa, dejando que sus ministros hicieran acto de presencia en el Palacio de Invierno, partía para el frente, en un auto gentilmente prestado por la Embajada norteamericana, a fin de reunir tropas fieles que le permitieran reconquistar la capital insurrecta".
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