Miguel Hernández en Rusia, 1937 |
Miguel Hernández es un poeta que jode mucho a la burguesía, obligada a leerle porque ha sido y es el gran poeta del pueblo, de los trabajadores del estado español, forzada por ello a hacer esfuerzos indecibles para neutralizar su esencia de militante comunista, de fiero guerrillero antifascista, enemigo de los parásitos que viven del trabajo de la clase obrera y campesina.
Compartimos a continuación, en unos momentos en los que vivimos la euforia fascista en el país donde Miguel Hernández combatió para acabar con toda huella fascista y construir el Socialismo, uno de sus poemas más incendiarios (y tiene muchos).
En El incendio, Miguel Hernández utiliza sus versos-ráfagas de ametralladora para homenajear a Lenin y a la Unión Soviética, anhelo de liberación de la clase trabajadora y campesina mundial (en realidad, de todos los oprimidos del mundo entonces y siempre). Recuerda con sus palabras, dando la buena nueva, que, ante la ofensiva fascista, "se propaga la sombra de Lenin, se propaga", aplastando "las miserias", "como un sol que eclipsa las tinieblas".
La esperanza del poeta del pueblo fue ahogada en sangre por los mismos que nos siguen pisoteando hoy, mientras el estado nacido de los acuerdos entre franquistas y oportunistas en el 78, tras la muerte del sanguinario General Franco, se sostiene y hunde sus cimientos en una tierra plagada de fosas comunes en las que aquellos que, como Miguel Hernández, dieron un día su vida por un mundo sin explotación del hombre por el hombre.
Los que allí yacen, siguen esperando que sus nietos vuelvan a levantar la antorcha de Lenin y a llenar de hogueras todos los pueblos de España, para acabar con la plaga de chupasangres de la burguesía y el capital (es decir, con los fascistas, pues bien sabía nuestro poeta que un burgués lleva dentro siempre dispuesto a morder el veneno del fascismo). Esperan la respuesta a la pregunta que Miguel Hernández lanzaba a sus contemporáneos y que señalaba hacia Rusia (que había visitado en 1937) como el camino a seguir para conquistar la emancipación, pregunta que es tan válida hoy como entonces, en el Centenario del triunfo de la clase trabajadora en Rusia y la Revolución Soviética:"¿Por qué no lleváis dispuesta, contra cada villanía, una hoz de rebeldía, y un martillo de protesta?"
Los que allí yacen, siguen esperando que sus nietos vuelvan a levantar la antorcha de Lenin y a llenar de hogueras todos los pueblos de España, para acabar con la plaga de chupasangres de la burguesía y el capital (es decir, con los fascistas, pues bien sabía nuestro poeta que un burgués lleva dentro siempre dispuesto a morder el veneno del fascismo). Esperan la respuesta a la pregunta que Miguel Hernández lanzaba a sus contemporáneos y que señalaba hacia Rusia (que había visitado en 1937) como el camino a seguir para conquistar la emancipación, pregunta que es tan válida hoy como entonces, en el Centenario del triunfo de la clase trabajadora en Rusia y la Revolución Soviética:"¿Por qué no lleváis dispuesta, contra cada villanía, una hoz de rebeldía, y un martillo de protesta?"
El incendio
Europa se ha prendido, se ha incendiado:
de Rusia a España va, de extremo a extremo,
el incendio que lleva enarbolado,
con un furor, un ímpetu supremo.
Cabalgan sus hogueras,
trota su lumbre arrolladoramente,
arroja sus flotantes y cálidas banderas,
sus victoriosas llamas sobre el triste occidente.
Purifica, penetra en las ciudades,
alumbra, sopla, da en los rascacielos,
empuja las estatuas, muerde, aventa:
arden inmensidades
de edificios podridos como leves pañuelos,
cesa la noche, el día se acrecienta.
Cruza un gran tormenta
de aeroplanos y anhelos.
Se propaga la sombra de Lenin, se propaga,
avanza enrojecida por los hielos,
inunda estepas, salta serranías,
recoge, cierra, besa toda llaga,
aplasta las miserias y las melancolías.
Es como un sol que eclipsa las tinieblas lunares,
es como un corazón que se extiende y absorbe,
que se despliega igual que el coral de los mares
en bandadas de sangre a todo el orbe.
Es un olor que alegra los olfatos
y una canción que halla sus ecos en las minas.
España sueña llena de retratos
de Lenin entre hogueras matutinas.
Bajo un diluvio de hombres extinguidos,
España se defiende
con un soldado ardiendo de toda podredumbre.
Y por los Pirineos ofendidos
alza sus llamas, sus hogueras tiende
para estrechar con Rusia los cercos de la lumbre.
arroja sus flotantes y cálidas banderas,
sus victoriosas llamas sobre el triste occidente.
Purifica, penetra en las ciudades,
alumbra, sopla, da en los rascacielos,
empuja las estatuas, muerde, aventa:
arden inmensidades
de edificios podridos como leves pañuelos,
cesa la noche, el día se acrecienta.
Cruza un gran tormenta
de aeroplanos y anhelos.
Se propaga la sombra de Lenin, se propaga,
avanza enrojecida por los hielos,
inunda estepas, salta serranías,
recoge, cierra, besa toda llaga,
aplasta las miserias y las melancolías.
Es como un sol que eclipsa las tinieblas lunares,
es como un corazón que se extiende y absorbe,
que se despliega igual que el coral de los mares
en bandadas de sangre a todo el orbe.
Es un olor que alegra los olfatos
y una canción que halla sus ecos en las minas.
España sueña llena de retratos
de Lenin entre hogueras matutinas.
Bajo un diluvio de hombres extinguidos,
España se defiende
con un soldado ardiendo de toda podredumbre.
Y por los Pirineos ofendidos
alza sus llamas, sus hogueras tiende
para estrechar con Rusia los cercos de la lumbre.
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