Por su gran interés, hemos empezado a traducir también otro de sus principales escritos:Soviets in Spain. The October Armed Uprising Againgst Fascism (Soviets en España: el levantamiento armado de octubre contra el fascismo), editado por Workers Library Publishers en 1935, que hasta ahora nunca había sido publicado en español. En este caso, el bueno de Gannes describe ante el mundo la conocida como Revolución de Asturias, de Octubre de 1934, donde por primera vez desde el triunfo de la Revolución Soviética y el fracaso de las Repúblicas de los Consejos de Hungria, Baviera y Eslovaquia, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Poder de los Soviets se proclamó, aunque fuera temporalmente, en un país de Europa.
Sobre la trascendencia de la Revolución de Asturias, escribe Gannes:
"Durante 15 días los obreros y campesinos de Asturias tuvieron el poder. Fueron 15 días de lucha permanente, sin tregua, para el Ejército Rojo. Sin embargo, ello no fue óbice para que la Comuna estableciera su aparato de gobierno, decretara la propiedad de la tierra de los campesinos que la trabajaban, requisara alimentos y provisiones para las masas trabajadoras y el Ejército Rojo, estableciera su propia prensa, ocupara las grandes industrias y las destinara a la fabricación de armas para los combates revolucionarios, y confiscara el mayor banco de Oviedo, incautándose de 15 millones de pesetas, que se gastaron en comida, ropa y vivienda para los desempleados, así como para subvenir a las necesidades de la guerra contra el régimen fascista"
A continuación, publicamos la segunda entrega (pulsar sobre el link para leer la Primera Parte):
SOVIETS EN ESPAÑA: LA INSURRECCIÓN ARMADA DE OCTUBRE CONTRA EL FASCISMO (II)
En Madrid, la
huelga general del día 5 de octubre fue un éxito rotundo. No obstante, mientras
los obreros asturianos pasaron a la ofensiva por medio de la lucha armada
generaliza, tomaron el poder y proclamaron una república obrera y campesina, alentando
la más amplia iniciativa de las masas y moviéndolas a los mayores actos de
heroísmo y sacrificio, los combates en Madrid fueron en gran medida
esporádicos. Se redujeron a la actuación de grupos de asalto escogidos que golpeaban
por sorpresa y con extrema rapidez, y se retiraban casi con idéntica presteza.
No hubo, sin embargo, dirección que condujera a las amplias reservas de las
masas proletarias al asalto de los cielos del capitalismo.
Aun así, los
combates en Madrid sobrepasaron con mucho la estrategia que se siguió en Viena,
ya que los grupos de asalto escogidos dirigieron sus ataques contra los centros
estratégicos del enemigo.
Los trabajadores
estaban en huelga y preparados para la lucha. Sin embargo, el ataque de las
amplias masas obreras se dirigió, sobre todo, contra los esquiroles, en tanto
que las tropas especiales de asalto trataron de hostilizar a las fuerzas
gubernamentales, con la esperanza de quebrantar su moral y acrecentar la
confusión y debilidad del desorganizado régimen fascista.
La incapacidad y
las vacilaciones de los jefes socialistas impidieron arrastrar a las masas,
prestas para la acción, a la lucha sin cuartel. Largo Caballero y Prieto, jefes
socialistas, dirigieron los combates desde la clandestinidad, pero carecían de
un objetivo claro, les faltaba preparación previa para la lucha de masas y para
el establecimiento de los soviets. Tampoco levantaron a los campesinos en una
acción simultánea que podría haber conducido a una revolución victoriosa.
Trabajadores
armados con ametralladoras y fusiles efectuaron sucesivos ataques contra
edificios como las Cortes, el Banco de España, el cuartel general central de la
policía o los ministerios del Interior, Guerra y Comunicaciones.
“Cuando los patrones trataban de reemplazar a los huelguistas de
izquierdas con esquiroles, aparecían grupos de rebeldes armados. En casi todos
los casos se produjeron duros enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales
que protegían a los rompehuelgas. Fue casi como si los huelguistas rebeldes
hubiesen aceptado el nivel de combate que les planteaba el gobierno, de apenas
dos días, del Presidente Alejandro Lerroux, reunido de emergencia ayer.” (Frank
Gervasi, N. Y. American, 8 de octubre.)
Un cable de
Associated Press, fechado el 7 de octubre en Madrid, describía así los ataques
estratégicos de las fuerzas especiales de asalto:
“Se inició un intenso tiroteo en la famosa Puerta del Sol, donde se
encuentra el Ministerio de Interior. Varios grupos de asalto confluyeron en la
plaza por cinco calles diferentes, un auténtico ejército que parecía converger sobre
un centro estratégico como los radios de una rueda. (…) En un barrio, los
revolucionarios apresaron a una veintena de guardias civiles a los que
retuvieron como prisioneros. (…) Se empezaron a desplazar hacia Madrid fuerzas
militares que se concentraron en lugares estratégicos desde los cuarteles
cercanos. Iban totalmente pertrechadas como en tiempo de guerra. Mientras
tanto, Madrid se encontraba prácticamente aislada de las provincias, con las
comunicaciones cortadas y las únicas vías abiertas, empleadas para el
transporte de tropas.”
El gobierno tardó
en movilizar al ejército contra los obreros por temor a una sedición. Tenía que
seleccionar los regimientos especiales que iban a entrar en acción. Se cursaron
órdenes de inmediato a la Legión Extranjera en Ceuta, África, para que se
dirigiera a la península a prestar sus servicios contrarrevolucionarios. Dichas
tropas se enviaron principalmente a Asturias.
En los barrios
obreros de Madrid, los enfrentamientos se siguieron sucediendo mucho después de
que los ataques al centro fueran rechazados. Sin embargo, la falta de armas
impidió que la batalla se transformara en una ofensiva de mayor calado. El
hecho de que la capital no cayera en manos de los reducidos grupos armados,
unido al desastre catalán (que abordaremos más adelante), que infundió aliento
a la burguesía, hizo que la lucha en Madrid declinara y terminara por morir.
Madrid demostró
hasta la saciedad la declaración del Partido Comunista de España: “La
revolución no sucede, se organiza”. La insurrección, como señaló Lenin, es un
arte. La organización de la revolución no puede quedar limitada a fuerzas de
choque “preparadas para cualquier cosa”, sino que debe empujar a la ofensiva a
todas las fuerzas de la clase obrera e impeler a la acción a las amplias masas
campesinas. Los obreros desconocían quiénes dirigían la revolución, desde dónde
y bajo qué formas de lucha. Tampoco sabían qué órganos de poder había que
crear.
Hasta las 11, los
dirigentes socialistas se resistieron a aceptar las continuas propuestas del
PCE para establecer un frente unido, alegando que como el Partido Socialista es
el partido más grande, no necesitaban actuar en unidad de acción con nadie. En
esa fase superior marcada por la naturaleza ofensiva de la lucha, en
comparación con los días de febrero en Austria, dicha negativa de la cúpula
dirigente quedó inevitablemente desbaratada. Los jefes socialistas no conocían
ni podían aplicar las lecciones insurreccionales de Marx que con tanta
brillantez desarrolló Lenin y confirmó la victoriosa Revolución Rusa.
“Para poder triunfar”, escribió Lenin en su artículo “El Marxismo y la
insurrección”, “la insurrección debe apoyarse no es una conjuración, no en un
partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. La insurrección
debe apoyarse en el auge revolucionario
del pueblo. Esto en segundo lugar. La insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia
de la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo
sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a
medias, indecisos, de la revolución. Esto en tercer lugar. (…) Pero, si se
dan estas condiciones, negarse a tratar la insurrección como un arte equivale a traicionar el
marxismo y a traicionar la revolución.”
A la espera de los fascistas
Los dirigentes
socialistas dejaron escapar el momento de
viraje, permitiendo que los fascistas tomaran la iniciativa. Cuando pasaron
a la acción, no se apoyaron en la lucha de las masas en su momento de mayor
auge, ni trataron la insurrección como un
arte; renunciaron a organizar la insurrección para la victoria, que se
podía haber logrado.
Lo que sucedió en
Cataluña alteró el rumbo de los acontecimientos. Desde hace cuatrocientos años,
los gobiernos centrales de España han tratado de unificar a Cataluña con el
resto del país. Cuando se proclamó la República en 1931, el pueblo catalán
consiguió un relativo margen de autonomía que se fue reduciendo paulatinamente,
a medida que la derecha fue liquidando las decisiones “democráticas” de la República
y, más tarde, al evolucionar hacia el fascismo.
La crisis del gobierno
de Samper, que dio paso al régimen fascista de Lerroux y Gil Robles, y a la
insurrección armada, estuvo provocada por las cuestiones agraria y nacional en
Cataluña. La Generalitat catalana –el gobierno regional–, unos meses antes de
los enfrentamientos, había aprobado una ley agraria que, en parte, favorecía a
los arrendatarios y a los pequeños propietarios de tierras. El Tribunal Supremo
de España anuló dicha ley, finiquitando con ello la autonomía limitada que
había obtenido Cataluña y la exigua reforma agraria.
La Alianza Obrera,
en lugar de tomar las riendas de la independencia de Cataluña, apoyándose en la
lucha revolucionaria de la clase obrera, esperó a que la burguesía catalana,
dirigida por Lluis Companys, actuara.
El 6 de octubre,
bajo la presión de las masas, Cataluña declaró su independencia. Los
anarquistas se enfrentaron a la independencia catalana, saboteando la lucha
revolucionaria de los trabajadores y actuando como auténticos esquiroles y
contrarrevolucionarios. Tales hechos demoraron la acción de la clase obrera,
acrecentaron las vacilaciones y la desorganización, y permitieron a Companys
traicionar el movimiento.
Las maniobras de Companys
Companys no inició
la lucha armada, sino que entró en tratos y negociaciones con el general Batet,
capitán general de Cataluña. Temía que el desencadenamiento de la lucha armada
de masas arrasara a la flor y nata de la burguesía nacional. Dio tiempo al
general Batet para que éste organizara sus tropas para el ataque. El 6 de
octubre, Companys invitó a Batet a unirse al movimiento por la independencia.
“El general –decía un cable del New York
Times fechado el 8 de octubre– le solicitó una hora para considerar la propuesta,
pero antes de que concluyera el plazo,
ordenó a sus tropas tomar las calles y comenzar el asalto de edificios.”
Las tropas de Batet
tomaron el control del palacio de la Generalitat y de la radio desde la que
Companys emitía sus fatuos llamamientos. Para ese momento, los obreros ya
habían entrado en acción, pero el golpe fatal recibido de los jefes anarquistas
los condujo a la derrota. El desarrollo de los acontecimientos dio aliento al
gobierno fascista terrateniente-burgués en Madrid y alteró el curso de los enfrentamientos
en toda España.
En los alrededores
de Barcelona, en Badalona, ciudad de 30 mil habitantes, y Sabadell, de 40 mil,
los obreros se hicieron con el control; pero la derrota de Barcelona y la
inacción del proletariado del resto de Cataluña, debido a la funesta traición
inicial de los anarquistas, sellaron el destino adverso de la lucha. La derrota
de los trabajadores se debió a la táctica contrarrevolucionaria de los
anarquistas, que monopolizaban la dirección de la clase obrera en este
importantísimo centro industrial de España.
Primer Congreso del Partido Comunista
A principios de
1934, el Partido Comunista de Cataluña celebró su primer congreso, al que
asistieron más de 100 delegados de todas partes de Cataluña. En aquel momento,
el Congreso del PC ya sintetizó con claridad los problemas de la revolución en
Cataluña. La principal tesis rezaba así:
“El Partido Comunista de Cataluña, al tiempo que cumple su histórica
tarea de derrocar a la burguesía y a los terratenientes mediante la movilización
de las amplias masas en aras de la emancipación nacional y social del pueblo
trabajador de Cataluña, de la lucha por el derecho a la libre determinación
hasta la independencia y del establecimiento de soviets de obreros, campesinos,
soldados y marinos, llevará a cabo una lucha implacable contra el imperialismo
español y los traidores a la causa de la emancipación del pueblo catalán:
Esquerra, la Generalitat y sus agentes.”[1]
El Partido
Comunista de España, en su resolución sobre las lecciones de la insurrección
armada, declaraba en relación con la lucha nacional:
“Otro error terrible fue dejar la cuestión de la lucha en manos de
personas tan indecisas como Companys. (…) Si la revolución ha de resultar
victoriosa, debe permanecer en todos sus aspectos en manos de los explotados.
Nuestros heroicos camaradas de Asturias y Vizcaya nos lo han vuelto a demostrar
una vez más.”[2]
Ante las acerbas
críticas de las masas trabajadoras y un ostensible rechazo que englobaba desde
la militancia anarquista al Partido Comunista, los dirigentes anarquistas
intentaron recobrar su desfalleciente autoridad convocando una huelga general
en Zaragoza y en zonas de Cataluña en protesta por la ejecución de dos obreros.
Sin embargo, este gesto, que venía de manos manchadas ellas mismas de sangre
obrera, recibió una respuesta más que discreta.
El resultado de los
enfrentamientos en Cataluña ha agudizado el carácter de clase de la lucha por
la independencia nacional. La burguesía ha quedado debilitada, si no eliminada,
como fuerza en la lucha por la emancipación nacional. Los jefes anarquistas, opuestos
a la independencia, han quedado desenmascarados como contrarrevolucionarios a
los ojos de las masas revolucionarias. Los obreros que pasaron a la acción han
aprendido la lección de que hay que tomar la iniciativa, que sabrán conservar
en la próxima insurrección revolucionaria.
A principios de
diciembre de 1934, los obreros de los sindicatos anarcosindicalistas dieron una
muestra patente de su indignación para con las traiciones de la dirección
anarquista. En una reunión clandestina de la federación castellana del
sindicato anarcosindicalista CNT, se tomó la decisión de incorporarse al frente
unido de la Alianza Obrera junto con los Partidos Socialista y Comunista.
Todos los
asistentes estuvieron de acuerdo en la necesidad de condenar del modo más tajante
el sabotaje y traición de la FAI y decidieron romper todas las relaciones con
García Oliver, líder anarquista de la FAI. Decisiones similares se adoptaron en
Asturias, Galicia, León, Aragón, Cataluña y Andalucía.
Se resolvió además,
en abierta ruptura con los jefes y políticas anarquistas, participar en las
siguientes elecciones municipales en apoyo de los candidatos de la Alianza
Obrera, y donde no los hubiera, del candidato socialista o comunista.
III
En Asturias, donde
el frente unido de comunistas y socialistas se había establecido mucho antes de
la huelga general y de los enfrentamientos armados de Octubre, se proclamó un
régimen obrero y campesino. El heroísmo, la disciplina y las conquistas de la
clase obrera asturiana constituyen una fuente de inspiración para las masas
trabajadoras de toda España. A día de hoy, el fantasma de la Comuna de Asturias
sigue aterrorizando y llenando de pavor a la burguesía. Cuando concluyeron los
enfrentamientos, bajo la traición de los dirigentes anarquistas en el resto del
país, el proletariado asturiano no cejó en su resistencia frente a fuerzas muy
superiores, luchando con furia denodada por abroquelar el bastión de la Comuna
de Asturias, con la esperanza de recibir refuerzos del resto de España.
Finalmente cayeron
derrotados el 18 de octubre debido a la gigantesca movilización de las unidades
más fiables del ejército español, a los terribles bombardeos aéreos de toda la aviación
del país y a los feroces ataques de las sanguinarias tropas del Rif y de la
Legión Extranjera, traídas desde Marruecos y todas ellas perfectamente
pertrechadas; pero, sobre todo, cayeron derrotados por la traición de los jefes
anarquistas catalanes que permitieron al
régimen de Lerroux y Gil Robles concentrar el grueso de su fuerza armada contra
los soviets de Asturias. Oviedo, capital de la región, quedó reducido a un
montón de ruinas. La patulea sedienta de sangre de la Legión Extranjera masacró
a hombres, mujeres y niños. Como es bien sabido, esta caterva de carniceros a
sueldo está integrada por presidiarios, asesinos, mercenarios, la peor hez del
hampa de cada país. También forman parte de ella rusos blancos, expulsados de
otros países capitalistas por sus delitos, y rifeños asesinos de su propio
pueblo al servicio del imperialismo español en Marruecos, todos ellos
comandados por el general Ochoa, el Galliffet[3]
español, verdugo del proletariado. Ésas fueron las tropas de asalto que
emplearon los hipócritas y muy católicos fascistas del gobierno español para
dar una lección de moral cristiana al proletariado de Asturias.
15 días de poder rojo
Durante 15 días los
obreros y campesinos de Asturias tuvieron el poder. Fueron 15 días de lucha
permanente, sin tregua, para el Ejército Rojo. Sin embargo, ello no fue óbice
para que la Comuna estableciera su aparato de gobierno, decretara la propiedad
de la tierra de los campesinos que la trabajaban, requisara alimentos y
provisiones para las masas trabajadoras y el Ejército Rojo, estableciera su
propia prensa, ocupara las grandes industrias y las destinara a la fabricación
de armas para los combates revolucionarios, y confiscara el mayor banco de
Oviedo, incautándose de 15 millones de pesetas, que se gastaron en comida, ropa
y vivienda para los desempleados, así como para subvenir a las necesidades de
la guerra contra el régimen fascista.
El 12 de octubre el
gobierno obrero y campesino de Asturias estableció comunicación por radio con
el resto de España y envió un mensaje al Comité Central del Partido Comunista
en Madrid en el que se decía:
“Toda la región está en nuestro poder. Hemos proclamado la República
Obrera y Campesina. Contamos con 100.000 obreros en armas y una brigada de
choque de 10.000 hombres. Hemos tomado las fábricas que producen material de
guerra. El 9 de octubre ocupamos Oviedo, tras un asedio de cinco días. Luego,
proclamamos el poder obrero y campesino. Varios guardias civiles y guardias de
asalto se rindieron.
Hemos declarado la abolición de la propiedad privada. Hemos prohibido
las bebidas alcohólicas. Destruimos en Campomanes, tras una dura batalla, una
compañía de ametralladoras que venía de León. Desde el lunes 8 de octubre nos
ha bombardeado la aviación. Derribamos dos aviones con fuego de ametralladoras.
[Posteriormente derribarían cinco más, a pesar de carecer de material
antiaéreo.] Las columnas del general Ochoa, que entraron en Avilés, cañonearon
las casas de los obreros; mataron a mujeres y niños y a los revolucionarios más
conocidos. Cuando el general Ochoa penetró en Avilés, no se atrevió a llegar
hasta el interior de la ciudad.
Las mujeres combaten heroicamente en el frente. Hemos sustituido a los
presos proletarios por capitalistas, a quienes mantenemos como rehenes. (…)
Disponemos de recursos y equipos para resistir tres meses. Por la radio estamos
enterados de la situación en el resto de España.
Aunque no podáis impedir la concentración de fuerzas contra Asturias no
nos daremos por vencidos.”[4]
El heroísmo del
proletariado asturiano, en lucha contra fuerzas muy superiores, que hizo lo
indecible por preservar el Poder de los Soviets, que alimentó a las masas
hambrientas, que procuró establecer una férrea disciplina y orden bajo los
bombardeos y el sabotaje de las hordas fascistas, despertó la admiración y el
respeto, como veremos, hasta entre sus enemigos en Asturias.
Gobernando contra viento y marea
Cada requisa de
alimentos y provisiones lo fue por orden y al recibo del Comité Revolucionario.
Los obreros dieron muestras de una enorme iniciativa revolucionaria y de una
extraordinaria capacidad para gobernar con todo en su contra.
El Comité
Revolucionario dictó normas contra los actos de pillaje, ordenando el arresto y
fusilamiento de quienes las infringieran. Todas las organizaciones y los
partidos obreros fueron llamados al cuartel general central del gobierno para
participar en la administración de la Comuna y organizar la defensa de la
república obrera y campesina.
El proletariado
español en su conjunto estudia ahora los documentos y actuación de la Comuna de
Asturias como ejemplo de lo que los obreros son capaces de hacer cuando luchan
por el poder. El Comité Revolucionario de Mieres, cuando tomó el poder, hizo
pública una proclama en la que declaraba que “en ejercicio de la voluntad
popular y velando por los intereses de la revolución, se resuelve adoptar todas
las medidas necesarias para, con ineludible firmeza, dirigir el curso del
movimiento.”[5]
Disciplina estricta
Tales medidas ordenaban
el registro de todos los trabajadores aptos para portar armas. Se establecieron
oficinas de registro. Disponían asimismo que todo individuo que fuera sorprendido
cometiendo un acto de pillaje sería pasado por las armas. A los propietarios de
armas se les conminaba a informar de ello al Comité, con la intención de que
sólo los obreros pudieran disponer de ellas y de desarmar a los enemigos. Se
confiscaron alimentos y ropa que se entregaron al pueblo y al Ejército Rojo.
Todos los miembros de los sindicatos, de los partidos políticos obreros y de
las organizaciones de la juventud tenían que identificarse con su documentación
para que se les pudiera asignar tareas en el gobierno obrero y el Ejército
Rojo. Para organizar la lucha del modo más eficaz, se decretó que quedaba
“estrictamente prohibido disparar contra los aviones con fusiles, pistolas y
escopetas de caza, sin la orden expresa de este Comité.”[6]
El Ejército Rojo, a
pesar de lo rápido que se formó, estaba bien organizado y disciplinado,
integrado, sobre todo, por mineros asturianos, soldados, obreros de las
fábricas de armas y campesinos. Los mandos surgieron de sus propias filas. Se
organizaron cuerpos especiales de mineros para atacar con explosivos a las
tropas enemigas. Cumplieron su misión con la mayor audacia y destreza. Como
señaló un corresponsal español burgués: “Realizaron su tarea con sorprendente
eficacia y sin la más mínima consideración por sus propias vidas.”[7]
Mineros del pozo Nespral, octubre de 1934 |
Otro corresponsal
narraba así el avance del Ejército Rojo de los Trabajadores hacia Oviedo:
“Los vi abriéndose camino. Era un espectáculo increíble. Los primeros
llevaban cestas llenas de granadas de mano de fabricación casera. Al grito de
“¡Adelante, camaradas!”, cargaron contra el fuego nutrido de los guardias
civiles, que estaban parapetados en el edificio de la telefónica.”[8]
Un médico de
Oviedo, impresionado por los servicios sanitarios del Ejército Rojo asturiano, relató
en las páginas del periódico reaccionario español Estampa el inmarcesible heroísmo de los obreros de Asturias. Los
heridos comenzaron a afluir por docenas a los hospitales. Los obreros
malheridos se impacientaban ante la lentitud de los doctores. Querían volver a
la línea de fuego. Sobre un combatiente que llegó al hospital, el médico contaba
lo siguiente:
““Véndeme a toda velocidad” –exigía un herido–. “Cúreme a mí el
primero, que tengo que volver. Hay que tomar el cuartel de Santa Clara. Está
lleno de guardias civiles.” Miré al hombre. Tenía una herida abierta en el
cuello. “Que le ingresen” –ordenó el doctor–. El hombre se negó y se fue sin
recibir atención. Al día siguiente yacía muerto en la calzada.
Llegó otro herido, apoyado en un chiquillo delgaducho con cara de
mujer. Llevaba un fusil al hombro y bandoleras de cartuchos. Se volvió hacia
mí, quizá por ser quien tenía más cerca, y me dijo: “Es terrible”. “¿El qué?”
–le pregunté–. “Han matado al camarada Belarme. Cuando vio que no avanzábamos
hacia la sede del gobierno civil tanto como nos habría gustado, se lanzó a
pecho descubierto para arrojar una bomba y le mataron de una descarga.” “¿Cree
usted –le pregunté– que por sus ideales merece la pena todo esto, toda esta
carnicería?” “Queremos el comunismo” –me respondió–. “Pero usted sabe, amigo
mío –le indiqué–, que su intento de establecer el comunismo en otras partes de
España ha fracasado.” “Porque los otros no entendieron cómo hay que hacer las
cosas” –afirmó poco convencido–. “No somos saqueadores, ni ladrones, ni
asesinos. Somos proletarios y nuestro ideal es la igualdad social. Sólo a quien
trabaje se le permitirá comer.””[9]
Cuando el
proletariado asturiano cayó finalmente derrotado, la masacre fascista que se
inició fue espantosa. Cientos de hombres, mujeres y niños fueron fusilados. Se
amontonaban los cuerpos de los muertos y heridos, y se quemaban todos juntos.
La prensa
capitalista española y de todo el mundo puso en marcha entonces la típica
campaña de difamación contra los heroicos obreros asturianos. Fueron acusados
de las atrocidades más inverosímiles que pueda haber en la larga lista de
falsedades de la historia de la contrarrevolución.
Mientras se les
encarcelaba, torturaba, asesinaba y quemaba, la prensa capitalista mundial
difundía toda suerte de patrañas sobre las “atrocidades” de los
revolucionarios. Sin embargo, nunca mentiras semejantes se desvanecieron tan
rápido. Tras un breve periodo de calumnias, hasta los periódicos fascistas más
furibundos de España hubieron de suspender sus injurias por carecer siquiera de
las más mínimas pruebas. El heroísmo, la disciplina y la valentía de los
obreros asturianos eclipsó todo lo demás y llenó de ferviente entusiasmo a los
trabajadores españoles. Hasta el corresponsal nazi de Hitler en Madrid se vio
obligado a desmentir los cuentos sobre las atrocidades de los obreros de
Asturias, comparándolos con la propaganda aliada sobre atrocidades alemanas
durante la guerra. Carecemos de espacio aquí para reproducir la relación
completa de los mentís que las propias fuerzas fascistas hicieron dentro y
fuera de España.
Preparativos de nuevas y más enconadas batallas
En Asturias impera
en estos días, más que en cualquier otro lugar de España, el reino del terror.
No obstante, el proletariado, a pesar del terrible balance de víctimas, que se
cifran, sólo en Asturias, entre 2.500 y 3.500 obreros muertos, no ha dado
muestras del menor derrotismo; es más, se está preparando para batallas aún más
encarnizadas, ante el espanto de los verdugos que los gobiernan a cañonazos y
ráfagas de ametralladora. A día de hoy, tanto es el miedo que del proletariado
asturiano tiene el gobierno capitalista y terrateniente español, que las minas
de carbón de Asturias aún no se han abierto, pues no saben qué ocurrirá si los
obreros se vuelven a juntar. En un diario madrileño se propuso el cierre
indefinido de las minas y, en última instancia, su clausura definitiva.
¡Hasta qué punto no
habrá llegado la desesperación de la burguesía española cuando se plantea
seriamente prescindir de un sector que le es vital para, así, destruir o
dispersar al proletariado!
Mientras tanto, sin
embargo, los perros rabiosos del capital están tomando venganza en los presos socialistas
y comunistas. Las cárceles están llenas hasta los topes. En ellas se tortura y
asesina a diario.
Los trabajadores
asturianos esperan la ayuda y el apoyo de los obreros de todo el mundo. Sólo la
acción colectiva de un frente unido de socialistas y comunistas, capaz de
agrupar a miles de personas, puede salvar las vidas de cientos de esos heroicos
combatientes que con tanta abnegación estuvieron dispuestos a entregar su vida
por la causa de la clase obrera.
La epopeya de
Asturias, heredera de la Comuna de París y de la Revolución Rusa, faro que
alumbra la senda hacia una rápida victoria de la revolución proletaria en toda
España, vivirá siempre en los corazones de los trabajadores de todo el mundo.
***
[1] Retraducción. [N. de los t.]
[2] Retraducción. [N. de los t.]
[3] Gaston de Galliffet fue el represor de la Comuna de París. [N. de los
t.]
[4] Retraducción. [N. de los t.]
[5] Retraducción. [N. de los t.]
[6] Retraducción. [N. de los t.]
[7] Retraducción. [N. de los t.]
[8] Retraducción. [N. de los t.]
[9] Retraducción. [N. de los t.]
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