Tras el triunfo del fascismo en España, en 1939, Elliot siguió siendo un activo militante por la Asociación de Brigadistas de España de Liverpool, escribiendo poemas y diferentes artículos y libros con el objetivo de describir el terror franquista y dar a conocer la necesidad de que la comunidad internacional acabe con él, porque, como afirma en el libro que hemos traducido, "¿Qué pasa con España?", "El terror en España no desaparecerá hasta que el fascismo no sea derrotado".
democracia en España, como miembro de la
Después de publicar en este blog hace unos días ¿Qué pasa con España? (Primera Parte), traducida al castellano por CTT, procedemos a hacer lo propio con la Segunda Parte, donde el autor continúa repasando los crímenes del franquismo en España y subrayando la evidente vinculación de este con el nacionalsocialismo alemán, clamando por la necesidad de una acción urgente para terminar con él, para bien tanto de los españoles como de toda la comunidad internacional.
"Los hechos expuestos en este panfleto no son sino una pequeña muestra del total de cargos que se pueden y deben presentar contra Franco y el fascismo en España, pero creemos que son más que suficientes para mostrar que “el problema de España” exige una acción urgente y decisiva por parte de las Naciones Unidas en general y de Gran Bretaña en particular".
En los cuatro capítulos de esta Segunda Parte, III. Donde el hambre es amo y señor, IV. La esvástica camuflada, V. La voz de su amo, y VI. El Movimiento de Resistencia, el bueno de Lon Elliot intentaba que el mundo no olvidara las penosas circunstancias por las que el franquismo estaba haciendo pasar a la clase trabajadora española, empobrecida y apaleada, además de privada del acceso a la cultura que la República había fomentado tanto, como cuando explica que "Además de un desierto económico, Franco ha creado un desierto cultural. A los mejores artistas, científicos y escritores españoles o los han asesinado, como a García Lorca, o andan desperdigados en el exilio. Hombres como Casals, Picasso y Rafael Alberti no pueden pisar España. El país en el que los soldados republicanos mostraban su avidez de conocimientos aprendiendo a leer y escribir en las trincheras se ha convertido en una ciénaga de analfabetismo e ignorancia".
Igualmente incide en subrayar cómo Franco intentaba, tras la derrota de Hitler, hacer olvidar su apoyo incondicional al nacionalsocialismo alemán y su complicidad en sus crímenes contra la humanidad, algo que, sin embargo, seguía bien vivo en España: "Detrás de todas las tramas que pretenden establecer regímenes fascistas en los países iberoamericanos, hay agentes franquistas que, gozando con frecuencia de inmunidad diplomática, trabajan hombro con hombro con huidos nazis. Casi a diario se puede escuchar al espectro del difunto Dr. Goebbels por los micrófonos de la radio franquista".
Por último, y no de menor importancia, nos describe como la resistencia de los pueblos de España jamás cesó, hasta el punto de evitar, con los continuos choques armados de las guerrillas, sabotajes y acciones clandestinas de diferente tipo, que provocaron que el régimen de Franco tuviera que estar pendiente del frente interno en vez de prestar ayuda al externo. De hecho, como cita Elliot,
"En diciembre de 1942, cuando se decidía el futuro de la humanidad en Stalingrado, Franco pronunció un discurso en Sevilla en el que hizo una promesa solemne a Hitler: “Mantenemos nuestra política tradicional, nuestra adhesión a los pueblos que compartieron nuestras angustias. Si algún día Berlín estuviera en peligro, España, para defenderlo de las hordas rojas, enviaría un millón de hombres si preciso fuera”. Con la mejor voluntad del mundo, Franco nunca logró enviar a combatir del lado del Eje a más de entre cincuenta y cien mil hombres. Y si no pudo enviar al millón prometido se lo debemos agradecer, sobre todo, a las fuerzas antifranquistas".
Qué mejor que conocerlo todo de primera mano, leyendo las palabras del propio Lon Elliot:
***
¿QUÉ
PASA CON ESPAÑA?
III. Donde el hambre es amo y señor
Franco prometió a los españoles el sol, la luna y las estrellas, y toda suerte de riquezas. Lo que les ha dado es un sistema de racionamiento que no funciona y un inmenso mercado negro que ha servido para que algunos funcionarios fascistas hayan hecho fortunas considerables. Ni que decir tiene que los beneficios de este mercado negro están reservados para quienes pueden permitirse holgadamente el lujo de pagar sus precios exorbitantes.
Desde 1936 el coste de la vida en España ha aumentado dos veces y media, de acuerdo con los indicadores oficiales. No obstante, dichos indicadores se basan en los precios regulados, a los que sólo raras veces se pueden comprar los productos. Si nos guiamos por los precios del mercado negro, la realidad es que el coste de la vida se ha elevado al menos cinco o seis veces.
Los salarios, sin embargo, van muy a la zaga. El trabajador medio no cualificado cobra alrededor de 5 chelines diarios, mientras que el cualificado no suele ganar más de 10. El régimen ha dedicado muchas de sus energías a neutralizar los esfuerzos de la clase obrera y de los campesinos por conseguir mejores condiciones de vida. Los llamados “sindicatos” organizados por los fascistas no son más que parte de la maquinaria destinada a mantener los bajos salarios y las largas jornadas laborales.
“Hombre y mujeres hambrientos, niños pidiendo, casas misérrimas, fábricas en ruinas… Sabedor de los terribles apuros por los que está pasando el pueblo español bajo Franco y de que las condiciones de vida serían muy malas, estaba totalmente preparado para ver todo eso. Pero nunca imaginé que las cosas estuvieran tan mal como estaban. En las ciudades que visité nunca vi al hijo de un obrero con zapatos ni tampoco a un trabajador medianamente bien vestido”.
Ésta es la impresión que dejó España en un funcionario británico y es la que confirman todos aquellos que no se limitan en sus observaciones a describir los barrios lujosos de las grandes ciudades.
El Marqués de Donegall, que visitó España este año, se refirió en el Sunday Dispatch a la “lamentable desigualdad” entre las condiciones de vida de los ricos y de los pobres. En su artículo, por cierto, expresaba su sospecha de que “el 90% de los funcionarios del partido –La Falange– están metidos en algún negocio turbio, grande o pequeño”.
Alrededor del 70% de la población española vive de la tierra, lo que hace que sea imposible un progreso auténtico del país en su conjunto si el sector agrícola no prospera.
El campesino español necesita tierras, obras de irrigación, maquinaria agrícola moderna, fertilizantes, etc. La República, en la medida de sus posibilidades, se lo dio, pero Franco se lo ha quitado. La tierra ha vuelto a manos de los grandes latifundistas: de hecho, la mitad de la superficie agraria está de nuevo en poder del 1% de la población. A los campesinos se les explota sin piedad. Los precios a los que se les obliga a vender sus cosechas son completamente insuficientes, mientras los intermediarios de la Falange han hecho fortunas. La respuesta a los intentos de retener una parte de la producción han sido la confiscación, las multas o la cárcel. Hasta la derrota de los nazis, gran parte de la producción agrícola española se destinaba a Alemania, por lo que se convirtió en un deber patriótico ocultar las cosechas o destruirlas.
Los resultados de la política fascista están a la vista en la desastrosa situación actual de la agricultura española.
Uno los pilares de la economía española, la cosecha de aceituna, se ha malogrado. El mal tiempo ha sido en parte responsable, pero, como señala el Economist, “hubo escasez de energía eléctrica y de combustible, necesarios para el funcionamiento de las almazaras. Las malas infraestructuras del transporte siguen impidiendo la óptima utilización de la cosecha y los bajos salarios, sin duda, han disminuido el rendimiento de campesinos y obreros”.
La cosecha de remolacha azucarera se encuentra en situación parecida y la cerealista ha caído por debajo de lo normal.
En cuanto a la industria, el Economist afirma: “Durante 1944, la actividad general de la industria, que aún no ha alcanzado el nivel de los años previos a la guerra civil, no pudo mantenerse totalmente”.
En un llamamiento hecho público desde Madrid, los dirigentes de la Resistencia Española han pedido a los diplomáticos de las potencias aliadas que comprueben por sí mismos el alcance de la miseria en España: “Si quieren ver la España real –dicen–, vayan a las minas y a los talleres. Hablen con los campesinos y los obreros, sumidos en la desesperación. Reparen en el problema creciente de la prostitución, en los miles y miles de enfermos de tuberculosis que esperan la llegada de la muerte sin siquiera poder acceder a la cama de un hospital. Hablen con los intelectuales, muchos de los cuales, para no morir de hambre, trabajan pico y pala en mano en la construcción de una nueva sede de Falange o de una nueva cárcel para Franco”[1].
Además de un desierto económico, Franco ha creado un desierto cultural. A los mejores artistas, científicos y escritores españoles o los han asesinado, como a García Lorca, o andan desperdigados en el exilio. Hombres como Casals, Picasso y Rafael Alberti no pueden pisar España. El país en el que los soldados republicanos mostraban su avidez de conocimientos aprendiendo a leer y escribir en las trincheras se ha convertido en una ciénaga de analfabetismo e ignorancia.
IV. La esvástica camuflada
En otro tiempo Franco fanfarroneaba orgulloso de su amistad imperecedera con Hitler y Mussolini, así como de su contribución al “gran” movimiento fascista. Ahora se desvive por demostrar que él es, en realidad, un apóstol de la democracia. Sabedor de que su marchamo de democracia resulta un tanto singular para los observadores extranjeros, Franco insiste en que se trata de un producto netamente español. Lo llama “democracia orgánica” y no para en su afán de introducirle todo tipo de mejoras.
Hasta el examen más superficial de esta “democracia orgánica” revela que es lisa y llanamente fascismo que trata por todos los medios de parecer otra cosa.
Los partidos políticos no están permitidos en España excepto la Falange, movimiento fascista que dirige el propio Franco.
Los sindicatos democráticos han sido destruidos o bien empujados a la clandestinidad. En su lugar se han formado los sindicatos verticales[2] , remedo del Frente del Trabajo de Hitler y de las Corporaciones de Mussolini. Por medio de estos “sindicatos” fascistas la Falange controla toda la industria y la agricultura.
Hoy, más de seis años después de la guerra civil, hay una rígida censura interna. Aun así, si la censura se aboliera oficialmente apenas se notaría, puesto que la Falange controla todos los periódicos legales. La misma censura se aplica a los libros y las películas, y a menudo llega a extremos insospechados.
A juzgar por las restricciones impuestas a los desplazamientos internos, toda España es zona militar. Un español que desee viajar de una ciudad a otra tiene que explicar los motivos a la policía y obtener un permiso.
Además de todas estas manifestaciones de “democracia orgánica”, existe un ente ciertamente singular, las “Cortes”, es decir, el parlamento de Franco. Las integran 13 ministros, todos ellos nombrados por Franco; 103 miembros del Consejo Nacional fascista; 102 alcaldes y representantes provinciales nombrados directa o indirectamente por Franco; 27 miembros de las organizaciones profesionales fascistas, todos ellos designados; 50 miembros nombrados por Franco personalmente; y 142 “electos” de los distintos “sindicatos”.
Las elecciones “sindicales” se controlan escrupulosamente. No existe el voto secreto y se indica con toda claridad a quién deben votar los miembros de los “sindicatos”. Si alguien se equivoca, la policía franquista está ahí para recordárselo puntualmente.
El 13 de julio estas “Cortes” sui géneris aprobaron un documento titulado “El Fuero de los españoles”[3], que se anunció como un nuevo gran paso en el camino hacia la democracia.
El artículo 6 de este documento declara: “Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la Religión Católica”. La consecuencia directa es que si uno tiene la desgracia de ser español protestante, para casarse tendrá que irse a Portugal.
El artículo 12 dice: “Todo español podrá expresar libremente sus ideas mientras no atenten a los principios fundamentales del Estado”[4].
Brigadistas británicos: "!Cera al fascista!" |
Del “Fuero de los españoles” en su conjunto dice el corresponsal del Observer: “El documento en cuestión es la constitución más reaccionaria aprobada nunca a lo largo de la historia del constitucionalismo español”. El cualquier caso, el artículo 35 autoriza al gobierno a suspender la mayoría de dichos privilegios cuando lo estime necesario.
En la misma sesión de las “Cortes” en que se adoptó esta Declaración de derechos, se aprobó también la normativa aplicable para la celebración de elecciones municipales “democráticas”. La democracia, de nuevo, es de tipo “orgánico”. En las ciudades con más de 10.000 habitantes, el gobierno nombra al alcalde. En las ciudades y pueblos más pequeños es el gobernador civil –él mismo designado por el gobierno– quien lo nombra. Los alcaldes nombran a un tercio de los concejales y a los dos tercios restantes se les elige de entre los integrantes de listas presentadas por organizaciones “autorizadas”, es decir, fascistas. Franco, si tiene oportunidad, seguirá sin duda desarrollando esta curiosa forma de democracia, incorporando con toda probabilidad a un rey fascista a este sistema.
V. La voz de su amo
La actuación de Franco como apóstol de la paz es equiparable a todos sus afanes de pionero de la democracia. Después de haber ayudado a Hitler a lo largo de la guerra, se presenta ahora como ideal componedor de tratados. En San Francisco y Potsdam ya quedó bien claro que los aliados no necesitaban la ayuda de Franco ni en ésta ni en ninguna otra calidad. Sin embargo, Franco sigue aferrado a su única esperanza –la misma que movía a Hitler, a Goebbles o al almirante Doenitz–, la esperanza de poder destruir la alianza de las Naciones Unidas. Franco está dispuesto a hacer todo lo posible, como dictador desacreditado que es, por lograr ese objetivo.
Que ése es su propósito se desprende con toda claridad de innumerables programas de radio, artículos aparecidos en la prensa controlada por la Falange, etc., si bien el empeño más ambicioso de Franco, de los conocidos hasta la fecha, fue su carta a Winston Churchill en el otoño de 1944.
“Destruida Alemania –decía Franco– y consolidada por Rusia su posición preponderante en Europa y Asia, así como consolidada en el Atlántico y en el Pacífico la de Norteamérica, como nación más poderosa del Universo, los intereses europeos, ante una Europa quebrantada, padecerían la más grave y peligrosa de las crisis”.
“Comprendo muy bien –proseguía Franco– que razones militares inmediatas no permitirán a los ingleses responsables comentar este aspecto de la contienda universal pero la realidad existe y la amenaza queda pendiente”. En la guerra, tres naciones se han destacado como “fuertes y viriles: Inglaterra, Alemania y España; mas destruida Alemania, sólo queda a Inglaterra otro pueblo en el Continente a que volver sus ojos: España”.
Lo que Franco proponía era de hecho una cruzada antisoviética. Ésta es la piedra angular de su política exterior, que cuenta, no obstante, con otras líneas complementarias, tales como diversificar sus relaciones con los países de Iberoamérica y los EEUU, obtener réditos de las dificultades francesas en el Mundo Árabe, introducir agentes en Francia para provocar incidentes en el exilio español, etc.
Detrás de todas las tramas que pretenden establecer regímenes fascistas en los países iberoamericanos, hay agentes franquistas que, gozando con frecuencia de inmunidad diplomática, trabajan hombro con hombro con huidos nazis.
Casi a diario se puede escuchar al espectro del difunto Dr. Goebbels por los micrófonos de la radio franquista.
No sólo los rusos provocan la irritación de Franco. El 1 de julio, en el transcurso de un programa de radio emitido para Iberoamérica, se afirmaba que la BBC seguía “insultando” a España. El “oro rojo” era la explicación que se daba, al tiempo que se planteaba la simpática propuesta de que “la BBC ponga precio para parar esto y ya veremos si se puede hacer algo”. Desgraciadamente, en las últimas semanas la BBC ha dejado de darle motivos a Franco para sentirse ofendido.
Apenas sorprende que la embajada de EEUU en Madrid considerase necesario acusar en su publicación oficial a aquellos que en España “bajo la apariencia de “noticias” continúan en el extranjero el trabajo del Dr. Goebbels”: son los mismos que “dieron con júbilo la bienvenida al “Nuevo Orden” y proclamaron su simpatía por las ideas del nacionalsocialismo”. Estas personas, decía la publicación estadounidense, a día de hoy “se dedican a preparar” una nueva conflagración, que “esperan con la mayor desvergüenza” y “desean se produzca entre Rusia y los angloamericanos”.
VI. El Movimiento de Resistencia
Cuando la mayoría de los gobiernos europeos cedía ante las amenazas fascistas, fue el pueblo español quien dio a la democracia su gran grito de combate: “No pasarán”. Fue una española quien dijo: “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”, y fue un presidente del gobierno español, el Dr. Negrín, quien afirmó: “Resistir es vencer”.
“Comprendo muy bien –proseguía Franco– que razones militares inmediatas no permitirán a los ingleses responsables comentar este aspecto de la contienda universal pero la realidad existe y la amenaza queda pendiente”. En la guerra, tres naciones se han destacado como “fuertes y viriles: Inglaterra, Alemania y España; mas destruida Alemania, sólo queda a Inglaterra otro pueblo en el Continente a que volver sus ojos: España”.
Lo que Franco proponía era de hecho una cruzada antisoviética. Ésta es la piedra angular de su política exterior, que cuenta, no obstante, con otras líneas complementarias, tales como diversificar sus relaciones con los países de Iberoamérica y los EEUU, obtener réditos de las dificultades francesas en el Mundo Árabe, introducir agentes en Francia para provocar incidentes en el exilio español, etc.
Detrás de todas las tramas que pretenden establecer regímenes fascistas en los países iberoamericanos, hay agentes franquistas que, gozando con frecuencia de inmunidad diplomática, trabajan hombro con hombro con huidos nazis.
Casi a diario se puede escuchar al espectro del difunto Dr. Goebbels por los micrófonos de la radio franquista.
No sólo los rusos provocan la irritación de Franco. El 1 de julio, en el transcurso de un programa de radio emitido para Iberoamérica, se afirmaba que la BBC seguía “insultando” a España. El “oro rojo” era la explicación que se daba, al tiempo que se planteaba la simpática propuesta de que “la BBC ponga precio para parar esto y ya veremos si se puede hacer algo”. Desgraciadamente, en las últimas semanas la BBC ha dejado de darle motivos a Franco para sentirse ofendido.
Apenas sorprende que la embajada de EEUU en Madrid considerase necesario acusar en su publicación oficial a aquellos que en España “bajo la apariencia de “noticias” continúan en el extranjero el trabajo del Dr. Goebbels”: son los mismos que “dieron con júbilo la bienvenida al “Nuevo Orden” y proclamaron su simpatía por las ideas del nacionalsocialismo”. Estas personas, decía la publicación estadounidense, a día de hoy “se dedican a preparar” una nueva conflagración, que “esperan con la mayor desvergüenza” y “desean se produzca entre Rusia y los angloamericanos”.
VI. El Movimiento de Resistencia
Cuando la mayoría de los gobiernos europeos cedía ante las amenazas fascistas, fue el pueblo español quien dio a la democracia su gran grito de combate: “No pasarán”. Fue una española quien dijo: “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”, y fue un presidente del gobierno español, el Dr. Negrín, quien afirmó: “Resistir es vencer”.
Hoy, sin embargo, algunos “entendidos” en política internacional pretenden hacernos creer que ese mismo pueblo español se ha convertido en una especie de masa pasiva que quizá odie a Franco, sí, pero que, a su vez, está totalmente paralizado por el terror que le produce la idea de una nueva guerra civil.
Por supuesto que el pueblo español no quiere una guerra civil. Lo que quiere es recuperar su libertad, acabar con el reino del hambre, la humillación y el terror, así como reemprender la marcha hacia ese horizonte de progreso y justicia social que le ofrecía la República antes de la rebelión franquista.
Los demócratas españoles saben demasiado bien que no se trata tanto de evitar una nueva guerra civil cuanto de poner fin a la guerra civil en curso que Franco declaró contra la mayoría de los españoles hace diez años.
En 1944 se produjeron más de 260 enfrentamientos armados entre las guerrillas españolas y las fuerzas franquistas. El alcance e intensidad de los choques armados ha aumentado de modo considerable desde la derrota alemana. Personas dignas de confianza que mantienen contactos con el Movimiento de Resistencia afirman que su capacidad es perfectamente comparable, en estos momentos, a la del maquis francés antes del Día D.
Quienes condenan la lucha del Movimiento de Resistencia Español deben condenar, en buena lógica, la lucha conjunta de las Naciones Unidas contra Hitler y Japón.
En diciembre de 1942, cuando se decidía el futuro de la humanidad en Stalingrado, Franco pronunció un discurso en Sevilla en el que hizo una promesa solemne a Hitler: “Mantenemos nuestra política tradicional, nuestra adhesión a los pueblos que compartieron nuestras angustias. Si algún día Berlín estuviera en peligro, España, para defenderlo de las hordas rojas, enviaría un millón de hombres si preciso fuera”.
Con la mejor voluntad del mundo, Franco nunca logró enviar a combatir del lado del Eje a más de entre cincuenta y cien mil hombres. Y si no pudo enviar al millón prometido se lo debemos agradecer, sobre todo, a las fuerzas antifranquistas.
Años y años de pacientes sabotajes, voladuras de fábricas, descarrilamientos de trenes, destrucción u ocultación de cosechas destinadas a Alemania o ejecuciones de nazis, falangistas y “héroes” de la División Azul, mermaron la capacidad de Franco en apoyo de sus amos alemanes.
La actividad republicana en España no ha cesado ni un instante. Desde el mismo momento en que se produjo la victoria militar franquista, algunas organizaciones republicanas emprendieron la lucha clandestina, que, por otra parte, se había desarrollado durante toda la guerra en la zona fascista. El pueblo había sufrido una gran derrota y la lucha de los combatientes de la Resistencia era sumamente complicada y costosa. Algunos dirigentes políticos retornaron del exilio para sumarse a la lucha. Isidoro Diéguez, comunista madrileño, y el dirigente vasco [Jesús] Larrañaga fueron algunos de quienes volvieron a España. Ambos fueron detenidos por los falangistas, torturados y fusilados.
Quienes comparan las condiciones de la España de Franco con las de la Alemania nazi olvidan con frecuencia una diferencia crucial. Franco nunca ha conseguido ganarse a la mayoría de la población. Nunca ha dispuesto de un ejército gigantesco de partidarios incondicionales, con decenas de miles de espías y propagandistas voluntarios en cada esquina. Los luchadores de la Resistencia han gozado siempre de la simpatía del pueblo, que les brinda un apoyo cada día más activo.
Otoño de 1943 fue un punto de inflexión en la lucha. Representantes de los partidos republicanos y de las organizaciones sindicales en España se reunieron en secreto en Madrid, zanjaron sus diferencias y se unieron en torno a un programa de lucha contra Franco y la Falange. Se creó la Junta Suprema de Unión Nacional para dirigir la Resistencia.
Antes de finales de 1944, la Junta Suprema incluía representantes de los socialistas, comunistas, republicanos, católicos del Partido Popular, miembros de las dos organizaciones sindicales (UGT y CNT), de los sindicatos agrarios católicos, nacionalistas vascos y catalanes, y, por último, los masones españoles.
El programa político de la Junta se puede resumir así: “Derrocamiento del régimen de Franco por medio de la lucha del pueblo español y establecimiento de un gobierno de unidad nacional legalmente constituido en el que estarán representadas todas las tendencias políticas, con excepción de aquellas sometidas a un poder extranjero”, es decir, los falangistas.
[1]
Probable retraducción. [N. de los t.]
[2] En
español en el original. [N. de los t.]
[4] La
cursiva es del autor. [N. de los t.]
[5] La
cursiva es del autor. [N. de los t.]
1 comentario:
"¡Cera al fascismo!" Siempre, camarada Forneo, siempre. Y de la que arde. Y "al fascista", como dices, que es al fascismo lo que la vela a la cera. Porque no hay más cera que la de las velas, que es, justamente, la que arde y debe arder.
Creo que la pancarta de los camaradas inglesa debía de decir "LA disciplina proletaria venCERA AL FASCISmo". Pero claro que sí, Forneo: ¡Cera siempre al fascismo y a los fascistas!
Sade
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