Intelectual, diplomático y activo comunista peruano, nacido el 4 de noviembre de 1902. A través de José Carlos Mariátegui, de quien fue discípulo y sería biógrafo, asiste invitado por la Komintern en 1927 a las conmemoraciones de los diez años de la Revolución de Octubre, celebradas en Moscú, y después, comisionado junto con el también peruano Julio Portocarrero, al IV Congreso de la Internacional Sindical Roja, Profintern (Moscú, marzo 1928). Activo militante comunista fue expulsado de Francia en diciembre de 1930, junto con César Vallejo y Juan Luis Velázquez: detenidos los tres en París, se les dio un plazo de setenta y dos horas para salir del país, que aprovecharon para trasladarse a Madrid.
En España presencia el final de Alfonso XIII de Borbón como rey, la proclamación de la República burguesa en 1931 y su evolución que culmina en la guerra civil. Desde 1931 actúa por Madrid como representante de la Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza, de la Federación Universitaria Hispanoamericana y como miembro de la Unión Internacional de Escritores Proletarios Revolucionarios (calidad con la que publica en 1932 el opúsculo Urbes del capitalismo, en Ediciones Proletarias).
Firmante habitual de escritos de protesta, ofrece en 1933, en Octubre, un interesante análisis sobre «El juego de los imperialismos en América Latina y Oriente». Un artículo suyo dedicado a Unamuno inaugura en enero de 1935 el primer número de Nueva Cultura, de Valencia («Unamuno, 'expresión de España'»); forma también parte por entonces de la redacción de Nuestro Cinema.
En junio asiste en París al Congreso Internacional de los Escritores en Defensa de la Cultura. Durante la guerra civil española colabora en El Mono Azul (ya en julio de 1936 forma entre los abajo ofirmantes del Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura).
Colaborador habitual de la Revista Octubre, en el número de octubre-noviembre de 1933 describe la situación de los niños de la Unión Soviética quince años después del triunfo de la Revolución Bolchevique, en contraste de la terrible situación de la infancia en los países sometidos a la tiranía del capital, donde "el niño proletario sigue la suerte de su clase. Crece analfabeto, hambriento, enfermo".
El niño en la Unión Soviética, Armando Bazán, Revista Octubre, Madrid, octubre-noviembre 1933, número 4 y 5, página 54
En España presencia el final de Alfonso XIII de Borbón como rey, la proclamación de la República burguesa en 1931 y su evolución que culmina en la guerra civil. Desde 1931 actúa por Madrid como representante de la Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza, de la Federación Universitaria Hispanoamericana y como miembro de la Unión Internacional de Escritores Proletarios Revolucionarios (calidad con la que publica en 1932 el opúsculo Urbes del capitalismo, en Ediciones Proletarias).
Firmante habitual de escritos de protesta, ofrece en 1933, en Octubre, un interesante análisis sobre «El juego de los imperialismos en América Latina y Oriente». Un artículo suyo dedicado a Unamuno inaugura en enero de 1935 el primer número de Nueva Cultura, de Valencia («Unamuno, 'expresión de España'»); forma también parte por entonces de la redacción de Nuestro Cinema.
En junio asiste en París al Congreso Internacional de los Escritores en Defensa de la Cultura. Durante la guerra civil española colabora en El Mono Azul (ya en julio de 1936 forma entre los abajo ofirmantes del Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura).
Colaborador habitual de la Revista Octubre, en el número de octubre-noviembre de 1933 describe la situación de los niños de la Unión Soviética quince años después del triunfo de la Revolución Bolchevique, en contraste de la terrible situación de la infancia en los países sometidos a la tiranía del capital, donde "el niño proletario sigue la suerte de su clase. Crece analfabeto, hambriento, enfermo".
***
El niño en la Unión Soviética, Armando Bazán, Revista Octubre, Madrid, octubre-noviembre 1933, número 4 y 5, página 54
"En el período posterior inmediato a la Revolución de Octubre, los niños morían de frío y de hambre por millares en toda la extensión de la Unión Soviética. La gran crueldad y el ensañamiento del mundo capitalista pusiéronse de manifiesto una vez más en esa ocasión. El bloqueo económico y militar, sólo fue vencido por la resistencia heroica y por la fuerza nueva, insospechada, indeclinable que traía la revolución proletaria. Vino el período de la reconstrucción. Así como los campos se encontraban en completo abandono y las fábricas en entera ruina, así también la existencia de las escuelas había pasado a la historia. Hubo que crearlas de nuevo siguiendo el ritmo exacto del cultivo de los campos, y la actividad de las fábricas. Hubo escuelas para los niños que tenían padres, pero, quedaban aún en el desamparo total –no sólo sin escuelas, sino también sin pan y sin abrigo– millares de niños, huérfanos y vagabundos.
Diez años después de la Revolución de Octubre, los había aún en las ciudades y en los campos soviéticos. La prensa venal de todos los países contaba el hecho con alegría maligna. «¿En ésto consiste la felicidad del paraíso bolchevique?», se preguntaba fingiendo asombro y piedad cuando se hablaba de esos niños vagabundos. Tamaño defecto en un país que acababa de vencer las dificultades más grandes que se han opuesto para evitar su desarrollo, a pueblo alguno sobre la Tierra, era inexcusable para esos viles filisteos que pasan tocando con el pié y el gesto desganado a esos niños escuálidos y semidesnudos de sus propias ciudades. Diez años solamente, diez años era todo el plazo otorgable para que la Unión Soviética trajera el paraíso a sus territorios: la burguesía, sin embargo, no había podido, no ha podido atenuar ninguno de esos grandes males en el transcurso de decenios.
Han transcurrido ahora quince años después de la Revolución de Octubre. El analfabetismo está virtualmente aniquilado en todo el territorio soviético. Los profesores enseñan a los estudiantes, los estudiantes a los niños, los niños a los obreros y campesinos ancianos. La Unión Soviética entera es una escuela gigantesca donde se está forjando la cultura del porvenir. Los niños vagabundos han desaparecido de las ciudades y los campos. Escuelas de estilo y contenido completamente desconocidos en el mundo capitalista, han hecho de ellos hombres útiles para la sociedad: mecánicos, ingenieros, electricistas, agricultores, aviadores, escritores, artistas.
Escuelas para los hijos de los obreros y de los campesinos soviéticos: pero también para otros niños: para los hijos de aquellos obreros y campesinos que la opresión burguesa deja en la desocupación y en el hambre, o sepulta en las cárceles, o sepulta en los cementerios, acribillados de balas.
Las revoluciones, no prometen nunca el advenimiento del paraíso: las revoluciones son pasos inevitables hacia nuevas formas de vida, hacia el perfeccionamiento doloroso y lento de la sociedad humana. No había pues por qué exigir el paraíso inmediato a la Revolución rusa. Sin embargo, sólo quince años han pasado y el analfabetismo no existe ya en la U. R. S. S. como tampoco existen los niños vagabundos, ni los hambrientos.
¿De qué pueden vanagloriarse mordazmente ahora los países civilizados del mundo capitalista?
Entre los cuarenta millones de obreros parados que el capitalismo ha excluido de la actividad y de la vida normal, la mayoría tienen hijos. Y el subsidio de paro, en los países donde lo hay, no alcanza a cubrir ni las más elementales necesidades de nutrición. El niño proletario sigue la suerte de su clase. Crece analfabeto, hambriento, enfermo. Su vida desde que comienza, está condenada al sufrimiento. Más aún. Hasta desde antes de nacer, conoce ya las privaciones en el mismo vientre de la madre trabajadora que continúa en la brega cotidiana con el hijo avanzado en sus entrañas. Absurdo sería esperar algo para el niño proletario, de este régimen social que le oprime. Sólo la revolución que en la Unión Soviética ha cambiado su suerte, es lo único que podrá también mejorarla universalmente al extenderse por toda la faz de la tierra".
Han transcurrido ahora quince años después de la Revolución de Octubre. El analfabetismo está virtualmente aniquilado en todo el territorio soviético. Los profesores enseñan a los estudiantes, los estudiantes a los niños, los niños a los obreros y campesinos ancianos. La Unión Soviética entera es una escuela gigantesca donde se está forjando la cultura del porvenir. Los niños vagabundos han desaparecido de las ciudades y los campos. Escuelas de estilo y contenido completamente desconocidos en el mundo capitalista, han hecho de ellos hombres útiles para la sociedad: mecánicos, ingenieros, electricistas, agricultores, aviadores, escritores, artistas.
Escuelas para los hijos de los obreros y de los campesinos soviéticos: pero también para otros niños: para los hijos de aquellos obreros y campesinos que la opresión burguesa deja en la desocupación y en el hambre, o sepulta en las cárceles, o sepulta en los cementerios, acribillados de balas.
Las revoluciones, no prometen nunca el advenimiento del paraíso: las revoluciones son pasos inevitables hacia nuevas formas de vida, hacia el perfeccionamiento doloroso y lento de la sociedad humana. No había pues por qué exigir el paraíso inmediato a la Revolución rusa. Sin embargo, sólo quince años han pasado y el analfabetismo no existe ya en la U. R. S. S. como tampoco existen los niños vagabundos, ni los hambrientos.
¿De qué pueden vanagloriarse mordazmente ahora los países civilizados del mundo capitalista?
Entre los cuarenta millones de obreros parados que el capitalismo ha excluido de la actividad y de la vida normal, la mayoría tienen hijos. Y el subsidio de paro, en los países donde lo hay, no alcanza a cubrir ni las más elementales necesidades de nutrición. El niño proletario sigue la suerte de su clase. Crece analfabeto, hambriento, enfermo. Su vida desde que comienza, está condenada al sufrimiento. Más aún. Hasta desde antes de nacer, conoce ya las privaciones en el mismo vientre de la madre trabajadora que continúa en la brega cotidiana con el hijo avanzado en sus entrañas. Absurdo sería esperar algo para el niño proletario, de este régimen social que le oprime. Sólo la revolución que en la Unión Soviética ha cambiado su suerte, es lo único que podrá también mejorarla universalmente al extenderse por toda la faz de la tierra".
2 comentarios:
Extraño comunista Bazán, quien muy pronto, antes del final de la Guerra de España, volvió a Perú, en donde medró en los aledaños del poder hasta lograr plaza como funcionario en la carrera diplomática. Sus escritos desde entonces son de una gran simplicidad política, abandonando lo que tuviera de marxista y optando por una especie de cristianismo social, quizás cercano a la llamada Acción social católica. Se suicidó con sesenta años de edad.
Lamentablemente, hay muchos como él, lo que no niega que sus escritos en su época de compromiso sean buenos.
En un artículo publicado en International Press Correspondence, sobre “La Guerra Civil en España y el proletariado internacional”, el camarada Ercoli, Paolo Togliatti, uno de los futuros valedores, junto con Carrillo, del eurocomunismo, escribia:
“Los recientes acontecimientos en España han proporcionado una vez más un convincente ejemplo práctico de la validez internacional del leninismo y del bolchevismo. La victoria de la revolución exige estrategia revolucionaria y táctica revolucionaria. No existen táctica ni estrategia revolucionarias fuera de la práctica y la teoría del bolchevismo. (...)".
¿Significa que por su cambio de rumbo posterior debemos renegar de sus palabras previas?
La historia del comunismo esta llena de abandonos y cambios, pero independientemente de que Bazan sea tachado o no de "comunista extraño", y de sus actos posteriores, el testimonio sobre los niños de la Unión Soviética es rotundo. Otra cosa es que me digas que no está de acuerdo con sus palabras y crees que los "niños proletarios" viven mejor bajo el capitalismo que vivían quince años despues del triunfo revolucionario de Octubre en la URSS, que es de lo que se trata en la entrada. Entonces, puedes criticar sus palabras, aunque evidentemente estarías equivocado al negar la realidad.
Por otro lado, la amistad de Mariategui y Bazán duró hasta la muerte del primero, del que segundo seria biografo. De él dice:
"Mariátegui, el año 1922, ya animado de una fe profunda y virginal, no podía tener ojos sino para ver la profusión de locales donde se exhibían los retratos de Marx y de Engels; no podía tener oídos sino para escuchar la Internacional, que se cantaba en todas partes: en los teatros, en los cafés, en las plazuelas:
—Alemania será el segundo país soviético de Europa— afirmaba por eso, el año 1926 a sus amigos. —Ya verán ustedes cómo por ese lado se rompen las compuertas y la ola formidable se extiende por todos los confines del viejo mundo.
La muerte, al alejarle tan prematuramente de este mundo, le llevó, por lo menos, con esa deslumbradora esperanza viva y palpitante en su corazón".
Parece ser que tras la Guerra Civil provocó a Bazán ciertos problemas mentales. El horror le venció. Eso puede desvelar su falta de fortaleza menal, su débil resistencia, o cualquier otra cosa, pero no que lo que escribió a favor de Mariategui o del marxismo, de la Unión Soviética o de sus infantes en los años 30, fuera mentira o sea motivo de crítica para Bazán.
Saludos
Publicar un comentario