Miguel Hernández, de cuya muerte en una cárcel fascista se cumplen hoy 77 años, escribió los siguientes versos en plena lucha de los pueblos y los trabajadores de España contra la bestia fascista, reiterando la necesidad, constante en su poesía, de no cesar en la lucha "para acabar con las fieras que lo han sido tantas veces". Aunque hayan pasado ya tantos años, aquellas fieras siguen hoy campando a sus anchas, impunes, sobre el gran cementerio en el que convirtieron España, mientras continúan subyugando a los hijos y nietos de sus víctimas.
Continuamos "sentados sobre los muertos", sobre aquellos "zapatos vacíos" que hay en las miles de fosas comunes que forman hoy el subsuelo ansioso de justicia de toda la tierra del estado español y de los pueblos que lo forman.
Continuamos "sentados sobre los muertos", sobre aquellos "zapatos vacíos" que hay en las miles de fosas comunes que forman hoy el subsuelo ansioso de justicia de toda la tierra del estado español y de los pueblos que lo forman.
El franquismo sigue muy vivo, y ha seguido actuando sin solución de continuidad desde la muerte de Franco: contra los trabajadores, contra los pueblos, contra todo intento de acabar con su pervivencia y continuar la lucha de los que, como Miguel Hernández, sabían que contra la bestia fascista no valen las treguas ni las banderas blancas, sino que hay que luchar "mientras que te queden puños, uñas, saliva (...) y dientes".
"Aunque le falten las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes".
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes".
***
- SENTADO SOBRE LOS MUERTOS
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.
Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué ponerse,
hambriento y sin qué comer,
el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.
Aunque le falten las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.
Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
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