16 de diciembre de 2014

Biografias de la antitransición: Pablo Sorozabal



El objeto de la serie de biografías que hemos titulado “Biografías de la Antitransición”, cuya primera entrega publicamos ahora, es doble, doblemente revolucionario, entiéndase: por un lado, arrebatar de los tentáculos del olvido a que los ha arrojado el régimen actual a una serie de intelectuales que jamás se dejaron seducir por los cantos de sirena de la monarquía del 78, o por mejor decir, del 69, año en que el régimen fascista designó al monigote borbónico como sucesor del sangriento tiranuelo golpista nacido en El Ferrol; por otro, y quizá más importante, recuperar para la causa revolucionaria, de ruptura abierta contra este presente, a unos hombres y mujeres de quienes cierto progresismo travestido de radicalidad echa mano de cuando en cuando, pretendiendo hacerlos digeribles al delicado estómago pequeño burgués, para tratar así de desacreditar resistencias u organizar tablados de farsa electoral con que seguir dando cuerda al insoportable régimen imperante en el basurero capitalista en que vivimos. Para que a nadie quepa duda nos referimos a los vacuos teorizontes de la agresión de la OTAN contra Libia y Siria, a los filosofastros de la rendición de Euskalherria.


Precisamente, como se verá, en muchos de los biografiados la resistencia vasca desempeñó un papel de guía, de faro, de sus inquietudes intelectuales y revolucionarias. La amplia negativa del pueblo vasco a someterse al sainete borbónico y su heroica resistencia, que venía de atrás y se prolongaba como un destello luminoso entre las sombras, siniestras y diestras, de la “joven democracia”, sirvió de aglutinante de un pequeño grupo de intelectuales en que la figura colosal de José Bergamín hizo las veces de eslabón entre la generación que se batió en los campos de batalla contra el fascismo en la Guerra Revolucionaria de 1936-1939 y la que ahora, entonces, se negaba a embaular el inmenso trágala de mentira y desmemoria que tan bien representa la sonrisa campechana y babosa del monigote borbónico de turno.
No era tarea sencilla la de luchar contra la que se nos venía encima. Casi todos se habían subido a ese carro de los muertos vivientes, bautizado por la propaganda democrática como “Transición”; y cada cual con una misión bien definida: a Carrillo y su camarilla de traidores les tocaba desarticular el movimiento obrero y sus capacidades de autoorganización y lucha; a Arzallus y los nacionalistas vascos burgueses, mantener a Hegoalde dentro de España; a los “reformistas”, con Suárez a la cabeza, constitucionalizar a los asesinos y torturadores que habían dado 40 años de tranquilidad a la burguesía española.

Gracias, por una parte, a la resistencia popular, que vive en nuestra memoria en nombres como Reinosa, Euskalduna, Astander, la cuenca minera asturiana, los jornaleros andaluces, los astilleros gaditanos o, más recientes, como Gamonal o Can Bies, y, por otra, a los ensayos, los poemas, los artículos, incluso los sermones, de los biografiados, el éxito de la burguesía fue parcial, incompleto.

A todos ellos nuestro humilde homenaje.

***

Las biografías están tramadas a partir de información publicada en Internet, en libros y, en algunos casos, de recuerdos personales, y están realizadas con la colaboración del camarada Santiago Arroyo.



I- UNA REIVINDICACIÓN DE PABLO SOROZÁBAL SERRANO

Hasta qué punto no sería el comunista Pablo Sorozábal Serrano “intratable” –su pensamiento y su palabra comunistas-, que incluso algunos de quienes “glosaron” su figura y su obra en los días posteriores a su muerte, acaecida el 6 de septiembre de 2007, no pudieron evitar censurar –sí, ¡censurar!- uno de sus artículos más conocidos: su “Elogio sentimental del tanque ruso”, publicado en Egin años atrás.

No podían silenciar la muerte de Pablo Sorozábal. No se atrevieron a hacerlo ni en Gara[1].
No. Y como no tuvieron arrestos, no encontraron mejor modo de deshacerse del incómodo comunista que colgándolo de la soga del ditirambo y apretando bien alrededor de su cuello el nudo de la loa, hasta que su lengua roja, roja de comunista, asomara amoratada, posibilista. Es decir, había que rematar al comunista muerto como sólo son capaces de hacerlo los trosquistas: ¡A comunista muerto, gran alabanza! Lo de siempre: ni el «¡Viva la muerte!» alla Millán-Astray, ni el valiente «¡Muera la vida!» con que le respondió Unamuno, sino el cobarde y abyecto «¡Viva la vida muerta!», lema y emblema de todos los posibilismos.

El cumplido papel de enterradores del comunista Sorozábal se lo repartieron entre un tal Darwin Palermo y el filosofastro Alba Rico, este último encargado de arrojar la última paletada de lisonja necrofílica.

Con un cinismo de más calibre que los cristales de los lentes del mismísimo Trosqui, publicaba el tal Palermo en Rendición (www.rebelion.org/noticia.php?id=55927) la siguiente versión del mencionado “Elogio sentimental del tanque ruso”:

“Casi todo el mundo parece estar muy contento porque el tanque ruso ha hecho mutis por el foro. Pues bien, lamento mucho dar la nota, siento –lo siento por mí– no unirme al coro, pero es que me resulta imposible. No es que me guste practicar el esnobismo de ir a contrapelo. Al contrario, lo detesto. Uno de mis mayores placeres (y declaro que el hedonismo es lo mío) consiste en no discrepar de la mayoría, sino coincidir con ella. (…) Pero (…) debo confesar, y confieso, que aquel ente mítico pero real, aquella fiera de plomo y acero (discúlpenme los estilistas del idioma por la vulgaridad de la metáfora, y los ingenieros armamentísticos por el presumible error metalúrgico) siempre fue objeto de mis amores. Sí, siempre amé, y sigo amando con pasión, con ternura, con devoción y con devoción y con delirio al carro de combate del Ejército Rojo, más conocido por ‘tanque ruso’.

Pese a mi extrema juventud (sólo llevo en este mundo cincuenta y cinco años), mis relaciones amorosas con el tanque ruso datan de muy atrás. Sin pretensiones de exactitud, me atrevería, sin embargo, a afirmar que mi affaire erótico con el tanque ruso dura ya cuarenta y cinco años. Todo comenzó, sin duda, cuando mi padre me habló por primera vez de aquellos tanques rusos que acudieron en ayuda de los milicianos y se lanzaron a contener el formidable embate de la no menos formidable máquina de guerra que italianos y alemanes habían puesto a disposición del general Franco.

(…) Siempre odié la guerra y la odio. Siempre amé la paz, y la amo. He aquí justamente la razón por la que el tanque ruso suscitó en mí tan hondos sentimientos de ternura, de admiración y solidario fervor. El tanque ruso enarbolaba la bandera de la hoz y el martillo, la roja bandera del comunismo internacionalista, esto es, la bandera de la paz, la razón, la humanidad y la justicia. Ahora bien, si es cierto que el tanque ruso se convirtió en símbolo de la victoriosa revolución socialista decidida no sólo a terminar de una vez por todas con la barbarie capitalista en los territorios del antiguo imperio zarista, sino a frenar y contener dicha barbarie en el resto del mundo, también es cierto que otras armas en manos bolcheviques no eran menos merecedoras de ternura, fervor y solidaria admiración, como la artillería, pesada o ligera, la audaz y temible artillería soviética, como las baterías de cohetes Katiuska, los fusiles automáticos Kalashnikov o la aviación de caza, sin olvidar las bombas nucleares y sus misiles portadores, cuya existencia (conseguida con tan enormes sacrificios del pueblo soviético) logró impedir, a principios de los años cincuenta, que el imperialismo, con EEUU a la cabeza, continuara arrojando las suyas sobre ciudades indefensas, asesinando en un abrir y cerrar de ojos a centenares de miles de personas, como hizo en Hiroshima y Nagasaki.

Sí, lamento mucho herir la sensibilidad de las gentes de bien (…) si elijo estos tiempos que corren, justo éstos, para hacer mi elogio sentimental del tanque ruso. Pero es que a uno, francamente, le trae sin cuidado quedar mal ante la inmarcesible y viril inocencia que brilla en los ojos de los demócratas de hoy (fascistas de ayer y de siempre). Por eso no me privaré tampoco de proclamar que ando ahora preocupado sentimentalmente por la armas de Cuba, y que si en mi mano estuviera, le diría al gran Fidel: Comandante, acépteme estos cientos de bombas nucleares y sus correspondientes misiles. Acéptemelos, se lo ruego, en nombre de Euskadi. Pero, desdichadamente, no tengo bombas ni misil que regalar a la Revolución cubana, así que me veo obligado a limitar mi solidaridad a unos gramos de leche en polvo o penicilina, más que nada como símbolo del bloqueo de la isla y, también, como escupitajo contra la jeta de esos traidores, mafiosos, bandidos, canallas, ladrones y malnacidos (sic) que, en la patria de Lenin, han secuestrado, de momento, a mi bienamado tanque ruso.”

Por poco perspicaz que sea, el lector se habrá dado cuenta de que hay cuatro tajos –“(…)”- en la versión de un artículo que, íntegro, no ocupaba más de media página de periódico. ¿Qué pretendía esconder el censor Palermo detrás de cada bocado? ¿Qué es lo que le incomodaba tanto de un artículo que, sin embargo, parecía querernos ¡ensalzar!? ¿Cómo es que el siempre sutilísimo Alba Rico no se percató en su necrológica de los tijeretazos del censor, a quien, no obstante, citaba por sus inverosímiles nombre y apellido?

A día de hoy no es posible –nosotros no lo hemos conseguido- consultar en las páginas de las principales hemerotecas del país –incluidas las de todas las capitales vascas- ninguna versión digitalizada de la colección de Egin que nos permitiera desvelar el misterio. Y es que ese Egin en que escribió Pablo Sorozábal sigue siendo un enemigo declarado de la clase dominante y del sistema de dominación capitalista; por eso hay que acallarlo, silenciarlo, censurarlo… como hizo en Rendición, a su manera, la carcunda trosquista con el comunismo del comunista Sorozábal: maquillarlo, travestirlo, emascularlo, disfrazarlo de lo que no es y posibilitar su digestión para, por fin, meterlo a hombros por la puerta grande… del cementerio del olvido.

En su día, nosotros también leímos –y releímos con enorme satisfacción- el “Elogio sentimental del tanque ruso”, y en el artículo completo, si la memoria no nos falla después de tantos años, Sorozábal afirmaba algo así como que, en su opinión, Stalin, lejos de haber sido demasiado duro, fue demasiado blando.

¿Por qué censuraron los trosquistas esta frase y otras que, con casi total seguridad, eran de un tenor semejante? Porque se trataba de rematar al comunista muerto Pablo Sorozábal, porque había que acabar con la honradez y rectitud de su pensamiento comunista para, una vez edulcorado y desustanciado, ponerlo a los pies de los asnos de posibilismo trosquista.

***

Con el propósito de recuperar la colección de artículos que publicó Pablo Sorozábal Serrano en Egin, algunos tan memorables como “Vascos, vasquitos y españolazos” o aquél, extraordinario, sobre la dicción y la contradicción, hacemos un llamamiento a los camaradas vascos para que remitan a Valakia Roja aquella serie de artículos a fin de proceder, cuanto antes, a su edición completa en Internet.

***

Pablo Sorozábal Serrano nació en Madrid en 1934 y falleció en 2007, también en la ciudad de Madrid. Fue hijo del eminente compositor vasco Pablo Sorozábal y de la cantante Enriqueta Serrano. Bajo la tutela de su padre obtuvo una excelente y vasta cultura. Sus primeros años transcurrieron entre la calle de Luchana de Madrid, en el barrio de Chamberí, y la de Aldamar donostiarra; y entre Luchana y Aia (Guipúzcoa), los últimos.

Como músico, compuso Cantos de Amor y Paz, Cantos de Amor y Lucha, la ópera La tierra roja, así como obras corales y de cámara. Fue autor del Himno de la Comunidad Autónoma de Madrid, con letra compuesta por Agustín García Calvo. Con su padre compuso la música de Las de Caín, sobre la popular pieza teatral de los hermanos Álvarez Quintero, una de las comedias musicales españolas más bellas, que duerme el sueño de los justos desde su estreno en 1958.

Como escritor destacan sus Lloro por King Kong, La calle es mentira y La última palabra, galardonada en 1986 con el premio literario “Pío Baroja”. Esta última obra fue llevada al cine, dirigida por Jaime Chávarri, con el título de Tierno verano de lujurias y azoteas.

Realizó numerosas traducciones de gran calidad del alemán, francés e inglés, entre otros las Cartas a Felice, de Kafka, Effi Briest, de Theodor Fontane, y Historia de Woyzeck, de Georg Büchner, esta última en colaboración con Alfonso Sastre.

Fue, asimismo, fotógrafo eximio de escritores, compositores y de innumerables temas.

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LAS DE CAÍN

https://www.youtube.com/watch?v=1LX3XFywxDk


HIMNO DE LA COMUNIDAD AUTÓNOMA DE MADRID

https://www.youtube.com/watch?v=VCjZGAKZIdA


[1] Tan de tapadillo publicó Gara la noticia de la muerte de Pablo Sorozábal –en realidad, se limitó a reproducir la faena de aliño que Fernández Liria había publicado previamente en Rendición (www.rebelion.org/noticia.php?id=55874)-, que hubo quien ni se enteró http://old.kaosenlared.net/noticia/pablo-sorozabal-comunisa-abertzale.

1 comentario:

Piedra dijo...

Muy de agradecer el redescubrir a todos estos olvidados de la "democracia".

Saludos.

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