16 de julio de 2015

¿Luchamos para resucitar al condado de Auvernia? Contribución del blog Servir le Peuplea la comprensión de la lucha de los Pueblos dentro del Estado francés

Tras la decisión tomada en el seno de la Red de Blog Comunistas de publicar y traducir artículos propuestos por sus miembros con el fin de dar a conocer la situación concreta de diferentes paises y regiones, hemos traducido, y lo publicamos a continuación, el artículo del blog camarada Servir le Peuple, en el que analiza la lucha de liberación en Occitania en el marco de la lucha de clases:


¿Luchamos para resucitar al condado de Auvernia? Contribución de Servir le Peuple (Occitania) a la comprensión de la lucha de los Pueblos dentro del Estado francés

Nuestra lucha de afirmación y liberación como Pueblos en el marco de la lucha de clases. Estado cárcel, Pueblos negados, 'argumentos' centralistas seudoprogresistas y economía política

Al Estado francés centralizador, a lo largo de la Historia y hasta el presente, se le ha asociado, en especial, con nociones como “progreso” histórico, “modernidad” contra el “Medievo” e incluso con conceptos mucho más politizados como son el “progresismo”, el “universalismo”, las “Luces” etc., etc.; o, dicho de otro modo, con conceptos de “izquierda”, principalmente a partir de un discurso que pone en primer plano la “República” o los “valores republicanos”, nociones que, en el Estado español o en las naciones del Reino Unido, contienen aún toda una carga subversiva y revolucionaria, pero que en el Hexágono están vaciadas de sustancia y son completamente burguesas.

Es necesario indicar que el Estado francés es, de todos los existentes hasta la fecha, aquel en el que, sin duda, la burguesía se desembarazó con menos miramientos de las instituciones monárquicas, aristocráticas y administrativas, en cuyo seno había anidado desde finales de la Edad Media hasta la “edad adulta” del siglo XVIII. Desde entonces, la burguesía francesa puede revestirse con esta aura ante sus propias masas populares y el mundo entero. Algún día, no obstante, será menester, qué duda cabe, confrontar esta leyenda áurea con la realidad, en términos, por ejemplo, de radicalidad de la revolución agraria (¿afectó esto a muchos aristócratas y grandes propietarios, quienes, en otros casos, fueron simplemente sustituidos por “compradores”?) mientras existió una amplia clase campesina (hoy en día apenas quedan agricultores), o también en términos de importancia del catolicismo galicano en el pensamiento dominante que en la actualidad se declara “laico”.

En el Reino Unido o en el Estado español, a los que ya nos hemos referido, apenas sí quedan neofranquistas u orangistas que presenten la unificación estatal como un “triunfo de la civilización moderna sobre las obscuras edades medievales”. En Italia planeó durante bastante tiempo un cierto “mito garibaldino” de la Unidad, hasta el punto de que la Brigada internacionalista enviada combatir en “España” o incluso varias unidades de partidarios antifascistas (1943-45) llevaron el nombre de Garibaldi. Sin embargo, el movimiento comunista analizó la Unidad, también desde el principio (Gramsci), como una conquista colonial del Sur. Actualmente se observa una importante renovación de la conciencia sobre esta cuestión, en una línea claramente progresista (véase, por ejemplo, el sitio http://briganti.info/).

No obstante, en el Estado francés, cuando uno se aventura no ya a emitir una reivindicación independentista (sentimiento muy minoritario entre los pueblos del Estado francés, representando como máximo un 20% en Córcega ), sino simplemente a afirmar la existencia de los pueblos que hay en ese Estado, se le acusa muy a menudo de “querer hacer girar la rueda de la historia en sentido inverso”, de querer “resucitar el condado de Auvernia o el ducado de Aquitania”, etc., etc.

Se trata de un argumento tan estulto, que –como sucede a menudo ante la estolidez– nos deja atónitos, con la boca abierta, sin saber qué responder. Y a pesar de ello, es una cuestión que hay que estudiar a fondo ya que, como acabamos de decir, este tipo de razonamiento es absolutamente hegemónico.

Así pues, ¿qué podemos responder a dicho “argumento”? Pues bien, respondemos simplemente que la cuestión no reside en el difunto condado de Auvernia o el ducado de Aquitania, ni siquiera en la Córcega republicana de Paoli, sino en este mapa:



Aquí reside la cuestión para nosotros. Este mapa está extraído de un estudio “geosociológico” reciente, que dio lugar a un documental que se puede ver en francés en http://www.youtube.com/watch?v=f8sqxkCnWnI.

El mapa muestra, en blanco, los territorios geográficos que, de acuerdo con toda una serie de criterios (económicos, sociales, “conectivos” –de acceso a la información, a la cultura– o de acceso a los servicios públicos) son territorios de inclusión; y en azul, los territorios de exclusión, de desatención, las periferias. Muestra, esencialmente, dónde se concentran en el Estado francés la riqueza, el poder y las repercusiones de ambos, y dónde se concentran la explotación y todas las formas de opresión.

Lo que se dibuja con toda claridad es un cuadrilátero de blancura, esquemáticamente Ruán-Tours-Auxerre-Reims, con París en el centro, es decir, una Cuenca parisina de la que, ya a mediados del siglo XIX, se decía (Jules Michelet) que era la “verdadera Francia”, mientras que el resto no era “en absoluto lo mismo”; o hacia 1940 (el fascista Louis-Ferdinand Céline, antioccitano declarado), que sus “10 departamentos pagan más impuestos que el resto” del Estado, lo que era sin duda cierto y traducía precisamente la concentración de riqueza; y que resulta estar, también precisamente, (¿por casualidad?) allí donde el Estado se ha desplegado históricamente desde el siglo XIII. Además de ello, se observan también en blanco las metrópolis-enlace (Lyon, Toulouse, Burdeos, Nantes, Lille, etc.), enlaces del poder central; una serie de regiones costeras donde las vacaciones burguesas producen algunas repercusiones económicas; o zonas como Alsacia o el norte de los Alpes, que se benefician de la proximidad de Alemania y Suiza (columna vertebral económica europea).
Y en el resto… azul más o menos oscuro: manchas azules en las metrópolis blancas que son las zonas de exclusión urbanas (suburbios “guetos”, “zonas urbanas sensibles”), cuya población es hoy, en gran parte, de origen extraeuropeo (y que, antaño, venía de otros países de Europa… ¡o simplemente del campo y de otras regiones periféricas del Estado!); y sobre todo, mucho menos visibles en los medios, una serie de zonas relegadas en el ámbito rural, así como antiguas cuencas industriales, hoy en plena decadencia, donde se da un nivel de proletarización asombroso… que corresponden en gran medida a nuestras nacionalidades, cuya mera mención es “querer volver a los ducados de la Edad Media”.

En última instancia, lo que tenemos es, por una parte, las zonas donde la fuerza de trabajo proletaria (o campesina pobre) produce la riqueza y, por otra, las zonas donde la burguesía y la pequeña burguesía la reciben, sacando tajada del sistema: el orden social que refleja este mapa es precisamente el que queremos derribar.

¿El Estado francés centralizador, expresión del “progreso” histórico? , en efecto… En el sentido en que es la expresión, el producto y el instrumento del CAPITALISMO en tanto que fase histórica posterior y “superior” al feudalismo. ¡Pero dicho capitalismo no ha existido nunca tampoco sin multiplicar los crímenes contra el pueblo trabajador, y hoy, el orden del día es precisamente derribarlo! ¿Cómo, pues, pretender ser “anticapitalista” y conformarse con un estado de cosas que es su obra?

Como fase histórica concreta, el capitalismo se enfrentó, en efecto, con las fuerzas del feudalismo (aristócratas, religiosos y otros “antimodernos”) pero también... llevó a cabo una guerra sin cuartel contra las masas populares para aherrojarlas con las cadenas del Capital; aspecto que (por supuesto) la Historia escrita por la burguesía se ha esforzado en callar o en minimizar, pero que Marx describió perfectamente en el caso particular de Gran Bretaña. Y una vez ganada esta guerra, como sabemos todos, su base fue y sigue siendo la explotación del trabajo y la extorsión de éste, presión que se ha ido redoblando sobre las masas populares del mundo entero (ya que el capitalismo impera sobre todo o casi todo el planeta) a medida que el sistema se ha ido hundiendo en la crisis desde finales del siglo XIX (crisis de 1873 y siguientes).

Como producto, instrumento (el Estado en el sentido de sus instituciones) y base de acumulación fundamental (el Estado en el sentido de su territorio) del capitalismo en desarrollo y de su clase motriz, la burguesía, el Estado francés (absolutista, luego, alternativamente, republicano y monárquico constitucional, más tarde, definitivamente, republicano burgués) barrió, efectivamente, los viejos feudos y “el Estado en el Estado” que representaba la Iglesia… pero no solamente: también aplastó la miríada de pequeñas repúblicas populares campesinas que constituían cada pueblo o valle de montaña, e incluso las repúblicas burguesas de las ciudades, que coexistían con la autoridad señorial o a las cuales ésta se superponía; y sobre todo negó la realidad de los pueblos que se iba anexionando al compás de su expansión (occitanos, bretones, arpitanos, vascos y catalanes, corsos, picardos y ch’tis, alsacianos y de Lorena, etc.) para transformarlos en “súbditos” del rey y, posteriormente, en “ciudadanos” de la República, es decir, fuerza de trabajo destinada a generar la plusvalía del Capital.

Explotó, al servicio del Capital, a las masas trabajadoras y reprimió en sangre sus levantamientos, revueltas campesinas del siglo XVII (los Croquants occitanos, los Gorros rojos bretones) hasta las Comunas de 1871 (de París, pero también de Marsella, Lyon, Narbona, etc.).

Mucho antes y mucho mejor que muchos autoproclamados “marxistas” (incluso de nuestros días), comprendió la importancia política fundamental de la cultura; y, en consecuencia, impuso a las masas populares la lengua y la cultura de la clase dominante (lengua que fabricó en su Academia francesa a partir del habla noble y gran burguesa del Valle del Loira), a partir del siglo XVI (Edicto de Villers-Cotterêts de 1539) en la administración y a partir de la revolución burguesa (discurso del abate Grégoire de 1790) en la vida social cotidiana: cuando, pensaba la burguesía, “ellos (los obreros y los campesinos) hablen y piensen como nosotros, sólo se moverán dentro de los límites que les hayamos fijado…” Ése fue, especialmente, el papel de la escuela –esa otra gran vaca sagrada de toda la “izquierda” burguesa, incluida la autoproclamada “marxista”–, desempeñado desde el siglo XVII bajo la tutela de la Iglesia, y que en 1880, con Jules Ferry (cantor, por otra parte, de la conquista colonial), se transformó en “pública, gratuita, laica y obligatoria”. Este último exponía, por cierto, las cosas en los siguientes términos: “En las escuelas confesionales, los jóvenes reciben una enseñanza dirigida por entero contra las instituciones modernas”. En este caso el ataque apuntaba contra la Iglesia… pero también y sobre todo contra el contrapoder que ésta representaba para las masas campesinas, que había que someter definitivamente a la República burguesa. Y añadía inmediatamente: “Si este estado de cosas se perpetúa, es de temer que se constituyan otras escuelas, abiertas a los hijos de los obreros y campesinos, donde se enseñarán principios completamente opuestos, inspirados quizá en un ideal socialista o comunista, tomado en préstamo de tiempos más recientes, por ejemplo, de esa época violenta y siniestra comprendida entre el 18 de marzo y el 24 de mayo de 1871”. ¡En este caso, la alusión, alusión transparente, es a la Comuna de París, primer ensayo de dictadura del proletariado en la Historia de la humanidad!

Y todo ello, lo que acabamos de ver, el Estado francés lo hizo al servicio y en beneficio de un Capital formado por una pirámide burguesa cuya cima es la burguesía parisina, vinculada histórica y directamente al poder del Estado a su servicio; un Capital cuyos pueblos conquistados y negados (una “provincia”, de pro vincia en latín, a saber, un país “previamente vencido”, es decir, ¡conquistado!) se convirtieron en la fuerza de trabajo, y el territorio estatal, en la base primera de acumulación (antes de lanzarse a la conquista de las colonias de ultramar) para la producción de la riqueza; una riqueza que se dirige y concentra mecánicamente alrededor de París donde mora la “burguesía-amo”, la burguesía principal; lo cual da lugar a esta organización social del territorio, dividido en centros y periferias, que muestra a las claras el mapa.

Una organización socioterritorial en centros y periferias, producto de un orden social capitalista con el que precisamente pretendemos acabar…

Todo ello, hay que decirlo no obstante, no ha dejado nunca de suscitar resistencias, como lo muestra, por ejemplo, este otro mapa:


Este mapa muestra las rebeliones colectivas (es decir, los motines populares) por cantones contra las fuerzas del orden burgués entre 1800 y 1859, época de la “revolución industrial” en que la subsunción de las masas populares por el capitalismo se efectuó de manera especialmente brutal. Y si se observa, por supuesto, una concentración de estos levantamientos en los suburbios obreros de París, que hacen que, eventualmente, se tambaleen los regímenes, como en 1830, 1848, etc. (el París obrero donde se amontona, por lo demás, un proletariado… inmigrante proveniente de todas las “provincias” del Estado), también se ve con toda claridad que es en la PERIFERIA –en particular en Occitania, Bretaña y las regiones limítrofes, tierras de la Chuanería y también el Norte minero– donde se concentran las resistencias insurreccionales contra el orden capitalista triunfante… Territorios que corresponden en gran medida al azul del primer mapa; un azul que representa hoy ni más ni menos que los “CAMPOS” de la GUERRA POPULAR que queremos emprender.

El Estado francés no es ni una “expresión del progreso” entendida de manera abstracta e idealista (idea, desgraciadamente, compartida por gentes que se reclaman “marxistas”), ni tampoco una entidad “flotante” por encima de las clases y de su lucha: es –orgánicamente identificado con ella el aparato político-militar e ideológico-cultural de la clase que combatimos, ¡la burguesía!

Nuestra lucha no es una lucha “para resucitar” el condado de Auvernia o el ducado de Aquitania: es una lucha para derribar este Estado, los muros de esta prisión, y liberar a los pueblos y a sus trabajadores en ella encerrados.

No somos, para ser sinceros, “independentistas”, ni siquiera “autonomistas”: sencillamente no aceptamos ese paradigma burgués.

Somos revolucionarios que queremos el socialismo. Queremos arrebatar la mayor cantidad de territorios posible, así como los hombres y las mujeres que los pueblan, al orden capitalista para instaurar en ellos el socialismo, que es el proceso que debe conducir al comunismo. Y sobre estos espacios geográficos liberados, donde habremos abolido el orden social capitalista, empezando por sus instituciones guardianas, el Estado burgués, pretendemos establecer nuevas relaciones sociales y, en particular, nuevas relaciones entre los territorios y sus poblaciones, entre los pueblos nacionales (las nacionalidades sin sus burguesías); relaciones que no sean ya de dominación de unos y de subordinación de otros (pues la primera de las formas de dominación, la del Capital, habrá sido derribada), sino de federación democrática, fraternal y cooperativa entre los pueblos, hasta que el mundo entero, arrancado de las garras del capitalismo, entre en el comunismo. Una federación de pueblos que, como decía Lenin y lo repetirá Argala, supone pueblos libres; liberados de sus Estados-prisión y de toda relación de dominación, opresión o negación nacional: “Internacionalismo obrero significa la solidaridad de clase, expresada en el mutuo apoyo, entre los trabajadores de las diferentes naciones, pero respetándose en su peculiar forma de ser nacional.” (Argala).

Lo que queremos, en definitiva… es simplemente lo que imaginaba Lenin para la joven URSS que nacía bajo sus ojos, aunque desgraciadamente se fuera al traste por el “espíritu policíaco gran ruso”, como señalaba ya el gran dirigente bolchevique en sus últimos escritos, así como por los nacionalismos burgueses chovinistas y reaccionarios (muy especialmente en Ucrania), exacerbados por los enemigos de la “Patria de los Trabajadores” (la Alemania nazi y, más tarde, la Alianza Atlántica)1

Por todo lo anterior, nuestra afirmación del pueblo occitano, lejos ser una manifestación más nostálgica, “romántica”, del pasado medieval, es indisociable del ser comunistas. 

Como ya hemos escrito en varias ocasiones, NO HAY (sobre todo dentro de nuestro Estado metrópolis imperialista) "luchas de liberacion nacional", por un lado, y una lucha social, de clase, por otro, entre las cuales se trataría de encontrar una buena articulación, sino que nuestra afirmación y voluntad de liberación, como Pueblos negados por la construccion histórica de nuestro explotador, que es el Estado francés, son la expresión específica de la lucha de clases en nuestra situación concreta.

En definitiva, un poquito de patriotismo (en el sentido de apego a nuestros Pueblos reales, no de lealdad a la entidad "Francia"), quizás pueda parecer que nos aleja de la lucha de clases..., pero en realidad nos hace recuperarla!



1Siendo quizas necesario précisarlo, no se trata aqui de una critica destructiva y personalista de 'Stalin el Malo', a la manera antidialectica de la 'izquierda antitotalitaria' ; sino de enfocar en el aspecto especifico que nos interesa - la cuestion de las nacionalidades - contradicciones, límites de comprension, herencias del pasado (los siglos de zarismo), que forman parte del complejo proceso llevando de la sociedad de clases al comunismo, y que se han de superar. El triunfo revisionista hizo finalmente que estas tendencias chovinistas triunfaran, y los nacionalismos perifericos en reaccion terminaron provocando la disolucion de la URSS

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