12 de diciembre de 2013

HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN ITALIA (1960-2008) [2ª PARTE]

HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN ITALIA (1960-2008) [2ª PARTE]

3. Noviembre de 1970: la formación de las Brigadas Rojas y sus comienzos

Estos comienzos fueron la conclusión de un proceso ideológico-político que, desde el encuentro entre el núcleo de estudiantes de Trento y algunos grupos de vanguardia de la lucha obrera de Milán y la región de Emilia, había tomado forma en el Colectivo Político Metropolitano de Milán. Lugar de encuentro y coordinación interna de las luchas y, al mismo tiempo, órgano que elevaba el nivel del debate, en su seno comenzaron a perfilarse las directrices que condujeron al proyecto de lanzamiento de la Lucha Armada. Habrá una revista: Sinistra Proletaria (Izquierda Proletaria...), tiempo para decantar la posición política y para llevar a cabo las primeras experiencias.

El nivel teórico-ideológico expresado es, desde el principio, alto; constituye una buena síntesis de comprensión del ciclo de luchas internas y del contexto internacional, del posicionamiento frente al revisionismo moderno y a las vanguardias reales.

Esta síntesis hizo surgir la necesidad de superar la estrategia de “los dos tiempos” (acumulación de fuerzas por medio de la lucha de masas y el electoralismo para, más adelante, inaugurar el periodo insurreccional), que se había convertido, de hecho, en una de las razones de la putrefacción revisionista pero que gangrenaba también a la nueva izquierda extraparlamentaria con su incapacidad para comprender las contradicciones por las que precisamente los partidos se habían convertido en revisionistas, con su espontaneismo/seguidismo de las luchas de masas. La idea formulada –¡y aplicada- era que había que desarrollar una estrategia basada en la unidad de lo político-militar. Desde el principio, el proceso revolucionario debía contener sus elementos constitutivos, prefigurar el camino en sus posibilidades y necesidades, indicar, pues, claramente, en la práctica, cómo se podía pasar de las simples luchas inmediatas (por radicales que fueran) a niveles más altos, para abordar la cuestión fundamental: ¡la lucha por el poder! Quedó demostrado que jamás se habría crecido siguiendo a las masas, acompañando sus movimientos. Había que instaurar, construir, una dialéctica entre esas expresiones, fundamentales, y la tendencia revolucionaria, lo cual significaba: ideología, teoría, programa político, pero también (y sobre todo) su concreción en unos medios y una estrategia de lucha planteados subjetivamente. A saber, una Organización, cuyo objetivo fuera el Partido Comunista formado en el ejercicio de esta práctica, la unidad de lo político-militar, la lucha armada.

Es decir, el proyecto se basaba en la síntesis de los tres elementos esenciales:

- Una formulación de la autonomía proletaria (o de clase) como aportación y análisis concreto de las grandes luchas de masas que se desarrollaban (y en cuyo seno los camaradas se situaban como vanguardia reconocida), de su potencial y de sus límites infranqueables;

 - La decisión, por lo tanto, subjetiva, como colectivo militante, de formular una línea política, una estrategia para la Revolución, aquí en las metrópolis imperialistas, basada en los logros históricos del marxismo-leninismo y de la nueva oleada internacional (China, Vietnam, Cuba y América Latina). En palabras de los camaradas brasileños, precisamente: “hoy, la alternativa del poder proletario debe plantearse ya mismo en términos político-militares, dado que la lucha armada es la vía principal de la lucha de clases”;

 - Y una implantación teórico-ideológica adecuada al nivel expresado por las contradicciones de clase y al nivel de la relación de fuerzas internacional, los cuales hacían creer ampliamente en la madurez [de las condiciones] para el  tránsito hacia el Comunismo, como situación profundamente viva dentro de los movimientos. Aplicando que “sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario”, y buscando también las nuevas aportaciones: “la Revolución cultural es tan necesaria como la Revolución política.”

Para todos los que todavía dudan del calado y complejidad del proyecto (argumento esgrimido por tantos oportunistas que lo denigraron como “práctica de la ejemplaridad del gesto”), que lean este pasaje: “Creemos que la acción armada es sólo el momento culminante de todo un vasto trabajo político por el que se organiza la vanguardia proletaria. Y el movimiento de resistencia, en relación con sus necesidades reales e inmediatas. En otras palabras, para las BR la acción armada es el punto más alto de un profundo trabajo en el seno de la clase: es su perspectiva del poder.”

Así, las BR supieron dar curso y salida a las expresiones de la autonomía de la clase: el incendio de coches de jefes, fascistas y otros colaboracionistas en las fábricas, y también de policías sobre el terreno, se desarrollaba de una manera organizada y política. No se llevaba a la práctica a un nivel simbólico (por mucho que evidentemente también tuviera ese valor), sino concretamente, políticamente, como parte de los pasos del enfrentamiento político-social de la clase. Y más aún cuando se dio el paso de llevar a cabo algunos secuestros (de corta duración) de dirigentes de las grandes fábricas, en el centro de las luchas (Siemens y Fiat).

Esta audaz coherencia inmediatamente obtuvo el éxito político. El primer núcleo, frágil, del que hemos hablado, se extendió como una mancha de aceite: la Organización se implantó en muchas grandes fábricas y barrios de Turín, Milán, Génova y el Véneto. Era el éxito de la “apuesta”: la clase comprendía y respondía, entre otras cosas poniendo a su disposición los mejores de entre los cuadros militantes obreros (algo que se pudo percibir desde las primeras detenciones).

Las BR no estaban solas, en primer lugar porque asumían como propios comportamientos y formas de lucha muy extendidos en aquel momento, tales como los destrozos en las cadenas de montaje durante las manifestaciones internas, los sabotajes, los escraches a los jefezuelos fuera de la fábrica, etc., que llevaban a cabo los trabajadores. En especial la práctica de las manifestaciones internas [“cortèges internes”, en el texto en francés] fue la auténtica arma de las masas que marcaba el compás del desarrollo de una fase de lucha; las BR incorporaban, sometían dialécticamente, su iniciativa a todo ese contexto.

Y luego porque otros grupos militantes habían comenzado a situarse en la misma perspectiva y la misma práctica. Pero importantes diferencias ideológico-políticas crearon una distancia que se convirtió, con el tiempo, en cuestión de líneas diferentes; además, la naturaleza menos clara de esos otros grupos, su gestación política más complicada hizo que sus iniciativas y estructuras permanecieran durante mucho tiempo –hasta 1976- en una especie de limbo, sin reivindicaciones claras, empleando siglas diferentes, sin la correspondiente elaboración político-ideológica. También en este punto, por otra parte, deben reconocerse los rasgos de fuerza y coherencia estratégica que dieron la preeminencia a las BR (y su sola continuidad entre las organizaciones, hasta la fecha).

De hecho, la gran diferencia residía en la relación con el “Movimiento”, esa entidad general que abarcaba todas las luchas, esa especie de río donde todos nadaban. Todas las demás organizaciones mantuvieron una relación de complementariedad, de seguidismo en cierto sentido, siguieron siendo “movimentistas” (como se decía entonces). En última instancia, por lo tanto, una reedición de las divergencias entre leninistas y no leninistas.

4. Movimiento y gestación del campo de la autonomía obrera

Como ya se ha señalado, Potere Operaio constituyó un especie de crisol de diversas experiencias. Tras su suspensión, muchos de sus núcleos inervaron el Movimiento e impulsaron las iniciativas y el debate. En general fueron estos núcleos los que alimentaron y encuadraron el debate y las evoluciones posteriores, con la confluencia y agregación de otros sectores del Movimiento, en especial la confluencia con militantes de Lotta Continua (que se había fracturado en 1976, pero a diferencia de Potere Operario, de forma negativa, como resultado de una grave crisis de identidad y de perspectivas. En concreto la realidad reveló la existencia de todo un campo pequeñoburgués que iba a imitar los gestos de traición –la vuelta al redil paterno- de una gran parte de los “sesentayochistas”). Muchos colectivos territoriales y de fábrica, más una gran parte de los servicios de orden, se reencontraron después de la batalla interna (perdida) para avanzar hacia un proceso revolucionario que pasaba, en particular, por la etapa de armar a las masas.

Se percibían ya dos rasgos fundamentales de este paso político y organizativo, rasgos que serán determinantes y tendrán profundas consecuencias:

1) No existía una separación real entre el nivel de las masas y el que debería concebirse como estratégico, que si no era el Partido, al menos debía serlo la Organización. Esta última comenzaba a perfilarse como la federación de numerosos colectivos y comités locales (a menudo muy dignos, pero donde en cualquier caso predominaba la dimensión de masas y pública).

(2) Armar a las masas. Era ésta una consigna extremista, confusionista (de los niveles) y cargada de desviaciones militaristas, algo que ocurrió tal cual, con el tiempo, y que se hizo evidente con la activación de un sector muy defectuoso en ese sentido como los antes citados servicios de orden.

Se sucedieron aproximadamente dos años de experiencias en los que se tejió este nuevo entramado, cuya elaboración político-teórica quedó recogida en una densa publicación, Linea di Condotta. En el curso de esos dos años tuvo lugar una fase de lucha muy fuerte y rica en la que algunos de aquellos colectivos contaron con una presencia destacada. Éste fue el caso en particular de una Coordinadora de Comités de fábrica de las afueras de Milán –Sesto San Giovanni, centro siderúrgico llamado Stalingrado por su contribución a la Resistencia- que llegó a ejercer su hegemonía en una gran fábrica (Magneti Marelli) donde logró experimentar el ejercicio de la fuerza a nivel de la organización de la lucha interna, en forma de “decretos obreros” obligatorios; hasta el punto de impedir el despido de cuatro camaradas, haciéndolos entrar todas las mañanas ¡escoltados por la “milicia obrera” durante algunos meses!

Este tema de la “milicia obrera” fue, por otra parte, un eje central: construir la fuerza político-militar como apoyo a las organizaciones de masas avanzadas, como una especie de contrapoder, como un ejercicio concreto, imposición de los objetivos de lucha que estaban empezando a romper los límites de la legalidad y a anunciar contenidos “objetivamente” revolucionarios.
 
Éste fue el caso en concreto de la oleada de las autorreducciones. Éstas, que consistían en un rechazo de los aumentos de las tarifas del gas, electricidad, teléfono… se tradujeron en 1975 en un vasto movimiento de autorreducción de las facturas. Estructurado alrededor de la extensa red de los Comités de Lucha en los barrios (mientras una parte de los Consejos de fábrica se unía al movimiento derrotando el sabotaje de los revisionistas), se prestaba bien para desarrollar una radicalización de los movimientos de masas: “los precios políticos”, es decir, como expresiones de las relaciones de fuerza y como tendencia a la negación de la mercancía; la “reapropiación” como formas de lucha ya no reivindicativas sino de imposición directa, como “práctica del objetivo”; “contrapoder”, pues, y nuevo espacio que requería la organización de la fuerza,  generalmente armada (lo que, para algunos, era precisamente esta línea de la “milicia obrera”).

Debe tenerse igualmente en cuenta que esta oleada se insertaba en una situación preexistente de ocupación de edificios (de barriadas enteras de HLM) y en una organización general a través de Comités Autónomos de Lucha, por ejemplo, en la “huelga de los alquileres”. Campo de batalla salpicado de enfrentamientos con la policía, que llegó a matar a algunos camaradas, lo cual avivó en contrapartida los brotes de violencia proletaria y el ejercicio de nuevas formas de organización. En los barrios periféricos de Roma especialmente se llegó a enfrentamientos armados entre los ocupantes, apoyados por los camaradas organizados, y los destacamentos [de policía]. Y con victorias, finalmente, ya fuera contra la policía, ya en la lucha por el objetivo de obtener viviendas (aún entre  1974 y 1975).

Y más aún, se iba a desarrollar un importante movimiento de “expropiaciones de masas”: como realización concreta de la consigna “precios políticos”, los Comités ya habían iniciado toda una serie de actividades en torno a las grandes superficies, mercados, especuladores, intermediarios comerciales, etc., que habían llegado hasta acciones de autorreducción de los precios y expropiaciones masivas. A ello se unió el empuje espontáneo de la nueva generación de camaradas más jóvenes (que iban a constituir los primeros Círculos de Jóvenes Proletarios, a medio camino entre los locales político-culturales y las casas ocupadas), que pasaron directamente a las expropiaciones sistemáticas; en los supermercados pero sobre todo en las tiendas caras: discos y equipos de sonido, libros, ropa. Los límites de los objetivos se empujaban siempre más adelante. No se trataba sólo, para los jóvenes en particular, de una reducción de los precios de los bienes de subsistencia, una especie de lucha salarial de nuevo tipo, ¡se trataba de “la reapropiación de la vida”, así como de la quiebra de la mercancía!
 
Con frecuencia estas acciones estaban “cubiertas” por la presencia de un grupo armado: en general en todo este ámbito de lucha en los barrios se asistió a un desarrollo considerable de la práctica armada de las organizaciones, en términos más bien de iniciativas de alcance local, fragmentario y no ligadas a un proyecto centralizado de desarrollo del proceso revolucionario (de ahí la falta de una firma única, centralizada y la cacofonía de siglas que hizo pensar en la existencia de decenas de grupos).

Estos proyectos existían, pero permanecieron, por así decirlo, en estado latente, subyacente, sin llegar a expresarse con la claridad de las BR. Se pasaba pronto a la formalización de una organización y de una “rama” (Prima Linea y la Autonomía Obrera Organizada que nunca llegó a unificarse y donde coexistieron tres o cuatro grandes organizaciones armadas), que intentarían este salto; Pero en todo momento estuvieron marcadas por este carácter espontaneista, movementista de fondo y como veremos, su intento, muy precario y contradictorio, naufragó rápidamente en un retorno al Movimiento, como resultado de la derrota y, por lo tanto, como retroceso grave.
 
Con ello no se pretende negar el reconocimiento a esta área revolucionaria y a sus contribuciones, que fueron importantes en la búsqueda de nuevos caminos que pudieran responder a las contradicciones que el ciclo histórico precedente había dejado abiertas: la valorización de las expresiones de la clase en tanto que sujeto revolucionario, para superar el exceso de la dimensión política separada (que también había allanado el camino a las derivas revisionistas), por lo tanto, las categorías de “antagonismo”, de “subjetividad de clase”, “guerra social”, “contrapoder, “ilegalidad de masas”. Categorías que ponían de relieve el valor revolucionario (supuesto) de lo social, de las luchas y de los comportamientos de “autovalorización proletaria” de las masas, del sujeto social que estaba a la vanguardia (el “obrero-masa”, luego el “obrero social” o, sencillamente, el “sujeto antagonista”).
 
Pero prevaleció en exceso un eclecticismo ideológico-teórico que puso fin demasiado rápido al legado positivo del pasado, tirando por la borda la esencia del marxismo-leninismo. En resumen, tiraron al bebé con el agua del baño.

5. 1974-1975: la afirmación de la lucha armada

Veamos una cronología de los pasos y acciones significativos de esta fase:

- 1974 estuvo marcado por el secuestro del juez Sossi, punto de inflexión en el nivel de la “propaganda armada”, directamente vinculado con el conflicto de clase en la relación capital/trabajo en un grado que prefiguraba la lucha política general, la confrontación Clase/Estado. Este juez era bien conocido, y odiado, por el proletariado en lucha de Génova. El ataque estuvo especialmente bien dirigido, al ligar las exigencias del movimiento de clase y su proyección en el plano de la confrontación con el Estado. Y, naturalmente, ponía de manifiesto el nivel político-organizativo alcanzado, que era considerable, sabiendo que el secuestro duró algunas semanas y que hubo una negociación pública en la que las BR decidieron, con recta coherencia revolucionaria, hacer públicos todos los desarrollos de la misma para que la clase los hiciera suyos; a diferencia del Estado, que trataba de ocultar y torpedear el contenido de las luchas bajo un tupido manto de manipulación, intoxicación e ignorancia. Las BR plantearon la liberación de 13 militantes, lo que sacó a la luz la existencia de ese frente de lucha: la prisión, los nuevos campos [de prisioneros], la represión como ámbito estratégico del Estado. Hubo acuerdo, las BR liberaron al rehén, ¡pero el Estado incumplió su palabra! Dos años más tarde las BR ajustaron las cuentas al magistrado que supervisó esta traición, el Fiscal Coco, con dos agentes de su escolta, acción que constituyó también un salto cualitativo en el nivel del atentado.

La acción contra Sossi también marcó la definición estratégica debido a la aparición de algunas consignas que se hicieron famosas. Lo cual fue posible porque las BR de hecho hicieron de ellas el eje de sus ataques. La más conocida fue “Llevar el ataque al corazón del Estado”. Hay que precisar un tanto qué se entiende por ello (contra un montón de distorsiones intencionadas que circularon).

No se trataba de un ataque de carácter simbólico, eternamente semejante [a sí mismo], de estilo anarquista.

No se trataba de un ataque de tipo principalmente militar cuyo objetivo inmediato fuera  hacer mella en la potencia del Estado, porque, más allá de lo que dicta el simple sentido común, las BR pensaban en un proceso revolucionario, por etapas y, por supuesto, el carácter y los niveles dependían de la etapa en que se estaba. No es al principio cuando se está en condiciones de destruir a las fuerzas enemigas.
 
Por el concepto de “ataque al corazón del Estado” debe entenderse más bien que en todas las fases de la lucha de clases hay un nudo donde se unen, donde se concentran, las contradicciones y la línea de enfrentamiento entre las clases y que, en este nivel, el Estado personificado en el gobierno actúa elaborando un proyecto o proyectos políticos que son el arma fundamental en su conducta de la confrontación. En el proyecto político de coyuntura (o de fase) se resume el interés de la fracción dominante de la burguesía (que integra de manera subalterna y siempre contradictoria el interés de las fracciones burguesas secundarias), su manera de atacar al proletariado y de desarrollar el sistema capitalista. Salir de los límites de la confrontación capital/trabajo y de los escollos del “movimentismo” significaba saber transponer la fuerza de la clase en ese plano: atacar a la burguesía en el plano político general, destacando al mismo tiempo el carácter de clase del Estado y oponiéndolo el interés general histórico del proletariado, de la clase.

Se trataba, pues, de una lógica de ataque muy político-militar, cuya finalidad era la recomposición de la clase, algo que sólo podía suceder planteando y haciendo frente a las contradicciones centrales en ese plano de la confrontación Clase/Estado.

 Resultado del gran salto adelante, de la creciente influencia, comenzaron a estructurarse dos nuevas columnas en Liguria y el Véneto (y sobre la base de los núcleos obreros de grandes fábricas y puertos, en especial); mientras tanto se creó la Dirección Estratégica que en lo sucesivo había de marcar anualmente la labor de la Organización mediante una elaboración político-teórica que constituyó su referencia estratégica. Así, la primera Dirección Estratégica –como documento- se publicó en abril del 75. Por su claridad, sigue siendo un documento útil hoy en día.

Aún en la primavera de 1975, tuvo lugar el primer secuestro de un capitalista con fines de expropiación.

En el tiroteo con los carabineros, que consiguieron liberarlo, cayó Mara Cagol, una camarada del núcleo fundador. Muy querida, continuó siendo una figura simbólica y la Columna de Turín adoptó su nombre. Unos meses antes fue también ella quien dirigió el primer asalto a una prisión (Casale Monferrato, en el Piamonte) para liberar a un camarada.

También se asistió a una campaña conjunta con los NAP (Núcleos Armados Proletarios) contra el aparato de la contraguerrilla: ataques a estructuras de carabineros y del sistema penitenciario. Y al primer ataque contra la persona de un enemigo, en este caso un notable del partido en el poder, la DC (Democracia Cristiana), ataque que adoptó una forma que habría de repetirse con frecuencia: la “jambización” (disparos a las piernas).

En 1976 tuvo lugar especialmente la ejecución, de que ya se ha hablado, del magistrado Coco como represalia y elevación del ataque al Estado. Y la muerte de otro camarada, joven y muy estimado, Walter Alasia. La Columna de Milán adoptó su nombre. Su entierro constituyó también otro momento álgido, con cientos de personas presentes a pesar de la intimidación de la policía y su defensa pública, en octavillas, por los Comités Obreros del movimiento autónomo de Milán.

En 1974-1975, el nivel de enfrentamiento en la calle era muy alto y varios camaradas fueron asesinados por las fuerzas represivas, apoyadas naturalmente por las bandas fascistas y el terrorismo de Estado, que perpetró entonces dos de sus peores matanzas: una en el tren Italicus (durante las vacaciones de verano, coincidiendo con los desplazamientos de muchas familias), otra, sencillamente, en una manifestación sindical, en el centro de Brescia (Lombardía). Hubo decenas de muertos y heridos. Los funerales de los ocho muertos de Brescia dieron lugar a un gran momento de lucha. De la inmensa multitud surgió una oposición violenta a las autoridades del Estado, percibidas, con justa razón, como los verdaderos autores de estas masacres. Fue un momento muy intenso, que marcó, a nivel de la clase, una maduración de las dimensiones del enfrentamiento: frente a un poderoso ciclo de lucha de masas (con un gran avance también del partido revisionista en su vertiente electoral), aparecía el rostro feroz del Estado burgués. Como ya hemos dicho, ello demostraba que era la burguesía la que había comenzado la guerra, la que había situado la confrontación en el plano de la guerra; precisamente en ese sentido se determinaba el concepto de “contrarrevolución preventiva”. El otro gran hecho que marcó el telón de fondo fue el golpe de Estado en Chile. Fue la demostración palpable de que la democracia formal burguesa es justamente eso, muy formal: una especie de “libertad vigilada” susceptible de revocarse en cualquier momento. Y que el director de la orquesta estaba en Washington. La tensión aumentó por todas partes y se reforzó la tendencia al recurso a las armas. En esos años esta tendencia también maduró en el campo de la Autonomía y comenzó a traducirse en estructuración logístico-organizativa. Aun cuando, como se pudo ver, se trató de una gestación complicada que dio su salto cualitativo en 1977, con el nacimiento de auténticas OCC.

Aquellos dos años, un ámbito importante como praxis y desarrollo organizativo fue el del enfrentamiento con la violencia policial: servicios de orden, lucha callejera con la policía, antifascismo militante. Éste último se convirtió en una práctica difusa y sistemática para contrarrestar las agresiones fascistas, a menudo encubiertas y apoyadas por la policía. Esta confrontación por momentos fue muy dura, pero ya no caían sólo camaradas. Fueron ejecutados algunos fascistas. La determinación del movimiento revolucionario fue cada vez mayor en la relación de fuerzas.

La evolución en este sentido de las BR era lógica y comprensible. Hasta 1977, las ejecuciones fueron muy poco frecuentes, lo cual alimentó el imaginario romántico de “justicieros al estilo Robin Hood”. Sin embargo, en 1974 se produjo en Padua la ejecución de dos fascistas que se resistieron a una acción de “investigación” en la sede del partido neofascista de la ciudad. No estaba planeada, lo cual provocó una cierta confusión en la gestión política. No obstante, como el hecho se produjo en el contexto de ataques fascistas y del Estado y como uno de los dos fascista era un antiguo repplichino (la milicia más repugnante de la última fase del fascismo), la acción fue ampliamente comprendida y aprobada.
 
 
 

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