6. La lucha en las prisiones. Los Núcleos Armados
Proletarios
Durante esos tres
años se asistió también al grueso de la actividad de los Núcleos Armados
Proletarios (NAP).
Su historia es la
historia de las luchas en prisión, luchas que se modelarán sobre el movimiento
de la clase, con el mismo ímpetu, en los tiempo y las referencias.
Resulta
impresionante comprobar cómo las primeras actuaciones violentas fueron
revueltas en las tres grandes cárceles metropolitanas de Turín, Milán y Génova,
¡exactamente la geografía de los polos obreros, y entre 1969 y 1970! Luego se
produjo una generalización, las luchas se sucedieron y el movimiento
revolucionario corrió inmediatamente en su ayuda desde el exterior. La
explicación de esta sincronización hay que buscarla evidentemente en la clase.
Durante los 60 se había asistido, en este amplio proceso de renovación de la
composición de la clase y de los fenómenos culturales que lo acompañaban –la generación
beat, los teddys-boys, el pelo largo y la minifalda, la insubordinación y las
tendencias libertarias-, al surgimiento de nuevas formas de “bandolerismo”, de
extralegalidad. Los jóvenes salidos de los barrios obreros, de la inmigración,
que rompían radicalmente con el destino de esclavitud en la cadena [de montaje]
decidiendo apropiarse de la riqueza social: eran los “pelea”, los grupos de
asaltantes de bancos.
Se había convertido
en un fenómeno importante, bien porque el asalto de bancos fuera algo bastante
nuevo (de esa manera sistemática y difusa), bien por las características
homogéneas de estas nuevas bandas y por sus relevantes diferencias con el
entorno clásico.
Mientras esto
último era expresión del subproletariado (con toda su ambigüedad, bien
identificada ya por Marx) y en modo alguno glorioso en sus actitudes sociales,
con una interiorización del orden y de los valores burgueses (actitudes de
opresión y explotación del prójimo, prostitución al mejor postor, colaboración
con la policía, etc.), los jóvenes asaltantes eran rebeldes y productos puros
de los barrios obreros a los que, por otra parte, permanecían unidos. Fue una
generación de jóvenes combativos que, una vez en masa en las prisiones, logró
impulsar una dinámica de lucha. Y también establecer relaciones fáciles con el
movimiento revolucionario en el cual se reconocían social y culturalmente. Fue
principalmente esta composición de clase la que apoyó el ciclo de luchas, junto
con los muchos proletarios que proliferaban en estos lugares alternativos a la
fábrica. La figura del “proletario preso” fue formalizada políticamente por el
movimiento revolucionario, dándole una identidad y un lugar en la revolución de
la clase.
A la fase de
disturbios destructivos seguía el intento de estructurarse, de alcanzar
objetivos que no eran sólo la mejora de las condiciones (en todo caso siempre
importantes en ese infierno carcelario), y que se convirtieron en una práctica
de la evasión, generalizada y sistemática, así como en la práctica de respuesta
a la violencia del aparato represivo. En estos ámbitos, los núcleos de las
vanguardias generados por las luchas se fueron fundiendo cada vez más con los
grupos exteriores, y tras la fase de las “Pantere Rosse” (“Panteras Rojas”, en
referencia explícita a los afroamericanos, George Jackson y los Hermanos de
Soledad [Soledad Brothers]), se llegó rápidamente en los NAP.
De hecho, los NAP
tenían muchos temas en común con las BR: centralidad de la lucha armada,
construcción de contrapoderes, etc. Aunque durante un periodo estuvieron muy
anclados en la lucha carcelaria, su paso, como veremos, hacia un horizonte más
amplio fue la integración en las BR. Característica importante fue también su
enraizamiento en Nápoles y en otras zonas del sur, que daba una valiosa
contribución complementaria.
Sus primeras
acciones fueron la difusión de mensajes por medio de altavoces (autoexplosivos)
delante de las prisiones, en apoyo a las luchas que se desarrollaban en su
interior. Más tarde, llevaron a cabo ataques con explosivos contra las
estructuras carcelarias, pero también contra la Democracia Cristina, lo cual
estableció un rápido paralelismo con las campañas de las BR, más aún cuando se
complementaban geográficamente: los NAP actuaban en Nápoles y en el sur. Pronto
sufrieron pérdidas, en especial la de los camaradas Mantini y Romeo, abatidos a
la salida de un banco.
En la primavera de
1975, secuestraron al juez De Gennaro, Director de Asuntos Penitenciarios,
mientras en prisión tres militantes armados trataban de fugarse. Fue un
fracaso: se parapetaron en el interior de la cárcel y dieron publicidad a la
acción del exterior, lo que finalmente permitió que se leyera un comunicado en
los diarios de las radios nacionales.
El juez fue
liberado a cambio de garantías para los tres presos. Estas garantías sólo se
observaron durante unos pocos días a partir de los cuales los camaradas
sufrieron un trato feroz ¡durantes meses!
Otra camarada, Anna
Maria Mantini, fue asesinada en una auténtica emboscada. Tras ello, los NAP
consiguieron localizar al policía y al magistrado responsables del asesinato y
los hirieron.
Se produjeron
también campañas en colaboración con las BR: ataques a las estructuras de los
Carabinieri y de prisiones, así como el atentado contra el Director de los
Servicios de Seguridad Penitenciaria, atentado este último que terminó mal, con
la muerte del camarada Martino Zicchitella, muy conocido en la vanguardia de
las luchas carcelarias desde 1969. Dos policías murieron también en esas
acciones.
Finalmente se
produjo otra ejecución, la del camarada Antonio Lo Muscio: localizado en plena
calle, se inició una persecución en que resultó herido; una vez en el suelo fue
rematado con un disparo a quemarropa. Iba desarmado.
Era el verano del
77. Con un documento redactado por algunos presos en que se hacía balance de la
trayectoria de los NAP terminaba su historia. La mayoría de sus miembros se
pasaron a las BR.
7. El concierto polifónico de la Autonomía Organizada
El movimiento a que
dio lugar la disolución de Potere Operario, movimiento que, en un sentido
amplio, podría calificarse de Autonomía Obrera Organizada, vio cómo se
desarrollaban diversas experiencias organizadas que se forjaron en función de
las determinaciones del debate y de las posiciones cambiantes. Se
caracterizaron por una cierta fluidez, con fracturas y recomposiciones.
En conjunto se
produjo una intensa actividad político-militar, evidentemente menos unitaria,
homogénea o constante que la producida por las BR. Es más, la fragmentación y
una auténtica cacofonía de siglas –cada formación empleaba varias- fueron
políticamente dañinas y crearon confusión y dificultades para entender el hilo
de las propuestas.
También se puede
citar el hecho de que al menos una parte de las iniciativas se realizaba en
estrecha ligazón con las situaciones inmediatas, en [una especie de] agregación
provisional y espontánea. Si dicha situación era signo de la riqueza del
“antagonismo” difuso, también lo era de la incapacidad para dar un salto
estratégico cualitativo: el de la centralización y un proyecto a largo plazo
que permitieran llevar a cabo un cambio cualitativo en el movimiento de la
clase, en última instancia la dimensión del enfrentamiento por el poder.
Se produjeron,
pues, atentados con bomba contra grandes empresas, ya fuera por su papel en las
luchas del momento, ya por su papel imperialista –Fiat, Face Standard, ITT,
Union Pétrolière-, así como algunos ataques contra la persona de sus
dirigentes.
La Autonomía de las
regiones del Véneto expresó un elevado nivel cualitativo en el uso de la
fuerza, como parte de la construcción de contrapoder in situ.
Como prolongación
de un trabajo de arraigo real en el tejido de las luchas locales, su lucha
armada se verificó sobre todo bajo la forma de series simultáneas de “pequeños
atentados”: algunas noches el objetivo eran varios coches, casas y locales de
los patronos, por ejemplo; otra, los fascistas y los carabineros. Así hasta
disponer de la capacidad de decretar la ocupación de un barrio de la ciudad
durante unas horas, de organizar patrullas de grupos armados (evitando los
movimientos de la policía) y de tratar en la zona ocupada problemas como los
patronos, los precios, los alquileres, los fascistas, etc. Bueno, esto ocurrió
sólo tres o cuatro veces... ¡pero ocurrió! Con estas experiencias se pretendía
prefigurar una etapa superior de contrapoder que había que alcanzar y
generalizar.
Otra gran rama de
la Autonomía –en realidad la principal, la más consistente y presente en varias
regiones- fue la articulada alrededor del diario Rosso (Rojo), que se expresaba
sobre todo a través de las siglas Brigadas Comunistas (aunque también empleaba
muchas otras).
[Tuvieron lugar]
muchos atentados a nivel de la [llamada] “fábrica difusa” (categoría formulada
para definir el fenómeno, entonces sólo incipiente, de la
dislocación-fragmentación de la fábrica en todo el territorio, con sus
corolarios de sobreexplotación, trabajo en negro, etc.), donde se estructuraba
una forma organizativa armada a medio camino entre un núcleo clásico y la
acción de una manifestación de masas que abarcaba no la gran fábrica sino un
conjunto de pequeñas plantas. Al menos ésa era la intención ya que la
conjugación de estos dos niveles no fue fácil; exigía un nivel de madurez y
capacidad que seguía siendo escaso. Las contradicciones y desviaciones seguían
siendo la tónica. Se trató de una experiencia positiva y posible hasta 1977
incluido (más adelante veremos las razones de su agotamiento). Muchos atentados
tuvieron como objetivo a las fuerzas represivas y a los fascistas/traficantes
de heroína. Así que, posteriormente, el movimiento ascendente de las
“reapropiaciones” y, por lo tanto, el apoyo a sus iniciativas y su protección,
[se desarrolló (¿?)] con ataques a las estructuras especulativas del mercado, a
los grandes grupos, las inmobiliarias, etc.
Por último,
estuvieron las iniciativas adoptadas por el área de constitución de Prima
Linea. En 1975-1976 se trataba aún de sentar las bases del lanzamiento [de su
proyecto de lucha]. Pero que daban ya una idea del salto cualitativo que iba a
producirse: disparos a las piernas de un jefe de Fiat (el primero), ataque que
tuvo lugar al cabo de una fase de lucha interna especialmente intensa en la
fábrica de Rivalta, a las afueras de Turín, durante la cual el problema de los
jefes de rango bajo e intermedio fue central: denuncia de los peores en una
lista difundida por medio de pasquines y manifestación interna que llegó al
punto de expulsar a tres de ellos de la fábrica. La fuerza política de la
iniciativa sacudió a los revisionistas y oportunistas de “extrema izquierda”,
lo que da una idea de la estrecha dialéctica que había entre la intervención en
el plano público y la intervención armada. Además, debe señalarse que 1976 fue,
desde el punto de vista del movimiento obrero, un año de apogeo en el que se
consiguieron las conquistas más altas (el punto único de indexación de los
salarios, ganado aquel año, fue un mecanismo de igualación entre categorías
profesionales, garantizaba un aumento salarial superior al nivel de la
inflación y, sobre todo, tendían a nivelar la escala salarial... ¡los patronos
andaban de cabeza!) y en el que la red de núcleos y comités autónomos de
fábrica se tupió, impulsando numerosas movilizaciones.
Otro atentado
importante llevado a cabo por Prima Linea fue la ejecución de un dirigente del
partido fascista en Milán en la primavera del 76 como represalia por una serie
de agresiones fascistas especialmente graves. Ésta fue la primera ejecución en
términos absolutos (al margen, pues, de los tiroteos accidentales), la primera
en tanto que acto político y militar explícito.
A finales de año,
Prima Linea comenzó a operar con intensidad y continuidad –su primera acción
fue un asalto/registro a una sede patronal de Turín-, actuando en paralelo a
las BR, tanto por la fuerza como por la dimensión y el alcance del proyecto.
Además, en su fase de despegue, Prima Linea logró hacer converger en su
trayectoria a las Formaciones Comunistas Combatientes (FCC). Éstas eran una
enésima rama de la Autonomía Organizada –y armada-, y no la menos importante.
Tuvieron un arraigo especialmente fuerte en el centro y el sur [de Italia], en
Roma y en su región. No se trató de una unificación sino de actuaciones
conjuntas.
En 1976-1977, las
FCC realizaron dos acciones de tiros en las piernas contra jefes de grandes
fábricas del sur, donde también funcionaban como Comités Obreros, y un sabotaje
que provocó un formidable apagón en la fábrica Fiat de Cassino (Lazio) durante
tres días.
8. 1977: el año terrible
Llegamos, pues, a
aquel año “terrible” (como lo rebautizó la buena burguesía).
Se puede decir que
aquel año se verificó la convergencia de varias expresiones de la clase, la
confluencia de diversos temas, empezando por la movilización en las
universidades. Las universidades recibieron por entonces el golpe de un primer
gran plan de reestructuración cuyo objetivo era que la burguesía recuperara el
control sobre ellas, reintroduciendo, pues, los criterios de clase,
selectividad y funcionalidad en el sistema. La tarea era ardua y, de hecho,
inmediatamente se desencadenó un movimiento a gran escala. Pero las
universidades eran ya, en la práctica, un punto de encuentro de jóvenes y en
general de militantes de la clase (por ejemplo, los comedores se habían abierto
y estaban sometidos a “precios políticos”, lo que provocaba la afluencia de
numerosos proletarios de los barrios; del mismo modo, las residencias de
estudiantes sirvieron de apoyo a mucha más gente que a los simples
matriculados). Además, en el otoño-invierno de 1976 había cobrado fuerza un
“nuevo” movimiento de jóvenes proletarios que defendía la “reapropiación aquí y
ahora” de productos (frente al principio de mercancía), viviendas, espacios,
tiempo, fiesta... Por último, se produjo también una radicalización de los
temas clásicos, si se quiere, pero efectuada por una masa de nuevas figuras
proletarias que tendían a quedar marginadas de los grandes ciclos productivos y
sociales, que eran arrojadas bien a la sobreexplotación de la nueva planta
descentrada y fragmentada, bien a la marginalidad. El “movimiento”, como ámbito
de prácticas vitales extralegales, se convirtió, de este modo, en una solución,
en una alternativa concreta y política al mismo tiempo en la que la práctica
difusa y cotidiana del robo del escaparate se transformaba en grandes
“expropiaciones de masas”.
Lo que, por otra
parte, constituía una extensión del gran movimiento de las autorreducciones y
de la línea de los “precios políticos”, otra forma de lucha y organización que
desarrollaba esta tendencia.
Durante las fiestas
de Navidad se produjo una auténtica escalada (¡tenían que llegar los regalos!)
que culminó en el desafío al detestable ritual burgués en La Scala, la Ópera de
Milán, conflicto que se convirtió en un levantamiento-saqueo que sitió toda la
ciudad y parte de los suburbios, con muchos incendios. Fue memorable.
Y precisamente a
principios de enero comenzó la respuesta del Estado con un salto cualitativo en
la represión: el uso sistemático de grupos de policías-asesinos vestidos de
civil. Merodeaban por la zona de las manifestaciones, se infiltraban en ellas
y, llegado el momento, se liaban a tiros dejando heridos y muertos en el suelo.
Y siempre con los auxiliares de costumbre, los fascistas, que al menos en una
ocasión abrieron fuego protegidos tras un furgón de la policía (que no los
detuvo) y mataron a un camarada.
Por su parte, las
OCC habían decidido responder a ese nivel, en la perspectiva política, más
propia de Prima Linea y de los Autónomos, de armar al movimiento de masas.
Fueron las famosas
manifestaciones con las pistolas P38 (que asustaron tanto a la burguesía
europea), donde también los manifestantes disparaban.
En febrero, tuvo
lugar el famoso episodio de la expulsión de Lama de la Universidad de Roma.
Lama, jefe supremo de los revisionistas de la gran central sindical CGIL (y
especialmente odioso), provocó el conflicto al pretender dar un discurso en la
Universidad, escoltado por varios cientos de peces gordos. Fue una batalla
campal y una derrota contundente, muy simbólica. A partir de entonces los
revisionistas desempeñaron un papel cada vez más importante en la división en
el seno de la clase y en la criminalización del movimiento revolucionario. El
movimiento en las universidades continuó creciendo al sentar las bases de todo
tipo de luchas y experiencias sobre el terreno.
Los enfrentamientos
en Bolonia marcaron un punto de inflexión, con la actuación auténticamente
asesina de los “equipos especiales” que dispararon por la espalda a un grupo de
estudiantes que huía, matando a Francesco LoRusso: las investigaciones
revelaron un número impresionante de impactos de bala en los muros, ¡y todos a
la altura del cuerpo! La revuelta del movimiento estaba en su apogeo: se le
puso fuego a Bolonia y... música. En plenos enfrentamientos, en las calles
devastadas, se vio en lo alto de una barricada a una persona que se puso a
tocar y cantar a horcajadas sobre un piano... imagen surrealista del espíritu
insurreccional y “anhelante” (como se decía en aquella época). La manifestación
nacional convocada en Roma congregó a unas 100.000 personas. Aquel 12 de marzo
los enfrentamientos con la policía, los ataques a las sedes de partidos
burgueses y las expropiaciones, en especial de armerías, jalonaron el recorrido
y la jornada.
Todo esto sucedía
entrelazándose, por así decirlo, con los avances que impulsaban las OCC. Unos
días después del asesinato de un estudiante de Bolonia, Prima Linea se encargó
de las represalias ejecutando a un agente de la policía política en Turín. Debe
tenerse en cuenta (para hacerse una idea de la amplitud de los hechos) que
desde 1976 la cadencia de las iniciativas era semanal; es decir, que cada
semana había una serie de ataques incendiarios (generalmente de coches) contra
cuadros de fábrica, miembros de la DC o del Estado y policías (por “serie” debe
entenderse varias acciones simultáneas, reivindicadas a continuación en un
único panfleto y por las propias OCC); o bien se producían disparos a las
piernas de altos responsables señalados en el curso de las luchas o de
investigaciones [que se llevaban a cabo]; se volaban o se ametrallaban
comisarías y cuarteles; o se irrumpía en locales enemigos y se hacía un
registro en ellos.
Durante los tres
años de ascenso –entre 1976 y 1978- los disparos a las piernas desempeñaron el
papel más importante, tanto en términos cuantitativos y en relación con el
nivel militar, como por su estrecha relación con la dinámica de las luchas
internas en las fábricas. Se trataba de una forma de atentado que suscitaba un
gran apoyo y que contribuía claramente a fortalecer la relación de fuerzas de
la clase: fue el tipo de acción que simbolizó con mayor fuerza la fase de
arraigo y legitimación interna en la clase.
Durante ese periodo
se produjeron entre 20 y 40 acciones de disparos a las piernas por año, es
decir, atentados casi semanales que se alternaban con las series de acciones
mencionadas más arriba.
Todo ello marcaba
el ritmo, por así decirlo, la cadencia, la intensidad ascendente de una
tendencia que apuntaba a la transformación de las luchas en una auténtica
guerra de clases. Más tarde tuvieron lugar las acciones de mayor envergadura,
que comenzaron sólo a partir de esos dos años, las ejecuciones concebidas como
acciones político-militares de primer nivel cuyo objetivo era marcar el
desarrollo de la lucha general, las relaciones de fuerza entre las clases, así
como permitir al movimiento llegar hasta el Estado, el gobierno, los centros de
poder. Acciones que fueron las más importantes e influyentes, distintas de
aquellas que respondían más bien a la lógica de la guerra, tales como el
enfrentamiento constante con los aparatos de la contrarrevolución o los
incidentes que se producían tras las expropiaciones de bancos.
El frente de
cárceles también estuvo muy presente, con su importante dialéctica interna para
el movimiento revolucionario. Por un lado, se desarrolló a partir del
movimiento de los años precedentes; por otro, los militantes de las BR
(incluidos los de las NAP que habían convergido en ellas) dieron un impulso decisivo,
tanto en términos de solidez político-ideológica como en términos de
capacidades operativas, con el apoyo y cooperación de la poderosa organización
del exterior.
La cooperación
entre presos procedentes de diferentes experiencias fue en cualquier caso
decisiva (sobre todo el acuerdo con los de las “artimañas” [“batteries”, en el
texto en francés] –los equipos de atracadores de bancos metropolitanos de
quienes ya hemos hablado anteriormente-). De este modo, se asistió a la
multiplicación de motines y fugas (con éxito o fracasadas), luchas, uso de los
juicios como campo de batalla: el juicio-guerrilla.
El juicio al
“núcleo histórico de las BR” –una veintena de militantes- se celebró aquella
misma primavera, en Turín; al grito de “No se puede juzgar a la Revolución”,
los camaradas y la organización del exterior impidieron que tuviera lugar,
creando una escalada de disturbios.
Toda esta realidad
carcelaria estuvo apoyada por una abundante producción de textos, tomas de
posición, documentos, con una notable repercusión sobre los acontecimientos
exteriores.
El final de 1977
conoció también un giro decisivo con la apertura de las “prisiones especiales”,
instituidas bajo la supervisión y gestión de los carabineros (que se habían
convertido a todos los niveles en la punta de lanza de la contrarrevolución):
fue un giro de tuerca muy duro al ser extremadamente difíciles en ellas las
condiciones de vida (siguiendo el modelo de Stammheim y de los H-Block
ingleses); su objetivo era la destrucción de los militantes y de los presos
rebeldes, que luchaban juntos, la quiebra del ciclo de luchas y fugas, la toma
de rehenes contra el desarrollo de la guerrilla.
Tras las jornadas
de marzo, el movimiento siguió fuerte hasta las “sentadas” [“assises” en el
texto en francés] de Bolonia, en otoño. Fue aquél un momento de encuentro y de
enfrentamiento un tanto “kafkiano”: demasiada gente (incluso esto puede ser un
problema), demasiadas diferencias, demasiadas tensiones. Se dieron sobre todo
enfrentamientos políticos y luchas por la hegemonía. El único resultado
positivo fue la marginación definitiva de las posiciones conciliadoras,
oportunistas del tipo trotskista y “entristas”- neoparlamentaristas, etc.
Y también se
produjo el paso a una nueva fase en que prevalecería la tendencia militarista.
Fue precisamente
este creciente auge del movimiento lo que impulsó también las contradicciones
internas, lo que exacerbó las tendencias también negativas. De hecho, cuando
hablamos de tendencia militarizante hacemos alusión a un denominador común de
las diferentes organizaciones que, no obstante, revistió dimensiones muy
diferentes [según los casos]: mientras en algunos se trataba de un error
subsanable, en otros era una deriva que ponía de manifiesto defectos aún más
profundos (y, finalmente unos años más tarde, la derrota total, con la
capitulación y a menudo el paso al otro lado de la barricada).
El nudo común,
portador de las disensiones, era el mecanicismo en la interpretación de la
teoría de la crisis capitalista. En el caso del área subjetivista (Prima Linea
y Autonomía Obrera), las supuestas innovaciones teóricas habían llegado incluso
a superar la teoría del valor y, en su sobreestimación de las luchas y
comportamientos autónomos de la clase –incluida la llamada “autovalorización proletaria”
que obstaculizaba y bloqueaba cualquier forma de valorización capitalista-,
proclamaban el fin del capitalismo, de su capacidad para impulsar sus propias
leyes y su valorización, capitalismo que ya sólo sobrevivía por la fuerza;
proclamaban que la crisis era una “crisis de mando”. A su vez, el comunismo ya
estaría maduro en el interior de esas luchas y comportamientos (la composición
subjetiva de la clase). Cualquier categoría de revolución política, partido,
transición estaba pues superada, era chatarra de la que había que deshacerse.
¡Tan sólo se
trataba de armar esa “necesidad de Comunismo” y de arrimar el hombro un poco
más para reducir a la dominación capitalista a una especie de cáscara vacía, de
hierro, por supuesto!
Estas teorizaciones
que, como se puede ver, hacían amplias concesiones al anarquismo, de un lado, y
a la corriente de extrema izquierda consejista (de los años 20), por otro,
replanteaban de hecho un seguidismo de la espontaneidad radicalizando,
extremando toda expresión social y rechazando la necesidad histórica y
estratégica de una dialéctica vanguardia/masas, la necesidad del elemento
organizado exterior (partido, ideología, programa, línea político-militar), de
las etapas de un proceso revolucionario seguido de una transición socialista
(con todas las contradicciones que habría que resolver y la continuación de la
lucha de clases, agravada incluso en medio del cerco imperialista, etc.). Nada
de eso; ¡contadores a cero, lo habíamos comprendido todo y bastaba con imponer
nuestra gran inteligencia social, nuestros “combatientes comunes” o nuestro
contrapoder territorial!
Nunca haremos
suficiente hincapié en el daño producido por la presencia pequeño burguesa que,
desgraciadamente, tiene una capacidad muy notable para incrustarse en todos los
movimientos. Hay que tener muy presente cómo, en la secuencia de los
acontecimientos, esta área fue la más detestable en la capitulación (pasando de
un extremo al otro), adoptando de nuevo actitudes arrogantes incluso para
defender la m... de su traición. El campeón indiscutido fue el profesor Toni
Negri, quien, con un nutrido grupo de conmilitones profesores (no decimos
pequeño burgueses por ritual...) encarcelados, elaboró y lanzó a lo grande la
campaña de la “disociación”, que consistía en renegar de sus posiciones y
aceptar el marco democrático burgués (¡tan difamado antes!), adoptando para
ello las distintas formas de renuncia y prestándose a la más repugnante tarea
de difusión mediática que cupiera imaginar: mostrar a los bravos enemigos de
ayer, que pretendían hacer la Revolución, de rodillas, suplicando piedad,
mostrando su arrepentimiento ideológico
a las “víctimas”, etc. Peor aún, aquello se convirtió en un auténtico trabajo
político de reciclaje, algunas de cuyas posiciones (y no las menos
importantes), se detectan ahora en el nuevo batiburrillo altermundista,
pacifista, portoalegrista: todo aquello que puede definirse fácilmente como las
nuevas ediciones de la conciliación interclasista, del supuesto reformismo
radical… sobre lo que pontifica el gran profesor, el chaquetero.
Lo realmente grave
fue el carácter masivo de la desbandada político-ideológica del área
subjetivista. Ni que decir tiene que hubo muchos camaradas que se opusieron y
resistieron en prisión, pero no quedó nada ni de las organizaciones ni de las
trayectorias políticas (el caso más clamoroso fue el de Prima Linea que había
llegado a superar a las BR en dimensiones y objetivos). Los camaradas que
resistieron se integraron, en especial, bien en el área de debate de las BR,
bien en el área anarquista, que tuvo mucha más importancia a partir de los 90.
Pero también en
cuanto a las BR, el daño causado por los límites del mecanicismo, y también, en
ocasiones, el resurgimiento de un cierto eclecticismo, fueron decisivos.
Aunque, en su descargo, deba considerarse la juventud de la experiencia, su
novedad y las duras condiciones en que hubo de crecer. El error mecanicista más
grave residió en la lectura de la crisis capitalista, de su desarrollo. Y fue
una pena puesto que los términos teóricos básicos estaban en consonancia con el
marxismo-leninismo, con aportaciones incluso fundamentales en relación con las
evoluciones [del marxismo-leninismo] de los últimos decenios. Así, las tesis
sobre el Estado Imperialista de las Multinacionales fueron extremadamente ricas
y precursoras de los “grandes descubrimientos” sobre la globalización. Pensemos
tan sólo que, ya de entrada en el análisis, las BR afirmaban que en nuestra
época, las interconexiones internacionales eran tales (preeminencia de las
multinacionales y de su poder, división internacional del trabajo, con una
continua redistribución de los papeles y las cuotas productivas, organización
en cadena imperialista de los Estados) ¡que la dimensión del Internacionalismo
Proletario era una prioridad que había que inscribir en el primer lugar del
programa político! Y no eran sólo palabras. Lo mismo durante los años 1975
(Resolución de la Dirección Estratégica que formuló por primera vez estas
tesis) a 1978, años de afirmación y creciente poder de las BR (y del movimiento
revolucionario en su conjunto). Fueron precisamente también estas
“intuiciones”, estas anticipaciones, las que dieron su fuerza y credibilidad al
proyecto y al programa avanzado.
El mecanicismo
consistía en una visión un tanto lineal de la precipitación de la crisis
siguiendo el modelo de la gran crisis histórica anterior –la de los años 30- y,
por lo tanto, con una degradación paulatina de las condiciones socio-económicas
y una agudización de las contradicciones de clase, de la disposición de las
masas a la confrontación, a la radicalización. No se asistió al despliegue de
toda esta capacidad del sistema para producir contratendencias, amortiguadores,
incluidos los instrumentos de división y corrupción de una parte de las masas
(los mecanismos de “participación” y de consumismo, etc.) y los instrumentos
para descarriar a las masas hacia ámbitos reaccionarios, como la fractura con
el proletariado inmigrante, el racismo, el chovinismo, los identitarismos, etc.
Es cierto que todo esto se impuso sobre todo después de la derrota táctica de
las fuerzas revolucionarias (lo que demostraba por otra parte la estricta
dialéctica entre movilización revolucionaria o reaccionaria de las masas) pero,
ya en aquel momento, el gran error fue creer posible en la rápida “conquista de
las masas para la lucha armada”. Esta consigna, catastrófica, participaba del
ímpetu general por militarizar el enfrentamiento, del sometimiento
[“aplatissement” en el texto en francés] a la tendencia (que estaba aún lejos
verificarse en la práctica) y desdeñaba los avances previos en términos
analíticos sobre las etapas a respetar, sobre la maduración de la crisis
revolucionaria de la sociedad.
Visto en términos
de evolución política, la gran catástrofe fue creer que las condiciones estaban
maduras para dar el salto de la “propaganda armada” y del avance de la
guerrilla a la fase de “despliegue de la guerra civil”. Éste fue el error
fundamental, agravado, si cabe, por otras simplificaciones [“resumées” en el texto
en francés] y, más tarde, por la fuerza de las cosas, por la dureza del
enfrentamiento, por el concurso de factores humanos que no siempre son fáciles
de sintetizar de la mejor manera (piénsese en el peso que a partir de 1977 tuvo
la presencia de cientos de presos que vivían en condiciones extremas y que se
convirtieron en uno de los factores de la radicalización, de la percepción
extremista de la fase).
De todos modos, se
pudo ver que las BR y en general la parte del movimiento revolucionario que se basaba
en las referencias ideológico-políticas más sólidas, cuya fuente era el
marxismo-leninismo, supo extraer lecciones positivas de la grave derrota
táctica y retomar el hilo de la construcción y el combate; precisamente porque
se trataba de errores y no de todo un dispositivo ideológico espurio y ambiguo.
También nos hemos
referido a la presencia anarquista, que se manifestó (como de costumbre) en y
alrededor de las cárceles, en la lucha secular contra la autoridad y su símbolo
más horrible.
A comienzos de los
años 70 se había formado un movimiento de “nuevos anarquistas” que incorporaba
en especial las influencias del “situacionismo” francés: los comontistas. Fue
una área tan activa como marginal que preconizaba tesis y prácticas muy
provocativas, extremas: “Contra el capital, lucha criminal”, “Robo y saqueo,
podemos ser aún peores”, etc. Y marginal por la hegemonía que tenía el
movimiento comunista en aquel momento.
De este movimiento
nació una organización armada: Acción Revolucionaria, que tuvo el mérito de
implicarse a fondo en los acontecimientos de aquellos años, con las otras
organizaciones, de estar siempre en el frente de las luchas. No tuvo una gran
actividad militar, pero su contribución político-ideológica dejó un rastro que,
como se ha visto en los últimos años, ha nutrido la nueva emergencia
anarquista.
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