11. 1979: entre las potencialidades y la deriva
militarista
En el mes de enero
se produjo la ejecución de Guido Rossa, delegado obrero de una acería de
Génova, pero también activista revisionista y espía. Fue él quien delató a un
camarada de la fábrica, Francesco Berardi, que más tarde se suicidó en la
cárcel. Para que fuera completa, la acción debía haber consistido en dispararle
a las piernas pero la reacción del espía condujo a su muerte. En caso así se
podía calibrar cómo los errores de evaluación política (sobre la fase, las
relaciones de fuerza y la madurez de las transiciones [entre fases]) podían
tener trascendentales consecuencias. El partido revisionista concentró todas
sus fuerzas en la movilización reaccionaria; encantado, el Estado pudo decir
por fin que “esos supuestos revolucionarios” disparaban contra todo el mundo,
incluidos los trabajadores; “policías y trabajadores unidos contra el
terrorismo”, etc. Sólo dos meses antes, en algunas fábricas de la Fiat, se
había hecho un llamamiento a boicotear un paro por los carabineros muertos
junto a la prisión de Turín; llamamiento por medio de un dazibao: “No se hace
huelga por los carabineros”, firmado por los Colectivos Obreros locales y
pegado en el interior de las naves. ¡El paro fue un fracaso general! En el caso
de Guido Rossa, por el contrario, hubo que hacer frente al embate de toda la
maquinaria y de la base revisionistas que, con actitudes amenazadoras,
impusieron el paro a todo el mundo hasta la paralización de las líneas [de
montaje].
Barbara Azzaroni, asesinada por la policia italiana |
Comenzaban a
producirse muestras de rechazo internas en el movimiento revolucionario. Eran
muchos los que tenían dudas sobre esta escalada –golpear siempre más y más
intensamente. Esta tendencia militarista comenzaba a entreverse –en ese momento
tan sólo suscitaba dudas debido al gran prestigio de las BR-, precisamente en
el plano de la implantación política, global, de la dialéctica practicada con
la realidad de la clase.
Otro episodio destacado
fue la represalia de Prima Linea tras el asesinato de dos de sus militantes,
Barbara Azzaroni y Matteo Caggegi. La policía los sorprendió mientras esperaban
en un bar de Turín en el curso de un operativo. Apostados en gran número
(gracias a la denuncia de un tendero), los policías descargaron sobre los
camaradas una lluvia de plomo sin que tuvieran tiempo para reaccionar.
Fue una gran
conmoción: ella estaba en la vanguardia de las luchas sociales en Bolonia; él
era un joven trabajador de la Fiat, también muy conocido. Con ocasión del
funeral se produjeron grandes movilizaciones, muy tensas.
Para muchos
camaradas esta conmoción tuvo un efecto de impulso hacia el enfrentamiento,
hacia la radicalización. Si tal situación era comprensible a nivel personal, no
podía, sin embargo, convertirse en una línea política para una organización. La
dirección de Prima Linea en Turín ejecutó una emboscada, en un bar, causando la
muerte de un joven que pasaba por allí e hiriendo a un camarada (¡por fuego
amigo!) mientras los policías consiguieron huir. A continuación ejecutaron al
dueño del bar donde habían caído Bárbara y Matteo, convencidos, erróneamente,
de que era el chivato. Finalmente, una catástrofe que desencadenó de inmediato
la primera grave crisis interna, ya que dichos acontecimientos pusieron en
evidencia los límites típicos de las organizaciones no centralizadas: en la
práctica, la llamada “democracia federativa” condujo a menudo al desorden en la
toma de decisiones, a las decisiones erráticas de cada entidad local. No es del
todo justo imputar el concepto de “democracia federativa” a Prima Linea, pero
ésa era la esencia de la situación, a caballo entre la herencia comunista, los
obreristas y las tentaciones anarquizantes. De este modo, dos dirigentes nacionales
dimitieron en desacuerdo con esa deriva, tanto por el método de toma de
decisiones como por el fondo de las operaciones. Uno de los dos dirigió la
primera escisión; sin embargo, sobre todo, se asistió posteriormente al
estancamiento de Prima Linea en términos de disminución de la capacidad de su
proyecto, programa y en una actividad de puro enfrentamiento con los aparatos
del Estado con acciones a menudo inconexas y de “supervivencia”. Aún llevaron a
cabo dos acciones en 1979: la ejecución de un esbirro torturador de la prisión
de Turín, Giuseppe Lorusso, y la de uno de los más altos dirigentes de la Fiat,
Carlo Ghiglieno, en otoño, en pleno anuncio de la contraofensiva patronal, con
una ola de despidos políticos en Turín y en una situación de clase muy
propicia. Dos acciones correctas, pero a destiempo, debido al mal trabajo
político realizado por Prima Linea entre las masas. Dicho trabajo provocó por
un lado la salida de las fábricas de militantes obreros de calidad para que
pasaran a la clandestinidad; y luego el reclutamiento, sobre todo, de jóvenes
extremistas que tendían a abandonar las fábricas, que vivían el compromiso
armado al margen de un proyecto integrador de las cuestiones del movimiento de
masas.
Las otras
operaciones fueron un ataque contra la judicatura marcado por ese extremismo
competitivo –había que buscar al enemigo cada vez más a la izquierda- que les
llevó a ejecutar al juez Alessandrini en Milán (operación también muy mal vista
pues dicho juez se había ocupado además en muchas ocasiones de los fascistas y
los esbirros del Estado y no para protegerlos). Y luego dos errores: uno
durante una expropiación (a causa de la torpeza de un notorio militarista, que
se convirtió en uno de los primeros arrepentidos...) y el otro por error (de
nuevo) en la identidad de la persona.
En definitiva, como
puede verse, y sin tratar de crear polémica partidista, se ponía de manifiesto
una deriva evidente en la que se entrecruzaban la falta de claridad
programático-estratégica, la falta de homogeneidad y centralización, y un
número excesivo de errores (revelador, en ese punto, de los problemas de
fondo).
Y ello sin entrar
en detalles sobre el funcionamiento de la base –debe tenerse en cuenta que en
aquel momento Prima Linea era seguramente la OCC que contaba con el mayor
número de militantes, separados entre el nivel superior y el del “combate
proletario” (las Escuadras Armadas Proletarias, las Patrullas Armadas Obreras y
otros grupos que constituían la red interna en el nivel de las masas)- donde repercutían
todos estos nudos y defectos. Por otra parte, incluso el alto número de
militantes de Prima Linea y de sus estructuras de “combate proletario” era en
realidad un defecto, resultado de esta línea de “armar a las masas” que
significó en la práctica la transposición de colectivos y sectores del
movimiento del 77 sobre todo al ámbito de la organización armada. Algo que,
como es fácil imaginar, hizo caso omiso de cualquier selección o estructuración
seria, y peor aún, confundió nivel de masas y nivel de vanguardia.
Lo peor fue el
sometimiento de todos los elementos de la base a la tendencia militarista que,
como ya hemos señalado en el caso de las realidades a nivel de fábrica,
provocó, por un lado, la esclerosis de las potencialidades y de las dinámicas
en el plano de las masas y, por otro, escaladas incluso a nivel de barrio: en
cierto momento hubo que buscar enemigos ya que todo el mundo “se había pasado”,
con lo que fueron golpeadas personas completamente periféricas como guardias
municipales, ginecólogos, arquitectos de prisiones y tenderos que habían
disparado a ladrones.
Esto nos remite a
una historia bastante conocida debido a su amplia cobertura en los medios: la
de los Proletarios Armados por el Comunismo, grupo formado en la oleada del 77,
y la de esta tendencia a armar a sectores enteros del movimiento. Se trataba de
uno de esos grupos que carecían de auténtica estructuración política,
programática, extremadamente eclécticos, incluso desde el punto de vista
ideológico. Así, su existencia se consumió en un plazo de dos o tres años y
terminó disolviéndose en las distintas corrientes menores del movimiento
–algunos militantes se integraron en alguna de las dos organizaciones
principales.
Originados más bien
en los círculos autónomos, los Proletarios Armados por el Comunismo se
nuclearon entorno a la reapropiación y, al igual que otros grupos, teorizaron y
practicaron la expropiación como forma de existencia, como forma de ruptura con
el trabajo asalariado (vieja raíz del movimiento revolucionario internacional,
desde la Bande a Bonnot). Atacaron las estructuras represivas, en especial el
proyecto de prisiones de máxima seguridad, contando para ello con antiguos
presos que habían participado en la oleada de luchas internas. También
realizaron algunas acciones de apoyo a las luchas obreras (disparos a las
piernas e incendios), pero el centro de su atención fue sobre todo el ámbito en
que se practicaba la “liberación concreta” del trabajo asalariado, capítulo
este en que realizaron la original campaña (es lo menos que puede decirse) de
represalias contra los tenderos que disparaban a los ladrones. Bueno, para
entenderla debe también decirse que en el clima de endurecimiento represivo, de
contraofensiva burguesa, la movilización reaccionaria de las capas intermedias,
de las clases medias, formaba parte de toda una campaña en la que se recurría a
sus actitudes mezquinas de pequeños propietarios. Así, por ejemplo, la
extensión del “derecho a defenderse”, en realidad el derecho a matar de los
esbirros y de los buenos burgueses.
De este modo se
multiplicaron los asesinatos “en legítima defensa”, se duplicando los
ejecuciones fáciles que cometían los policías en los barrios en la persona de
rateros o simples proletarios en controles de carretera. Los Proletarios
Armados por el Comunismo decidieron responder a todo esto y ejecutaron al
joyero Torregiani, en Milán, y al carnicero Sabbadin, cerca de Venecia.
A continuación se
produjo una incursión policial en un barrio de Milán de donde se sospechaba que
procedían los Proletarios Armados por el Comunismo; la policía extremó la
violencia llegando a darse el caso incluso de la comisión de torturas. La
organización respondió ejecutando a un agente de la Digos (la policía política)
involucrado, Andrea Campagna.
Carmelo Coccone, Mauro Mereu, Melchiorre Deiana, Sebastiano e Pietro Masala y Pietro Malune (militantes de Barbagia Rossa) |
Otra experiencia
reseñable fue la de “Barbagia Roja”. Barbagia es una región interior de
Cerdeña. Cerdeña ha mantenido desde la unificación de Italia una identidad de
tenaz rebeldía pues, en la práctica, sufrió la unidad como una auténtica
colonización: el subdesarrollo impuesto por el capitalismo italiano se
reflejaba en sus condiciones socio-económicas. Cerdeña fue utilizada como
reserva de mano de obra emigrante, allí se instalaron sólo unas pocas fábricas
y de la peor especie (del sector petroquímico y otras porquerías semejantes)
así como varias cárceles que daban empleo, en especial, a parte del
proletariado sardo como policías de prisiones (en toda Italia). En Cerdeña hay
todavía bases militares, italianas, americanas y de la OTAN (¡la mitad de las
bases militares italianas están allí!). El panorama estaba bastante claro. Ni
que decir tiene que el movimiento rebelde de la clase tuvo allí una gran
tradición (numerosas figuras del comunismo y el anarquismo eran naturales de
Cerdeña, pensemos, por ejemplo, en Gramsci), así como el bandolerismo, y que
ambos se entremezclaron, naturalmente, en ciertos momentos. En cualquier caso,
la lucha contra el Estado y sus secuaces tuvo allí siempre su importancia.
Barbagia Roja
nació, pues, del entrecruzamiento de estas raíces y de la nueva oleada de los
años 70.
El objetivo central
de sus ataques fue, naturalmente, la militarización del territorio. De hecho,
Barbagia Roja sistematizó y dio un marco político a una práctica antagonista
difusa ejercida por muchos grupúsculos vinculados bien a las luchas populares,
bien al “bandolerismo”.
Sufrió la ejecución
de dos camaradas, Francesco Masala y Mario Bitti, por los carabineros en
diciembre del 79. Mantuvo una estrecha relación con las BR debido también a la
presencia en la isla y en sus proximidades de las cárceles de máxima seguridad
más importantes de Italia (Asinara y Nuoro).
De hecho,
trabajaron juntos y ello tuvo sus consecuencias.
La mención a las
cárceles nos remite a un capítulo importante del 79: los motines en dos
prisiones de máxima seguridad: Termini Imerese (Palermo) y Asinara. El primero
en septiembre, el segundo en octubre. Es sobre todo este segundo el que merece
ahora nuestra atención.
Asinara, situada en
una pequeña isla frente a la costa de Cerdeña (las peores prisiones son las
aisladas, como ésta), se había convertido en el símbolo de las prisiones de
máxima seguridad por la dureza de sus condiciones, por la política de
aniquilación que a todas luces se aplicaba allí contra los militantes
revolucionarios y también por la enorme combatividad que había en su interior.
Además, al estar allí encerrado el núcleo de los mejores brigadistas, se
produjeron entre sus muros notables contribuciones teórico-políticas para el
exterior: aquel año salieron de allí tres documentos importantes que difundió
la prensa revolucionaria y fueron objeto de debate.
Un camarada de la
primera hora de las BR, Fabrizio Pelli, murió de cáncer; en sus últimos días
había sido trasladado al hospital y mantenido en aislamiento estricto por un
cordón policial.
Hasta su muerte,
Pelli se negó a pedir nada. Su figura permanece imborrable en el pensamiento y
la memoria.
Estos motines se
llevaron a cabo de una manera político-organizativa precisa. En los “campos”
–así se había rebautizado a las prisiones de máxima seguridad- las BR habían
impulsado la formación de Comités de Campo o Comités de Lucha, abiertos a
distintos tipos de presos, en especial a ladrones politizados, a presos
rebeldes con una historia de lucha detrás de ellos. Una especie de organización
de masas que actuaba en dialéctica con las OCC exteriores.
¡El motín de
Asinara pretendió lisa y llanamente su destrucción total! Los presos rompieron
todo lo que se podía romper dejando la cárcel inutilizable. Fue una acción de
gran valor. Como es de imaginar, las represalias fueron de una tremenda vileza,
con castigos generalizados, traslados a celdas de aislamiento en otras
prisiones y a menudo incluso violencia física. Pero se había arrancado una
primera victoria altamente simbólica con esta devastación. El Estado no tardó
en ponerla de nuevo en funcionamiento, pero se produjo, como vamos a ver, una
segunda ofensiva revolucionaria con resultados.
Del lado de la
represión, 1979 se caracterizó también por la gran redada llamada del “7 de
abril”, que alcanzó de lleno al área de la Autonomía Organizada. Unos 30
dirigentes o ex dirigentes así como militantes conocidos fueron encarcelados,
mientras se efectuaban cientos de registros por toda Italia. Fue un asunto muy
contradictorio. La operación fue puesta en marcha por la [parte de la]
judicatura de tendencia revisionista, sobre la base del clásico
teorema-conspiración (el teorema Calogero, por el nombre del magistrado, se
convirtió en paradigma del tratamiento represivo-judicial de la lucha de
clases). Según este teorema, todo era BR –la Autonomía era tan sólo un simple
brazo más público- y de lo que se trataba, sobre todo, era de buscar a los
“jefazos” que, naturalmente, para las estúpidas y presuntuosas entendederas burguesas,
sólo podían ser grandes cabezas, profesores o algo semejante. Efectivamente
había profesores de Universidad que pululaban por la Autonomía, había todo un
núcleo de profesores-investigadores de la Universidad de Padua de cierta
reputación, incluso internacional. Su gran pope era el famoso Toni Negri. ¡Ya
estaba! Habían encontrado al gran jefe en la sombra, al gran instigador y
pensador de las BR, con todo su séquito.
Todo ello precipitó
una crisis política, puesto que, en realidad, la Autonomía estaba muy alejada
de las BR y de su visión del proceso revolucionario, de marcado carácter
leninista, y al mismo tiempo dividida en su interior entre diferentes matices,
tendencias, así como por evoluciones, especialmente en el plano teórico,
azarosas, oscilantes y despreocupadas por completo de cualquier idea de
continuidad, del sentido colectivo en la construcción, del protagonismo
intelectual, precisamente... Más allá de la injusticia de quedar implicados en
un proyecto y en actividades que no eran los suyos, Negri & Cia. comenzaron
a defenderse de manera disociada, es decir, marcando las distancias al hacer
recaer las culpas sobre los demás. Adoptaron el lenguaje del enemigo: “No somos
asesinos ni terroristas”, lo que implicaba que otros sí lo eran. Se deslizaron
hacia el terreno de una defensa victimista (los intelectuales, víctimas eternas
del poder), legalista, hacia el terreno de las garantías burguesas, empezaron a
retractarse de sus posiciones extremistas de antaño, dando finalmente un
espectáculo muy poco glorioso y extremadamente perjudicial a la causa
revolucionaria en su conjunto, al margen de las divisiones organizativas y de
posicionamiento.
Por otra parte,
todo ello desencadenó una crisis interna en la propia Autonomía, al negarse una
parte importante [de sus miembros] a seguir ese camino, lo cual provocó nuevas
fracturas y fragmentaciones, por si no eran suficientes las que ya había.
La organización
veneciana, la más importante pero también la más afectada de la Autonomía,
reaccionó en cualquier caso con una llamada a la movilización general y
nacional; tan sólo unos días después hubo una oleada de ataques contra las
estructuras represivas y de la Democracia Cristiana. Durante una de estas
operaciones se produjo un gravísimo incidente: tres camaradas murieron por la
explosión accidental de su bomba. Antonietta Berna, Angelo Del Santo, Alberto
Graziani, militantes muy conocidos en su territorio, la zona industrial de
Vicenza. El funeral y su defensa política fueron significativos (los obreros de
una fábrica en cuyas luchas Angelo había participado activamente aportando
muchos apoyo externo realizaron una asamblea en su memoria y participaron
masivamente en su funeral, mientras que en la fábrica donde trabajaba se hizo
otra asamblea).
Aquel año todo
contribuyó a la radicalización y fueron las BR quienes, una vez más, impulsaron
la tendencia, desgraciadamente negativa, de ese giro. Sobre todo al final del
año, cuando dieron un terrible acelerón ejecutando a cinco policías en
operaciones sucesivas y focalizadas.
Volvamos a la
cronología de los hechos:
- Enero de 1979,
Guido Rossa, militante revisionista y chivato, ejecutado por las BR en Génova.
- Enero, Emilio
Alessandrini, magistrado de Milán, ejecutado por Prima Linea.
- Febrero, los
tenderos Sabbadin y Torregiani (que habían asesinado a ladrones), ejecutados,
uno en Mestre-Venecia, otro en Milán, por Proletarios Armados por el Comunismo.
- Febrero, Rosario
Scalia, guardia jurado de banco ejecutado durante una acción de expropiación
por la Unidad de los Comunistas Revolucionarios (Co.Co.Ri.).
- Marzo, Ermanno
Iurilli, transeúnte, muerto en el curso de una acción de represalia por Prima
Linea (por el asesinato de Barbara y Matteo), en Turín.
- Marzo, Giuseppe
Guerrieri, carabinero, pero muerto por error por Guerrilla Proletaria (cercana
a Prima Linea) en Bergamo, Lombardia.
- Marzo, Italo
Schettini, capitalista inmobiliario-especulador y político de la Democracia
Cristiana, ejecutado por las BR en Roma.
- Abril, Andrea
Campagna, agente de la Digos (policía política) implicado en las torturas que
se produjeron tras las redadas en el barrio de Barona en Milán contra los
Proletarios Armados por el Comunismo, que fueron quienes lo ejecutaron.
- Mayo, los
policías Mea y Ollanu muertos durante el ataque de las BR a la sede regional de
la Democracia Cristiana en Roma. Se trató de una acción contundente, que supuso
la ocupación de territorio por parte de quince activistas, en pleno centro de
Roma, demostrando una elevada capacidad militar.
-Julio, el guardia
jurado de banco Mana, muerto por accidente durante una acción de expropiación
cerca de Turín, por Prima Linea.
- Julio, el coronel
de los carabineros Varisco, responsable de los presos, ejecutado por las BR en
Roma.
- Julio, el empresario
hostelero Civitate, considerado erróneamente como el delator de dos camaradas
muertos en su bar, muerto por Prima Linea en Turín.
- Septiembre, el
dirigente de Fiat Ghiglieno, en acción contra la reestructuración y la ofensiva
patronal, ejecutado por Prima Linea en Turín.
- Noviembre, el
policía Granato, de la comisaría de un barrio proletario de Roma, San Lorenzo,
centro de lucha y de organizaciones, ejecutado por las BR.
- Noviembre, los
carabineros Tosa y Battaglini, ejecutados en una acción de “contrapatrullaje”
por las BR de Génova.
- Noviembre, el
suboficial de policía Taverna, ejecutado por las BR en Roma.
- Diciembre, el
suboficial de policía Romiti, ejecutado por las BR en Roma.
Todo lo cual da
idea de la intensidad del enfrentamiento: en diciembre hubo un “viernes negro”
en Turín (como lo llamaron, asustados, los periodistas buenos): las BR
dispararon a las piernas a un director de fábrica en Mirafiori, organización
que expropió igualmente una parte del fondo de nóminas de la fábrica de
Rivalta; lo mismo sucedió finalmente en la fábrica de Lingotto (fueron ladrones
pero la prensa exageró).
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