En la batalla
política que desgarraba el movimiento en 1977, sobre qué dirección tomar, las
BR constituían la propuesta que, en el fragor de la lucha, ocupaba el lugar más
prestigioso, mientras que el resto de hipótesis seguía nadando en una situación
indefinida, magmática. Y las BR no perdieron la oportunidad de desempeñar ese
papel de vanguardia.
En el otoño del 77
empezaron a “elevar el tiro” o a “elevar el nivel de la confrontación”.
El número de
atentados con disparos a las piernas era impresionante: uno cada diez días
aproximadamente (fuera de las temporadas bajas del año), de los que más de la
mitad los realizaban las BR.
El brigadista Giuseppe Memeo en Milan, 1977 |
Golpeaban principalmente
a los jefes, dirigentes y fascistas de las fábricas, con una rigurosa
distribución en las zonas de los principales polos de la clase. En Milán:
Pirelli (núcleo fundador), Siemens, el polo siderúrgico de Sesto San Giovanni,
Marelli, Alfa Romeo, ITT y un montón de otras medianas y pequeñas industrias,
así como los grandes hospitales, donde hubo una importante experiencia de
Comités Autónomos. En Turín: la decena de grandes plantas de Fiat, incluida la
que era vanguardia de las masas, Mirafiori (que en aquel momento contaba con
alrededor de 50.000 empleados), así como Michelin, Singer, ITT, Bertone,
algunas industrias textiles y también una amplísima red de fábricas pequeñas y
medianas, profundamente penetradas por las luchas y la organización de la
clase. En Génova, los estibadores y marinos, las grandes acerías estatales,
industrias mecánicas pesadas y de armamento (debe tenerse en cuenta que esta
ciudad tenía una gran tradición de clase, una historia comunista y
revolucionaria considerable). En el polo entre Venecia y Padua: el gran polo
petroquímico de Marghera (que, por sí solo, fue símbolo de la enorme
radicalización obrera contra estas fábricas de muerte que son las
petroquímicas), Italsider, Astilleros navales, fábricas de aluminio y otras. Nápoles:
Italsider, AlfaRomeo y las industrias aeronáuticas y de armamento. En Roma y su
región se daba más bien una realidad de proletariado metropolitano,
especialmente en los servicios, entre los que tuvieron gran significación los
Comités Autónomos de los grandes hospitales; también fueron importantes en esta
región los temas concretos de la propia zona, como la vivienda, así como un
sector obrero con una rica historia en luchas, como el de la construcción, y
algunas grandes fábricas de electrónica, el monopolio eléctrico del Estado y la
Fiat de Cassino. Por último, también hubo otras realidades regionales (en
especial Toscana, Cerdeña, Marche, Emilia) si bien aquí nuestra intención era,
sobre todo, referirnos a los polos, es decir, a las concentraciones de la clase
que desempeñaron un papel motor. En ese sentido, debe señalarse que en 1977 y
1978, la iniciativa armada alcanzó a todas las fábricas y sectores indicados,
en varias ocasiones, y ello sobre la base de una estructura organizativa
precisa que comenzaba siempre con la presencia de militantes en el interior.
También hubo una
línea de ataque más territorial, que afectaba a diferentes aspectos de la
situación de la clase, a menudo en apoyo directo a las luchas, especialmente
sobre el tema de la vivienda, los “precios políticos” o la “reapropiación”. De
este modo, casi todas las OCC llevaron a cabo ataques contra agencias
inmobiliarias, contra la gran propiedad, especuladores o grandes grupos
comerciales, mediante frecuentes asaltos y registros en los que se apoderaban
de listas y documentación –sobre viviendas y edificios vacíos, por ejemplo- con
los efectos que cabe imaginar...
Igualmente
importante fue la presencia en los barrios: sobre las condiciones de vida en
general y especialmente de las pandillas de jóvenes. Se luchaba contra la
gangrena de la heroína: una OCC –Guerrilla Comunista- se encargaba de limpiar
los barrios de seis o siete traficantes. Se trataba de una lucha que, casi
siempre, implicaba atacar a los fascistas que, como se ve en todos los países,
también se dedican con sumo gusto a esta actividad asesina. Los fascistas, como
buenos policías del proletariado, fomentan todo lo que es destructivo para el
proletariado.
Políticamente, fue,
en todo caso, un ejemplo típico de lucha armada de “acompañamiento”, de
seguimiento de la espontaneidad de las luchas, de prolongación y radicalización
de las luchas, lo que en sí mismo no era necesariamente negativo. Su
teorización y su traducción en términos políticos fueron, no obstante,
negativas: nunca condujeron a resultados interesantes para la evolución de la
confrontación estratégica. Peor aún, todo ello restringió la riqueza del
movimiento espontáneo a su propia espontaneidad, en un movimiento circular en
que no cabían saltos cualitativos. A la larga, todo ello no podía producir más
que marginación y fragmentación y, bajo los golpes de la ofensiva burguesa,
retroceso y rehabilitación en el entramado institucional (que es a lo que se
dedicaron, con gran profesionalidad, los dirigentes-chaqueteros).
Ésta fue una de las
grandes demostraciones de que la Revolución, o un proceso revolucionario, no se
desencadena por sí mismo, en virtud de la radicalización de las masas (que, por
otro lado, es importante), sino que requiere necesariamente un plan de Partido,
una fuerza que subjetivamente plantee, enuncie, el conjunto de las herramientas
(ideológicas, estratégicas, de línea política y de organización
político-militar) indispensables para el enfrentamiento a largo plazo, para
transformar el antagonismo de clase, la autonomía de la clase, en una fuerza
consciente y decidida a tomar el poder e instaurar la dictadura del
proletariado en tanto que premisas, bases mínimas e indispensables para iniciar
cualquier transformación de las relaciones sociales.
Pero el eje que
terminó siendo el más importante fue el del ataque contra los aparatos de
Estado: el partido-régimen, la Democracia Cristiana, los cuerpos represivos y
la nueva contraguerrilla.
Y ello, sobre todo,
por iniciativa de las BR que, desde el lanzamiento del “ataque al corazón del
Estado”, concentraron sus esfuerzos en trascender el plano del enfrentamiento
trabajo-capital para situarlo en el plano clase-Estado, en el plano estratégico
de la lucha por el poder.
Por ello, sobre la
base de las relaciones de fuerza que la clase expresaba en esta fase (a la que
contribuía ampliamente la iniciativa combatiente que actuaba con toda
intensidad en las fábricas), las BR comenzaron a “elevar el tiro”, “elevar el
nivel del enfrentamiento”. Las ejecuciones de figuras del aparato del Estado y
del capital se convirtieron en el método de intervención más importante, el que
caracterizaba y marcaba el ritmo de la intervención política de la Organización
en la lucha de clases. En este plano, las BR se vieron rápidamente secundadas
por Prima Linea que actuaba partiendo de otros presupuestos, de otras
dinámicas: la militarización del movimiento de oposición en forma de
“combattimento proletario” (la transformación de los grupos y colectivos de los
barrios en equipos de combate de bajo nivel), el contrapoder, la guerra social
total, el combate contra las reestructuraciones productivas y corporativas, muy
gravosas y con tendencia a la militarización y atomización, destructivas del
tejido social (en este punto, el análisis no era incorrecto pues anticipaba en
gran medida los fenómenos negativos que más tarde se desplegaron en nuestras
sociedades, pero a los que se dieron respuestas equivocadas).
Reestructuraciones a las que ya no cabía oponer más que la organización de redes
y comunidades de lucha y combatientes (de hecho, como cualquier visión
“totalizadora”, era extremista y desesperada), en una radicalización del
enfrentamiento armado carente de estrategia y táctica.
Al menos en esta
primera fase de “elevación del nivel de enfrentamiento”, Prima Linea –estamos
en 1977-1978- conservaba una cierta lucidez política y creó una especie de
frente único con las BR y otras organizaciones menores. De este modo, los
golpes comenzaron a hacer mella duramente en los aparatos represivos, que
también empezaron a perder su vil arrogancia, a tener miedo.
Pero pronto tuvo
lugar un punto de inflexión, el paso más arduo. El 16 de marzo de 1978 las BR
secuestraron a Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana.
10. La campaña de primavera: la operación Moro
Con el paso del
tiempo, [la operación Moro] sigue revelándose como un ataque audaz e
impresionante que requirió un nivel de organización y una determinación enormes
además de un proyecto político de calado y una visión de gran amplitud. Suponía
irrumpir en el mismísimo centro de la escena política burguesa justo en el
momento en que allí se estaba alumbrando una importante operación. Nada menos
que el “Acuerdo Nacional”, la primera coalición de gobierno abierta a la
participación, externa, del partido revisionista (el PCI). Nada menos porque lo
que estaba en juego era un endurecimiento considerable de la contraofensiva
burguesa contra la clase, el pistoletazo de salida de grandes
reestructuraciones productivas y empresariales, de grandes líneas de
estatalización y militarización social en el marco de la tendencia hacia la
guerra imperialista.
Desde el punto de
vista de los revisionistas, eran las premisas de sus sueños, el “compromiso
histórico”, el final formal de su disfraz comunista y su incorporación
definitiva a la clase política burguesa. Estas premisas estaban tan bien
encaminadas que los jefes de EEUU observaban la experiencia con benevolencia.
Debe recordarse que Moro era un servidor fiel del Vaticano, es decir, del otro gran
centro de poder en Italia que, siendo como es la fuerza reaccionaria que todos
conocemos, también era favorable al proyecto. Así, el PCI puso de inmediato su
fuerza (en aquel tiempo considerable) al servicio del frente antiterrorista,
encargándose de las movilizaciones en la calle, de las huelgas de protesta (¡la
mayoría a menudo fracasadas!) y del trabajo de espionaje y policiaco en
fábricas y barrios.
Tenían miedos,
mucho miedo. De golpe tomaron conciencia de la fuerza y el arraigo del “Partido
Armado”. Porque, más allá de sus mentiras propagandísticas habituales, sabían
que no se puede alcanzar ciertos niveles [en la lucha] sin un apoyo popular
adecuado. Cuando, tras las detenciones y reconstrucciones judiciales de los
hechos se conoció la realidad “objetiva”, se supo que de la docena de
participantes en la acción del secuestro, la mayoría eran militantes obreros (a
menudo reconocidos en la vanguardia) pasados a la clandestinidad, algunos de
los cuales se habían separado de las filas revisionistas. Por dar un ejemplo:
Mario Moretti, ex delegado de personal de Siemens en Milán, el segundo delegado
en número de votos.
Otro aspecto muy
importante desde el punto de vista político e ideológico: la mayoría de esta
decena de militantes eran dirigentes de la Organización al más alto nivel.
Aplicación de los principios marxistas de unidad del trabajo intelectual y
trabajo manual, ética marxista de la responsabilidad.
Durante los 55 días
de pulso se planteó la solicitud de liberación de algunos presos, no como finalidad
de la acción, que tenía su propio contenido, sino como mínimo para llevar a
cabo un acto de magnanimidad y suspender la sentencia dictada contra el
Presidente de la Democracia Cristiana.
Este ataque fue tan
inesperado y de tal dimensión que conmocionó el marco político, el desarrollo
del enfrentamiento de la clase. En el seno del movimiento revolucionario sirvió
para afianzar la hegemonía de las BR, cuyo crédito y autoridad recibieron un
espaldarazo sin precedentes.
El ataque puso de
manifiesto todas las deficiencias y limitaciones de las otras hipótesis y
organizaciones; muchas de ellas sufrieron una sacudida de arriba abajo por este
terremoto, se fracturaron, y una parte de las mismas asumió el discurso de las
BR y terminó por integrarse en ellas.
En los meses
siguientes las BR reclutaron a muchos nuevos miembros a los que incluso se
seleccionaba estrictamente, abrieron nuevos frentes, se intensificó el avance.
Ello supuso un grave problema para las OCC del área subjetivista, desplazadas
como estaban respecto a la concepción del proceso revolucionario, en especial
los movementistas recalcitrantes. Limitándose a defender el movimiento como si
de su parcelita se tratara, obligados a alimentarse [“s’alimenter” en el texto
en francés] en un círculo aparte, incapaces de concebir el proceso por etapas,
con una estrategia y una táctica que la mayoría de ellas basaba ya en las
teorías sobre el fin de lo político y el valor inmediatamente subversivo del
antagonismo social...), abrigaban un auténtico rencor contra las BR, culpables
de seguir el camino marcado en su propio proyecto. Entre las masas, se extendía
la percepción de que había dos vías: bien la vía parlamentaria, la del PCI,
bien la vía revolucionaria, la de las BR (dándoles el valor que se puede dar a
las encuestas... unos meses después, un semanario tuvo la desafortunada idea de
realizar una en condiciones de anonimato en la cual el 10% de los encuestados
declararon que habrían votado a las BR. A los pobres periodistas casi les
linchan).
Pero, como ocurre
con frecuencia, justo en el apogeo de un fenómeno aparece también el pasivo de
las contradicciones y límites a superar. Los grandes saltos requieren también
grandes capacidades para asumirlos, consolidarlos, saber proceder en las nuevas
condiciones, más avanzadas, pero también más exigentes. Y en ese punto,
lamentablemente, las BR no sólo no se plantearon la cuestión de sus propios
límites y errores sino que, en cierta medida, incidieron en ellos.
Este error de
apreciación sobre el alcance y condiciones de la crisis capitalista se agravó
debido al atolladero político en que la operación Moro había sumido al régimen.
Pero aunque el régimen estaba en verdaderas dificultades, no estaba ni mucho
menos acorralado, y habría bastado para percatarse de ello con observar con más
objetividad las grandes multitudes que llenaban las calles convocadas por los
partidos burgueses. Había una parte importante de la sociedad que defendía al
sistema: ¡el problema no se podía reducir a un Estado cuya supervivencia dependía
ya sólo de la fuerza! Y éste fue un grave error de apreciación, que influyó muy
negativamente sobre el desarrollo estratégico.
Así, la consigna
era acelerar el paso para el despliegue de la guerra civil. Y en su seno, la
formulación del Movimiento Proletario de Resistencia Ofensiva (MPRO) como
interlocutor fundamental de la dialéctica Partido/Masas. El MPRO era el tejido
de los núcleos armados y de las pequeñas organizaciones locales más los obreros
que voluntariamente echaban una mano, pero el área combatiente seguía siendo
esencialmente la parte más importante y no los movimientos de la clase como
realidad y dinámica mucho más profunda y amplia y no necesariamente dispuestos
a pasar a las armas. Por otra parte, desde un principio la gran inteligencia
política de las BR, y de otras OCC, había consistido en comprender y practicar
una dialéctica entre los diferentes niveles de conciencia y de organización de
la clase, diseñando una estrategia que preveía precisamente los momentos y
saltos de maduración e implicación. En ese punto nos equivocamos gravemente
sobre una posible disponibilidad de las masas, indistintas, indiferenciadas,
para el paso a las armas. Nos olvidamos de los rasgos fundamentales (definidos
en el análisis leninista) de una situación de crisis revolucionaria, que
requiere el factor subjetivo: la existencia de una Organización que como las BR
tenía ya los rasgos de Partido, y que actuaba como tal, pero no sólo. También
son necesarios los factores objetivos de agravamiento de la crisis económica y
política y de las condiciones de las masas. Las condiciones estaban todavía muy
lejos del umbral de ruptura generalizada.
La cuestión clave,
el nudo político principal que quedó patente en el apogeo de la ofensiva
revolucionaria (porque en esos momentos se contaba con un potencial tremendo y
la vía por la que se le condujera sería decisiva), fue probablemente que los
rasgos fundamentales de la concepción estratégica, declarados o subyacentes, se
concentraban y, por lo tanto, los defectos de eclecticismo y mecanicismo iban a
ponerse de manifiesto en la transposición del modelo de “Guerra Revolucionaria
Prolongada”. En primer lugar porque este modelo se extrajo principalmente de
las experiencias china, vietnamita y latinoamericanas, es decir, de referencias
consagradas que, no obstante, no eran mecánicamente transponibles (en la medida
en que, por otro lado, haya algún principio que se pueda ser transponer
mecánicamente...), en especial en relación con los rasgos de formación
socio-económica del centro imperialista.
Estamos, pues, ante
el gran mérito ¡y ante el gran límite! El mérito residió en haber concretado un
camino revolucionario en el corazón del sistema imperialista que daba una
auténtica salida a las grandes luchas de las masas y al movimiento
revolucionario, que hacía frente realmente al revisionismo (y estaba en vías de
derrotarlo) y que salía del lodazal de un extraparlamentarismo inconsecuente o
de un M-L-Maoísmo declamatorio y teórico. El mérito de haber tomado ese camino
vinculándose de nuevo, de manera orgánica y consecuente, a las dinámicas del
movimiento comunista internacional.
El límite fue haber
incorporado también elementos de eclecticismo y de “juventud”, el encontrarse
tan rápidamente frente a un enorme combate en el que había que aprender todo
sobre el terreno, entre dificultades inimaginables.
Era un poco el
precio a pagar. ¡Quienes creen en las revoluciones perfectas y limpias, quienes
se aferran a los modelos generales (incluso a los más exactos) pueden ir
cambiando de profesión! (Causarían menos desastres, ante cada dificultad, si
fueran del tipo de los que se vuelven rápidamente contra la revolución que
defrauda sus ideales de presuntuosos pequeño burgueses; como se vio en Italia,
como se ha visto en todas las experiencias históricas).
Este límite
consistió, por lo tanto, en la aplicación de un desarrollo estratégico lineal,
de suma de acciones, capacidades y crecimiento tanto organizativo como
operativo, al margen de las consideraciones de la fase, los saltos cualitativos
y las discontinuidades, tan necesarias, por otro lado.
Es decir, aun sobre
la base de las relaciones de fuerza de la clase y con un importante entramado
de luchas y de organización de masas, no nos encontrábamos en una fase
revolucionaria –y en este punto se revelan como decisivos los rasgos objetivos,
por ejemplo, el grado de profundidad de la crisis capitalista, el
empobrecimiento de las masas, etc.- y el camino elegido, si bien justo, debía
adaptarse, desarrollarse en diferentes tiempos. En lugar de acelerar la
ofensiva, era necesario más bien consolidarse en el seno de la clase, sobre la
base de una presencia político-militar mucho más enfocada y limitada a las
grandes intervenciones políticas puntuales.
Y en ese momento
teníamos la fuerza y las capacidades para ello: era el momento todavía de la
política armada ¡y no del despliegue de la guerra!
Todo ello habría
exigido aún una mayor capacidad de retroceso político, de dar un paso atrás
para recoger los frutos y profundizar, sistematizar, la implantación teórica y
estratégica, rectificando el bagaje ecléctico que arrastrábamos y concretando
la matriz leninista que era tan útil y pertinente para la tarea [que teníamos
por delante], toda vez que la fuerza político-organizativa estaba garantizada a
un nivel muy alto, lo cual aseguraba el mantenimiento de un cierto nivel
ofensivo.
Por el contrario,
fue la escalada lo que prevaleció.
El año 1978 fue, de
este modo, el momento del giro decisivo hacia una lógica de guerra.
Cuantitativamente, hubo aproximadamente el mismo número de ataques incendiarios
y con explosivos (unos cien), disparos a las piernas (una veintena), mientras
que se hicieron más escasos los asaltos /registros (sólo 4, lo que era muestra
de la elección de una orientación) y las ejecuciones se convirtieron en el
centro de la ofensiva (en concreto 28, cuando hasta 1977 habían sido 10 y en
parte no previstas en el proyecto inicial de la acción).
Veámoslo en detalle
para entenderlo mejor.
Las BR golpearon
además de a Moro y a los cinco agentes de los cuerpos especiales que le
escoltaban:
- Al juez Riccardo
Palma, alto responsable de la política penitenciaria y de las cárceles de alta
seguridad.
- Al comisario de
policía Rosario Berardi, responsable de contrainsurgencia en Turín.
- Al funcionario de
prisiones Lorenzo Cotugno, notorio torturador en Turín.
- Al vicecomandante
de los guardias de la prisión de Milán, Francesco Di Cataldo, responsable del
Centro Clínico y de todos los asesinatos, directos e indirectos, de presos; por
la falta de cuidados médicos y la violencia disfrazada con que se empleaba.
- Al jefe de la
policía contrainsurgente de Génova, Antonio Esposito.
- Al jefe de
fábrica Pietro Coggiola, de la Lancia de Turín.
- A otro magistrado
del Ministerio de Justicia, responsable penitenciario, Girolamo Tartaglione, en
Roma.
- A los carabineros
de control exterior de la prisión de Turín, Lanza y Porceddu (cuerpo creado
especialmente para el control de las prisiones de alta seguridad).
En cuanto a las
otras OCC:
- Al responsable de
los esbirros de la fábrica Fiat de Cassino, Carmine De Rosa (antiguo
carabinero), por las Formaciones Comunistas Combatientes (cercanas a Prima
Linea).
Aldo Moro |
- Al agente de
policía Fausto Dionisi, en un intento fallido de evasión, por un comando de
Prima Linea en la prisión de Florence.
- Al notario
Gianfranco Spighi, debido a su reacción durante una expropiación, por Lucha
Armada por el Comunismo.
- Al comisario de
prisiones Antonio Santoro, torturador de la prisión de Udine, por los Proletarios
Armados por el Comunismo.
- A los traficantes
de heroína Giampiero Cacioni, Saaudi Vaturi y Maurizio Tucci, en Roma, por
Guerrilla Comunista. Durante una acción contra otros traficantes murió por
error Enrico Donati; Guerrilla Comunista asumió la responsabilidad.
- Al criminólogo
Alfredo Paolella, en la prisión de Pozzuoli-Napoles, por Prima Linea.
- Al traficante de
heroína Giampiero Grandi, en Milán, por Escuadra Proletaria (satélite de Prima
Linea).
- Al fiscal de la
República de Frosinone (Lazio), Calvosa, y sus dos agentes de escolta, Pagliei
y Rossi, por las Formaciones Comunistas Combatientes. Durante el tiroteo
también cayó el camarada Roberto Capone.
Hay algo que queda
a todas luces de manifiesto: una gran diferencia política: mientras las otras
OCC, aun golpeando correctamente, no lograron superar una dimensión parcial,
prolongación armada de las luchas y del enfrentamiento con los aparatos
represivos (y también esa respetable campaña contra los traficantes de muerte),
en las BR se observaba el despliegue de
toda una ofensiva contra el Capital y el Estado en sus instituciones
fundamentales, se observaba una concepción general, un programa para toda la
clase, una estrategia.
Este aspecto se
percibía también en la implantación teórica. Los primeros se encastillaban absolutamente en la noción de “contrapoder”
(noción cuya experiencia histórica ha demostrado siempre su inutilidad,
arrastrando en el mejor de los casos a la clase a una actitud defensiva
condenada a la derrota, actitud que a menudo, de compromiso en compromiso,
termina sumida en el reformismo institucionalizado... como es el caso hoy en
día de los Zapatistas de Chiapas); o en una comprensible búsqueda de nuevas
vías revolucionarias (a la luz de la deriva de los países socialistas) que, sin
embargo, terminaban convirtiéndose de inmediato en un aventurerismo ecléctico,
confusionista, que condujo a las rendiciones más vergonzantes (la de Prima
Linea prácticamente en bloque, después de un año de prisión de la mayoría de
los militantes, y su reciclaje por los vericuetos de los nuevos movimientos
pacifistas).
Los segundos
produjeron textos –y también una teoría- en los que se trataba de avanzar
reelaborando el hilo de la continuidad con la historia revolucionaria del
siglo, críticamente y sin ese “soberano desprecio” que distingue a los
movimientos y militantes pequeño burgueses. Sus textos eran ampliamente
comprensibles y planteaban las cuestiones a hay que hacer frente cuando
realmente se quiere “hacer la Revolución”. La Resolución de la Dirección
Estratégica de febrero de 1978 sigue siendo una referencia, un texto muy útil
para los militantes que se plantean el problema de la Revolución Proletaria hoy
y en los países imperialistas (recientemente, los servicios secretos italianos,
siempre activos en la tarea de descifrar las evoluciones del campo
revolucionario, reconocieron en una entrevista periodística la gran calidad de
ese texto, que había anticipado los fenómenos de la globalización, la
reestructuración internacional de la producción, la concentración de poderes en
estructuras transversales y círculos reservados, la tendencia a la guerra,
etc., en un momento en que el resto de partidos no veía nada de todo esto y lo
denigraban como una muestra de delirio...).
Lo cierto es que ya
se había emprendido la subida de la pendiente: casi todo el mundo, partiendo de
las diferentes posiciones que acabamos de ver, declaró inminente el paso a la
guerra abierta, que la contradicción de clase había quedado reducida a su
aspecto militar, con un sistema capitalista que había perdido toda legitimidad
y que sobrevivía únicamente gracias a su fuerza bruta.
Los primeros meses
de 1979 dieron lugar a los primeros “patinazos” serios.
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