29 de diciembre de 2013

HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN ITALIA (1960-2008) [7ª PARTE]

14. 1982: el punto de inflexión de la derrota táctica.

A decir verdad, el año había comenzado con gran estruendo. El 3 de enero, en un asalto de gran calidad militar a la prisión de Rovigo (Veneto), cuatro camaradas fueron liberados, incluyendo una dirigente histórica de Prima Linea, Susanna Ronconi. De gran calidad militar porque exigió aislar todo un lado de la prisión, es decir, ocupar el territorio, volar el muro y abrir una brecha, mientras se mantenía bajo el fuego a los vigilantes de las torretas para, finalmente, recuperar a todo el mundo y escapar. Todo se hizo a la perfección, lo que no impidió, sin embargo, un desgraciado incidente con un jubilado que pasaba cerca y que falleció de un infarto por la onda expansiva de la explosión. Los camaradas asumieron el accidente como se debe, en su escrito de reivindicación, presentando sus excusas a la familia. En el juicio, la esposa del jubilado dijo entender la naturaleza del incidente, a la vista de las medidas de precaución [adoptadas por los camaradas], la lejanía de los transeúntes que pasaban por la calle así como por la naturaleza de su lucha, que en absoluto pretendía afectar a las gentes del pueblo. Por ello, no se constituyó en parte civil (los medios de comunicación se cuidaron muy mucho de dar cuenta de este gesto, con todo lo que ello significaba).
 
Sergio Segio y Susanna Ronconi
La operación dio también ocasión al reencuentro entre las dos secciones de la antigua Prima Linea, los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria (COLP) y el Núcleo Comunista. Y estuvo precedida por otra liberación brillante, con el ataque, también desde el exterior, contra la prisión de Frosinone (Lazio). Pero, más allá de la belleza de este tipo de operaciones, el vacío estratégico seguía ahí y en sí mismas las propias operaciones lo ponían de manifiesto. Porque este campo es totalmente ilusorio, excepto (tal vez) en las fases de gran poder: sin embargo, nos encontrábamos en una fase de derrota táctica y las detenciones se sucedían, masivas. No sólo era imposible hacer algo duradero con fuerzas que iban quedando reducidas a la mínima expresión y atender a las enormes necesidades logísticas (Prima Linea y los grupos autónomos llegaron en este periodo a realizar un número increíble de expropiaciones con el único objeto de cubrir las necesidades de la clandestinidad), sino que era algo absolutamente desproporcionado en relación a los miles de presos.

Durante esta fase (de 1981 a 1983) su accionar no hizo sino retroalimentarse en un discurso centrado en la cuestión prisión-represión, discurso al que se pretendía yuxtaponer una perspectiva de liberación que nacía de sus categorías de “guerra social total” y lo nutría, por lo tanto, de frustraciones e ilusiones que terminaron por venirse abajo penosamente.

La detención, sólo un mes después, de una de las fugadas con uno de los militantes del comando fue la demostración inmediata de ello...

Mientras tanto un grupo de militantes de Prima Linea fue detenido tras varios días de caza del hombre en un bosque en Toscana y en Roma, en busca de los heridos, tras una expropiación y un primer tiroteo (donde cayeron el camarada Lucio Di Giacomo y dos carabineros).

Se dio una enorme publicidad a los hechos, en la que se destacaba la participación de equipos estadounidenses. Significó, sobre todo, el principio de la aplicación de la tortura sistemática, con métodos científicos, a los camaradas que iban cayendo sucesivamente. Esta práctica contaba con el precedente, a principios de enero del 82, de los militantes de las BR-Partido Guerrilla detenidos cuando intentaban secuestrar al máximo dirigente de la Fiat.

Cuando, a finales de enero de 1982, los equipos especiales consiguieron asaltar la base donde estaba secuestrado Dozier, se dio a la operación de liberación del rehén una gran repercusión mediática, mostrando el nuevo aspecto de los rambos encapuchados con fines explícitamente terroristas. Los cinco militantes capturados fueron brutalmente torturados: uno de los principales dirigentes nacionales (Savasta) se vino abajo y desde entonces, como arrepentido, continuó dando información. En este caso también, el desastre fue comparable al causado por el primer dirigente arrepentido, Peci, con el agravante de que muchos camaradas sufrieron torturas y muchos se vinieron abajo (luego se retractaban y denunciaban la tortura, pero el daño ya estaba hecho). Ejemplo que le honra fue el que dio uno de los cinco secuestradores de Dozier: ofreció una resistencia ejemplar y en su primera comparecencia ante el tribunal consiguió denunciar alto y claro las torturas, mostrando las marcas en su cuerpo; consiguió también que se publicara el hecho en los periódicos (que hicieron todo lo posible por denigrarlo y silenciarlo). Este camarada se llama Cesare Di Lenardo, sigue prisionero (24 años) y siempre ha mantenido su dignidad y su lugar en el movimiento revolucionario. Muy apreciado por todos los presos, merece un especial saludo.

Con cientos de arrestos en pocos meses –se produjeron casi tantos ese año como durante el año catastrófico de 1980, casi mil-, la situación de las OCC se precipitó al no reemplazarse unos militantes a otros al mismo ritmo. Algunas organizaciones, como la Columna Walter Alasia, sencillamente fueron destruidas. Y eso por no hablar de la sensación de temor que comenzaba a apoderarse, en su entorno, del tejido de la clase, bastante maltrecho ya por los sucesivos golpes recibidos en todos los ámbitos. La situación había cambiado de veras en este punto. Había que tomar conciencia de que una perspectiva de ataque, de ofensiva generalizada, ya no era sostenible en modo alguno. Era necesario dar un paso atrás, incluso varios. De nuevo en esa ocasión, las BR-Partido Comunista Combatiente demostraron llevar la delantera política, al decretar la “Retirada estratégica”.

Esto no significaba el cese de la actividad, sino su redefinición, su reposicionamiento desde la retaguardia.

Por el contrario, los subjetivistas, representados por el Partido Guerrilla, respondieron con un llamamiento a profundizar aún más la guerra, calificando de traidores a quienes planteaban la más mínima duda: 1982 estuvo marcado, en consecuencia, por sus últimas “hazañas”. Había que elevar aún más el nivel de enfrentamiento y atacar los cuarteles del ejército (atacaron tres) para demostrar que su voluntad era pasar a un nivel de guerra abierta. Y ello, por supuesto, con las meteduras de pata previsibles: por ejemplo, el ataque a los bancos como campo de batalla propuesto al Proletariado metropolitano, como ámbito de recomposición, forma de lucha contra la crisis y el paro... Y fue en uno de estos ataques cuando se consumó el peor “error”: la ejecución de dos guardas de seguridad ya desarmados y tumbados boca abajo. A la postre, esta acción desencadenó una reacción vigorosa por parte del resto de organizaciones, el aislamiento político de los autores en la cárcel y las complicaciones que pusieron fin al Partido Guerrilla.

El Partido Guerrilla se fracturó en las cárceles ese año al imponer un clima de terror antitraición (en connivencia con parte de la Camorra, como ya hemos señalado). Se produjeron algunas ejecuciones, no de auténticos traidores (que obviamente estaban protegidos en otros lugares), sino de camaradas que se habían venido abajo con la tortura y que habían dado alguna información, retractándose posteriormente y declarando su voluntad de reincorporarse a la comunidad de presos, después de haber llevado a cabo la deseable autocrítica. Pero es que, además, había un problema más general, pero de orden político-ideológico: las debilidades e incertidumbres que empezaban a apoderarse de las filas ante la evidente derrota o la fatiga y dificultades derivadas de la detención. Y esa situación el Partido Guerrilla pensaba afrontarla en términos inquisitoriales, reduciendo todo al “alma pequeño burguesa que prevalece sobre el alma proletaria” en el reflejo de la guerra social total sobre cada persona...

Habían llegado a pensar semejante cosa incluso en relación con la tortura: según ellos, si se estaba realmente convencido, se resistía sin género de duda. Las experiencias históricas de todos los movimientos revolucionarios demuestran que esto no es cierto. El clima en las cárceles se hizo irrespirable, con el principal resultado de destrozar a un montón de camaradas y arrojarlos a los brazos de la disociación. Además, bajo el peso de la derrota militar (total tanto en el caso del Partido Guerrilla como de Prima Linea), las escisiones violentas y los golpes que sin descanso daba la policía (las luchas y motines en las cárceles ya no contaban ni con el apoyo militar externo, ni con una favorable relación de fuerzas de la clase), la caída del Partido Guerrilla fue brutal.

Estar a cero después de haber hablado de guerra total en marcha, de Estado reducido al ejercicio de la fuerza bruta y al aislamiento social, de transición al Comunismo como programa inmediato, etc.: el contragolpe no pudo ser más devastador.

Pero así fue. Después de algunas acciones desesperadas, las disociaciones, los arrepentimientos y, en el mejor de los casos, las retiradas al silencio, se multiplicaron durante 1983. El caso de los “madonnari” fue el más grotesco: un grupo entero de los antiguos y principales promotores de esta aventura insensata cayó en la religión, ¡después de afirmar, entre otras cosas, que se les había aparecido la Virgen!

Menos graciosos fueron los actos públicos de “contrición” a que dieron pie, tales como organizar encuentros con personas afectadas por las iniciativas de combate, prestándose sobre el terreno a una mediatización en la que se distinguió el triste Franceschini, quien levantó las peores calumnias sobre la manipulación de los servicios secretos y otros delirios.

En septiembre de 1982, el profesor Toni Negri, con sus acólitos universitarios, lanzó por todo lo alto la campaña de disociación mediante un documento que circuló por las prisiones donde, obviamente, encontró un terreno fértil. Por sus promotores, por sus capacidades políticas e ideológicas, fue ésta la principal operación de disociación, aunque otras le sucedieron en el tiempo o coincidieron con ella. Cada grupo deseaba diferenciarse –incluso, a veces, poniéndose finos-, asumiendo toda la manipulación burguesa de las palabras, para mistificar y falsear la realidad. De este modo, Prima Linea se convirtió en uno de los grupos de disociados más numeroso y homogéneo, no hablaba de disociación sino de “oltrepassamento” (“superación”) de la lucha armada, de “reactualización histórica” y otros eufemismos. Su realidad fue tan repugnante como la de los primeros.

Hay que calibrar bien el hecho de que la disociación, en sus distintas variantes, dio la posibilidad al Estado de llevar a cabo la disgregación del movimiento revolucionario por líneas internas, le dio la posibilidad de conseguir una victoria inesperada en el plano político-ideológico. Porque los daños del arrepentimiento, por graves que pudieran ser en ocasiones, quedaron circunscritos al ámbito organizativo-militar. Mientras que la disociación supuso una desarticulación, una deslegitimación desde el interior. Con un efecto destructivo infinitamente superior. Se puede decir que entre 1983 y 1986, fechas en que tuvo lugar también un número considerable de juicios importantes, es decir, en los momentos de la verdad, alrededor de la mitad de los presos se deslizó hacia formas más o menos claras de disociación. Tras la aprobación de una ley ad hoc, con concesiones considerables, se asistía durante los juicios al lamentable espectáculo de un monumental viaje a Canossa. Una realidad tanto más innoble cuanto, inevitablemente, los privilegios para los unos significaban endurecimiento para los otros, tanto en lo que a las penas dictadas por los tribunales se refería como a las condiciones de detención. Quienes, ya desmotivados, mantuvieron una actitud digna y no se prestaron a esos innobles mercadeos, desolidarizándose de los grupos de militantes que seguían en la brecha, fueron minoría. Todo esto dio lugar a un clima de enfrentamientos internos en las cárceles, a una época dura para quienes resistían y a la importancia de la batalla política contra la disociación.

Es cierto que toda derrota revela errores y contradicciones que hay que saber identificar y resolver, lo cual lleva años. Fue éste un elemento en la redefinición de un proyecto político a la altura de los problemas planteados.

Hagamos un último repaso a la cronología del año 1982:

- Enero de 1982, el jubilado Angelo Furlan, muerto accidentalmente durante la liberación de la prisión de Rovigo, por los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria (COLP) y el Núcleo Comunista.

- Enero, los carabinero Savastano y Tarsilli, ejecutados tras una expropiación en la provincia de Siena (Toscana), por los COLP.

- Abril, el responsable de la Democracia Cristiana, Delcogliano, y su chófer, Iermano, ejecutados en Nápoles, por las BR-Partido Guerrilla.

- Julio, el alto cargo de la policía Ammaturo y su chófer, Paola, ejecutados en Nápoles por las BR-Partido Guerrilla.

Toni Negri
- Agosto, los policías Bandiera y De Marco, y el militar Palumbo, ejecutados en Salerno (Campania) por las BR-Partido Guerrilla, en un ataque para la expropiación de armas contra un convoy militar.

- Septiembre, el carabinero Atzei ejecutado en un control de carretera, por un núcleo cercano a las BR-Partido Guerrilla, cerca de Turín.

-Octubre, los guardias de seguridad de un banco, D’Alleo y Pedio, ejecutados por las BR-Partido Guerrilla, en Turín.

- Diciembre, el médico penitenciario Galfo, ejecutado cerca de la prisión de mujeres de Roma, por Poder Proletario Armado (próximo a las BR-Partido Guerrilla).

Ese año también fue duro el balance de camaradas muertos:

- Lucio Di Giacomo perdió la vida en el tiroteo que siguió a una expropiación cerca de Siena. Era un joven militante, muy apreciado, de los alrededores de Turín.

- Umberto Catabiani fue asesinado cuando ya estaba herido, tras una larga caza del hombre después de un primer enfrentamiento. Fue víctima de la nueva línea de ejecuciones sumarias. Era un miembro de la Dirección Estratégica de las BR que se había integrado en las BR-Partido Comunista Combatiente. Era un camarada de Toscana muy conocido y estimado.

- Rocco Polimeni, militante milanés de los COLP, se dio muerte en un momento de desesperación en la clandestinidad. A veces no se tiene en consideración e incluso se oculta, pero la dureza de la lucha lleva a veces a la muerte de esta manera: hubo una docena [de camaradas muertos en esta situación] a lo largo de estos años de combate.

- Ennio Di Rocco, militante de las BR-Partido Guerrilla, muerto en prisión por haberse venido abajo sometido a tortura, lo que había causado daños. Inmediatamente se retractó y pidió reintegrarse en las secciones carcelarias de los camaradas.

- Stefano Ferrari, militante de las BR-Columna Walter Alasia, acribillado en Milán en un bar durante una reunión con otros dos camaradas que sobrevivieron a pesar de resultar también heridos de bala.

- Maurizio Biscaro, militante de las BR-Columna Walter Alasia,  caído desde lo alto de un edificio, en las afueras de Milán, donde habían irrumpido los carabineros para detenerle a él y a otros militantes.

15. La retirada estratégica

La escalada militarista del Partido Guerrilla terminó en un estrepitoso hundimiento.

Su última aventura provocó la desaprobación general del movimiento revolucionario, pero el Partido Guerrilla se derrumbó a una vez presos todos sus militantes. La reacción a tantas veleidades y tanto extremismo fue probablemente inevitable: los arrepentimientos y las disociaciones se multiplicaron en sus filas ese mismo año de 1983.

La actividad de los escasos camaradas de las distintas OCC que no habían caído en las sucesivas redadas se concentró cada vez más en los problemas de supervivencia, ya estuvieran en Italia o huidos al extranjero.

Así, en 1983 aún se produjeron episodios relacionados con operaciones de expropiación u ocasionales enfrentamientos con la policía. Un grupo de militantes de diferentes procedencias trató de cooperar en Francia con Acción Directa. Dicha colaboración se frustró tras la muerte de un camarada en el curso de un tiroteo (Ciro Rizzato, militante milanés de los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria) y la captura de otros. Faltaba un proyecto y un análisis coherente.

La única organización superviviente fueron las BR-Partido Comunista Combatiente. Demostración precisa de que la determinación revolucionaria es tan necesaria como la solidez ideológica y de estrategia-línea política. Particularmente importante fue su lucidez para afrontar la derrota táctica. Desde el final dramático de la operación Dozier, sacaron conclusiones sobre el cambio cualitativo de la situación y decidieron una nueva línea: la “retirada estratégica”.

Había que dar marcha atrás, posicionarse en una línea menos ambiciosa, manteniendo la lucha pero a otro ritmo, con otros tiempos y dinámicas. Comenzábamos a tomar conciencia de una derrota que no era sólo la del movimiento revolucionario sino, más ampliamente, la de la clase.

Desde la ofensiva de la Fiat en octubre de 1980, la relación de fuerzas había basculado, hecho que se notaba a todos los niveles, en todas las situaciones. El hilo que alimentaba a las OCC estaba en peligro, a partir de la composición de clase, de sus tendencias a la autonomía de la clase. Y tan sólo eran los comienzos del fenómeno, por desgracia.

La capacidad de ver todo esto, y también de situarlo en su contexto internacional y en una perspectiva histórica, fue lo que permitió a las BR-Partido Comunista Combatiente alimentar el debate y avanzar, a pesar de todo, haciendo frente a las fuertes presiones liquidacionistas que venían del entorno.

Este debate dio lugar a la última división, la de 1984. Mucho menos grave que las anteriores, dicho sea de paso, porque no ocasionó oposiciones excesivas, perjudiciales para el interés común. Fue una división entre dos entidades que siguieron cada una su camino, bastante paralelo, durante años, y hasta hoy.

Se les llamó al principio primera posición y segunda posición: la primera fue la mayoritaria y, por lo tanto, depositaria de la Organización, mientras que la segunda constituyó la Unión de Comunistas Combatientes (UCC). El centro de la discordia fue la crítica planteada por la segunda posición sobre el eje estratégico que había dirigido hasta entonces las BR, es decir, la “estrategia de la lucha armada”. La crítica apuntaba sobre todo a los límites de un cierto eclecticismo en las referencias que habían presidido y formado la experiencia armada. En especial, las concesiones al guevarismo y una transposición un tanto mecanicista de la teoría de la Guerra Popular Prolongada maoísta. Se constataba en esa crítica que el límite principal que había surgido era la creciente desconexión con respecto a las dinámicas de clase, en paralelo a la constitución ilusoria de un “sistema de poder rojo” en que se confundían las tareas y las posibilidades de los organismos de masas con los de la vanguardia.

La segunda posición quería recuperar la visión leninista, en el sentido de que en los centros imperialistas el proceso revolucionario está irremisiblemente escindido entre la dinámica de la vanguardia (que siempre hace la política, incluso con las armas, elaborando la estrategia y marcando el rumbo general a seguir) y la de las masas, que evolucionan y se radicalizan pero que sólo estarán disponibles para el salto a la confrontación armada en el momento en que se precipite la crisis revolucionaria (momento que, generalmente, está muy concentrado en el tiempo); el arte político del Partido consiste en conjugar estas dos dinámicas y hacerlas confluir firmemente en la fase de precipitación, también llamada momento de la insurrección. Por esta razón, la segunda posición fue también calificada de insurreccionalista, lo cual no era preciso, porque no prescindía de ninguno de los elementos adquiridos en este ciclo de lucha, a saber: la necesidad de estructurarse desde un principio, incluso en una fase no revolucionaria; y la estrategia basada en la unidad de lo político y lo militar, en el uso de las armas para hacer política revolucionaria, con una concepción de la insurrección como paso decisivo en un proceso que, antes y después, está hecho de guerra con niveles e intensidades diferentes.

La segunda posición produjo finalmente dos definiciones: una fue la Unión de Comunistas Combatientes (UCC), el intento más concreto [se corta el texto en francés]

La primera posición proponía esencialmente una continuidad basada en aquello que constituía lo mejor que hasta entonces había expresado el movimiento revolucionario. Esta posición contaba con un elemento de solidez importante que es lo que ha garantizado su continuidad hasta el día hoy. Pero el gran problema al que difícilmente podía dar una solución era el de la “conquista de las masas”: ¿cómo puede una estrategia basada en estos principios establecer una relación dialéctica con las dinámicas de las masas para terminar dirigiéndolas al enfrentamiento decisivo?

Esta cuestión y otras animaron el debate en esos años, en que se iban formando pequeños núcleos armados que se vinculaban de una manera u otra a alguna de estas dos posiciones principales. A pesar del cambio radical de la situación, el enfrentamiento seguía:

- En marzo de 1983, en plena movilización obrera frente al ataque masivo contra los salarios, las BR-Partido Comunista Combatiente atacaron a uno de sus promotores, Gino Giugni, dirigente del Partido Socialista Italiano, en ese momento al frente del gobierno y de la ofensiva antiobrera.


- En febrero de 1984, las BR-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Leamon Hunt, jefe norteamericano de la Fuerza Multinacional de Paz en el Sinaí (acuerdos de Camp David), acción que reivindicaron mediante un comunicado conjunto con las Fracciones Armadas Revolucionarias Libanesas (FARL).

- En diciembre, Antonio Gustini, de las BR-Partido Comunista Combatiente, murió durante una acción de expropiación. Otra camarada, Cecilia Massari, resultó herida y detenida.

- En marzo de 1985, las BR-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Tarantelli, experto sindical en la estrategia de corporativización, la nueva estrategia de “concertación” con el gobierno y la patronal (que pretendía ahogar la lucha de clases en la subordinación a los “intereses superiores, nacionales y de las empresas”).

- También en marzo, el camarada Pedro Greco fue asesinado por la policía. Camarada muy conocido y estimado, salido de las organizaciones de la Autonomía del Véneto, fue asesinado a sangre fría por un grupo de acciones especiales. A pesar de que le buscaba la policía, iba desarmado.

- En octubre aparecen los Manifiesto y Tesis fundacionales de la Unión de Comunistas Combatientes.

- En febrero de 1986, las BR-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Conti, personalidad del partido gubernamental más atlantista [el Partido Republicano Italiano] y ligado a las actividades armamentísticas de los nuevos planes de los Estados Unidos.

- En febrero, la Unión de Comunistas Combatientes atacó, hiriéndolo, a Da Empoli, responsable gubernamental encargado de los planes económicos. Fue una elección política precisa: bajar el nivel, salir de la espiral militarista, lograr actuar mejor políticamente en la intervención armada. Desgraciadamente, enfrente no razonaban igual: el chófer, en realidad un policía, disparó y mató a una camarada, Wilma Monaco.

- 1987 se inició con una emboscada de los carabineros que dispararon contra tres camaradas de la Unión de Comunistas Combatientes. Dos resultaron heridos, de ellos una camarada gravemente.

- En febrero, las BR-Partido Comunista Combatiente expropiaron un furgón blindado y ejecutaron a dos policías, el tercero, que se rindió, salvó la vida (como se ponía de relieve en el comunicado de reivindicación).

- En marzo la Unión de Comunistas Combatientes ejecutó al general de aviación Giorgieri por su responsabilidad en la colaboración del gobierno con los planes norteamericanos de la “Guerra de las Galaxias”.

Pero justo después de esta operación, una operación en todo caso bien enfocada y bien ejecutada desde una perspectiva política, la Unión de Comunistas Combatientes quedó desarticulada por las detenciones y ya no consiguió recuperarse. A causa, sobre todo, de una nueva oleada de capitulaciones que, más “limpia” y sutil, produjo sin embargo los mismos resultados: final de un ciclo, rendición y reintegración en el juego “democrático”.

De la segunda posición resistió todavía una área de militantes que dio forma a una Célula para la Constitución del Partido Comunista Combatiente, que contribuyó a mantener viva la perspectiva pero sin lograr llevar a cabo saltos operativos de consideración. Es una área que todavía existe.

- Esta fase terminó en 1988 con la ejecución de Ruffilli, un alto responsable de la Democracia Cristiana, pieza maestra de la contrarreforma institucional entonces en curso. También en este caso se puede hablar de una acción especialmente bien dirigida, pero también de los límites de esta estrategia que, en el caso de las BR-Partido Comunista Combatiente, pagaba su eficacia militar al precio de una dinámica político-organizativa muy hermética que aumentaba su fractura con relación a la clase.

- Aún en 1988, las BR-Partido Comunista Combatiente reivindicaron con la Fracción del Ejército Rojo (RAF) el ataque que ésta realizó contra Thyetmaier, alto responsable de políticas económicas, con ocasión de una cumbre del FMI en Alemania. Esa reivindicación conjunta se enmarcaba en la lógica de la construcción del Frente Antiimperialista en el que, efectivamente, ambas organizaciones habían trabajado en profundidad durante años.


Pero en el otoño, las BR-Partido Comunista Combatiente sufrieron una redada que desmanteló sus fuerzas principales y puso fin a su actividad patente durante el siguiente decenio. 


1 comentario:

sdas dijo...

Interesante discurso del alcalde marinaleda :
http://www.youtube.com/watch?v=yS7Nem-RWRk

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