La Red de Blogs Comunistas está traduciendo con la colaboración de varios camaradas el libro
Una visión marxista de la historia de Ceilán, de N. Shanmutathasan, pues lo consideramos de gran importancia para dar a conocer la historia de la lucha de clases en Sri Lanka y entender su situación en la actualidad.
El autor se lo dedicó a su nieto, "con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta".
Así que el libro es también un repaso a los errores del movimiento comunista de aquel país, enmarcados en la historia y por los conflictos del movimiento comunista internacional y, por supuesto, en el contexto asiático y del desarrollo, fortalecimiento y extensión del marxismo-leninismo y las aportaciones esenciales del camarada Mao Tse Tung.
El libro está editado por el Partido Comunista de Sri Lanka, cuyos camaradas fueron los que nos lo dieron a conocer y nos aconsejaron su traducción.
El Índice de la obra es el siguiente:
ÍNDICE
Capítulo I El antiguo Ceilán
Capítulo II La llegada de los europeos
Capítulo III La I Guerra Mundial y lo que siguió
Capítulo IV La emergencia del neocolonialismo
Capítulo V La era Bandaranaike
Capítulo VI Análisis de los acontecimientos de 1971 en Ceilán
Capítulo VII Conclusión
Publicamos en esta entrada el Capítulo 1:
***
UNA VISIÓN
MARXISTA DE LA HISTORIA DE CEILÁN
N. SHANMUGATHASAN (
Escrito en prisión)
“La imparcialidad es o
ignorancia de necios o ardid de bribones”
Esta segunda edición
está dedicada a Satyan, mi nieto de un año, con la esperanza de que
algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero
evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una
orientación correcta (Diciembre de 1974)
CÁPITULO
I: EL ANTIGUO CEILÁN
Como se puede comprobar
en cualquier libro de geografía o de historia, Ceilán es una isla,
cuya forma se ha comparado con un mango o una perla, situada al Sur
del punto más meridional del subcontinente indio. Tan sólo veinte
millas separan a Ceilán de la India. De hecho, algunos historiadores
de imaginación desbordante han comparado a Ceilán con una perla
colgada del collar indio.
Desde antaño se ha
puesto de relieve esta proximidad de Ceilán a la India, porque si
algún factor geográfico ha influido en la historia y la política
cingalesas más que cualquier otro, ése ha sido su cercanía a la
India, de la que Ceilán ha heredado sus pueblos, sus lenguas, sus
religiones, sus civilizaciones, sus conquistadores y también
numerosas ideas políticas.
De la India llegó a
Ceilán, en el siglo VI a. C. (alrededor del año 543), la figura en
gran medida mítica de Vijaya acompañado de sus seguidores, fundando
lo que se ha dado en llamar la raza cingalesa, lo cual no quiere
decir que no hubiera vida estable asentada en Ceilán antes de ese
periodo. Al menos así lo afirman los datos históricos.
El famoso viajero chino
Fa Hien, que visitó Ceilán en el año 412 d. C., cuenta que Ceilán
“carecía originariamente de habitantes y que sus únicos moradores
eran demonios y dragones. Mercaderes de distintos países llegaron a
Ceilán a comerciar. En sus tratos, los demonios no aparecían en
persona, sino que se limitaban a dejar a la vista sus valiosas
mercancías con el precio indicado. Los mercaderes compraban los
productos según los importes marcados y se los llevaban. Como
resultado de estas visitas, hombres de otros países, enterados de la
afabilidad de las gentes, acudieron allí en tropel, formando así un
gran reino.”
Este relato permite acaso
conjeturar que los habitantes originarios de Ceilán debieron de ser
menos civilizados que los indo-arios que invadieron más tarde el
país. Pero, al menos, parece que lo eran lo bastante como para fijar
los precios de las mercancías que intercambiaban con los
comerciantes extranjeros, probablemente árabes.
De todo ello cabe deducir
que Ceilán ha tenido una existencia civilizada durante más de 3.000
años y que los antepasados de los actuales habitantes de la isla
llegaron de la India en el siglo VI a. C. Parece también probable
que los pobladores originarios, de ascendencia indo-aria, provinieran
del norte de la India (posiblemente tanto del este como del oeste) a
diferencia de los de origen dravídico, que llegaron del sur de la
India mucho después.
Según parece, los
primeros reyes cingaleses mantuvieron relaciones con el Imperio
romano desde el siglo I d. C. y con la corte china desde el siglo IV
d. C.
Todo ello demuestra que
somos herederos de una antigua civilización que mantuvo relaciones
con las del antiguo Egipto, Roma y China. Pero tampoco debemos
olvidar que, aunque esta civilización contó en su haber con logros
notables –el más destacado de ellos, el maravilloso sistema de
irrigación por medio de embalses gigantescos, construido por los
primeros reyes cingaleses–, se basaba en la explotación feudal,
bajo la cual padeció todo el pueblo. Todo ello debería llevarnos no
a volver la vista a las antiguas glorias de nuestra civilización
–pasatiempo favorito de los políticos burgueses para distraer la
atención del pueblo de las tareas inmediatas–, sino a mirar hacia
delante, a un futuro mucho más brillante basado en la abolición de
toda forma de explotación.
Ceilán es una isla
tropical, situada algo al norte del Ecuador. Su superficie es de
25.481 millas cuadradas. La distancia de norte a sur es de 270
millas, mientras que de este a oeste mide 40. La isla está dividida
abruptamente en dos por una cordillera que ocupa la parte
centro-meridional de Ceilán y que se eleva, en su punto más alto,
hasta los 8.292 pies del pico Piduruthalagala. Como resultado del
monzón del suroeste, que tiene lugar por lo general entre mayo y
septiembre, y trae abundantes lluvias, las regiones central y
suroccidental reciben las mayores precipitaciones, por lo que a
menudo se las denomina como la zona húmeda de Ceilán. La cordillera
constituye una especie de línea divisoria de las aguas. A la parte
que se encuentra al noreste de la cadena montañosa la alimenta el
monzón del noreste, que dura de octubre a abril. Las precipitaciones
durante este monzón son menos intensas y a la zona afectada
generalmente se la designa como la zona seca.
La zona seca ocupa la
mayor parte de Ceilán e históricamente es la zona más importante
porque fue la cuna de la civilización cingalesa. Aunque a día de
hoy sigue estando menos densamente poblada que la zona húmeda, la
zona seca es la parte de la isla donde floreció la temprana
civilización de los cingaleses. Como ha señalado el doctor
Paranavitana, “fue aquí donde los cingaleses se asentaron en los
primeros tiempos y fue aquí donde, posteriormente, construyeron sus
ciudades y monumentos religiosos”. También indica que “la
productividad de esas zonas aumentó gracias a un complicado sistema
de irrigación que alcanzó su mayor desarrollo en el siglo VII y fue
restaurado por Parakrama Bahu I en la segunda mitad del siglo XII.”
El doctor Paranavitana ha
señalado que “los indo-arios que llegaron a Ceilán y lo
colonizaron conocían los rudimentos del cultivo del arroz y de las
técnicas de irrigación. A partir de aquellos conocimientos básicos
y elementales se desarrollaron más adelante las grandes obras de
ingeniería del antiguo reino cingalés, a saber, la construcción
progresiva de un colosal y complejo sistema interrelacionado de
presas, canales y cisternas que transvasaba las aguas de ríos que
corrían en diferentes direcciones. Ningún sistema semejante en
magnitud o complejidad existía en la India contemporánea.”
Los reyes cuyos nombres
están más íntimamente unidos al gran legado de nuestro pasado son
Pandukabbaya, que puso en marcha la construcción de embalses,
Mahasena (276-303 d. C.), llamado “el Constructor de Embalses”,
durante cuyo reinado se dio un considerable empuje a la ciencia y la
práctica de la ingeniería ligada a los sistemas de irrigación,
fruto del cual fue la construcción de los primeros depósitos
colosales (el más famoso de ellos, el embalse de Minneriya), y
Parakrama Bahu el Grande, que llevó dicho sistema a su perfección.
Merece la pena citar las famosas palabras de Parakrama Bahu I, que,
según se dice, pronunció siendo gobernante de Mayarata, antes,
pues, de que unificara Ceilán. Según parece, dijo: “En el reino
sobre el que se extiende mi poder hay, además de muchas tierras
donde crece la cosecha gracias, sobre todo, al agua de la lluvia,
pocos campos que dependan de ríos con caudal continuo o de grandes
depósitos de agua. A las muchas dificultades a que ha de hacer
frente mi reino cooperan también las montañas, la espesa selva y
las vastas tierras pantanosas. Ciertamente, en un país
así, ni una sola gota de agua de lluvia debe llegar al océano sin
que le haya sido de utilidad al hombre. Excepto en las minas, de
donde se extraen piedras preciosas, oro, etc., en los demás sitios
es menester hacerse cargo de la ordenación de los campos.”
Una vez convertido en
soberano único de Lanka, se dice que mandó construir o restaurar
3.910 canales, 163 embalses de gran tamaño y 2.376 menores. Una
proeza inigualable. El mayor proyecto fue, sin embargo, la
construcción del llamado Mar de Parakrama, “formado al represar el
río Kara (Amban) en Angamadilla y transvasar las aguas hacia el
embalse por Angamadilla Ala. También recibía agua del lago Giritala
por medio de un canal que conectaba otros dos embalses.”
Cabe señalar en este
punto que este complejo y brillante sistema de irrigación,
testimonio de la destreza de los antiguos cingaleses en materia de
ingeniería, fue la base de todas las glorias de la antigua
civilización de Ceilán, tanto en el periodo Anuradhapura como en el
Polonnaruwa. La ruina de este sistema de irrigación –provocada por
las invasiones extranjeras y las discordias internas a las que nos
referiremos más adelante– marcó el inicio del declive de la
antigua civilización cingalesa.
Aunque Ceilán puede
dividirse, geográficamente, en una zona seca y otra húmeda,
políticamente, en la antigüedad, estaba dividido en tres
territorios: (l) Rajarata, que era, básicamente, toda la zona seca
al oeste del río Mahaweli, el más largo de Ceilán, con capital en
Anuradhapura; (2) Ruhunu-ratta, que es la zona situada al este de
Mahaweli, más todas las regiones meridionales que comprenden los
distritos de Batticolo, Monaragala, Hambantota, Matara y Galle, con
Tissamaharama como capital; y (3) Malaya-dese, que aproximadamente
corresponde al interior del país.
Nunca se ha llevado a
cabo un estudio geológico de Ceilán en profundidad. No obstante,
desde la antigüedad, Ceilán ha sido famoso por sus bancos de perlas
de Mannar y por sus caracolas sagradas (Turbinella pyrum).
Además de ello, siempre fue célebre su abundancia de piedras
preciosas, en especial de rubíes y zafiros, que, según parece, como
resultado de la acción erosiva del agua sobre las cumbres de las
montañas, terminaron al alcance de la mano del hombre. Dichas
montañas son de origen geológico muy antiguo y, según se dice,
otrora fueron 10.000 pies más altas de lo que son hoy. Por esta
razón, se llamó a Ceilán en otro tiempo Ratnadipa, la “isla de
gemas”.
Parece que desde la
antigüedad ha habido en Ceilán yacimientos de mineral de hierro.
Otros minerales apreciados que se encuentran en la isla son el
grafito (plombagina), la piedra caliza, la arcilla, la ilmenita y la
monacita. Ceilán siempre fue famoso por sus especias. Estudios
geológicos más recientes sugieren la existencia de petróleo en el
noreste de Ceilán.
Desgraciadamente, las
fuentes de la historia temprana de Ceilán son escasas. En su mayor
parte, casi todo lo que conocemos de la primera historia de Ceilán
procede de la Mahawamsa y de su continuación, la Culawamsa. La
Mahawamsa es una crónica histórica que sólo a partir del siglo V
d. C. fue puesta por escrito, durante el reinado de Dhatusena, por un
sabio sacerdote budista, de nombre Mahanama, que era tío del propio
rey. Todas sus fuentes estaban constituidas por documentos
preservados por la comunidad monástica (sangha) de Mahavira. El
relato histórico prosiguió bajo las mismas pautas durante el
reinado de Parakrama Bahu, relato que posteriores eruditos fueron
recopilando periódicamente hasta finales del siglo XVIII.
Aunque los cingaleses se
sientan con frecuencia orgullosos de dicha antigua crónica histórica
y a pesar de su innegable valor como fuente de la historia de Ceilán,
su imparcialidad ofrece dudas. Tiene el inconveniente de haber sido
escrita por un miembro de la sangha en una época en que ésta se
había convertido en influyente consejo de los reyes. La tendencia
natural era, pues, alabar a aquellos reyes que apoyaron a la sangha y
hablar despectivamente de los que no.
Lo que sucede cuando un
monje se convierte en historiador es que la religión y la historia
terminan por confundirse. El resultado es que ese tipo de relatos,
como el que afirma que Buda, antes de fallecer, había confiado la
seguridad de Lanka a Sakra porque sabía que su doctrina se
implantaría finalmente en dicha isla, y que Sakra, al recibir el
mandato de Buda, invocó a Vishnu y le encomendó la protección de
Ceilán, lo que ocurre, como decíamos, es que tales leyendas tienden
a ser aceptadas como hechos reales e históricos. De la misma manera,
algunos historiadores budistas consideran un hecho histórico que
Buda visitó Ceilán tres veces durante su vida y que, en una de esas
ocasiones, dejó la huella de su pie en el pico de Adán. El único
historiador que ha demostrado la suficiente objetividad científica y
el coraje de rebatir estos cuentos es el doctor Paranavitana,
indicando que también en otros países budistas circulan leyendas
similares.
Esta situación se agravó
aún más como consecuencia de una escisión que se produjo en el
seno de la propia sangha. En todo lo relativo a cuestiones
doctrinales y disciplinarias, los sacerdotes budistas de Ceilán
aceptaban la autoridad de Mahavira, considerada, desde un primer
momento, como la iglesia budista establecida. La primera ruptura tuvo
lugar durante el reinado de Vattagamani Abhaya (103-102 a. C. y 89-77
a. C.). La nueva secta recibió el nombre de Abhayagiri por el del
maestro de quien adoptó su interpretación de la doctrina budista.
Más tarde, otro grupo se escindió de la secta Abhayagiri, que fue
el que tuvo su sede en el monasterio de Jetavan, construido por
Mahasena.
A pesar de ciertas
diferencias textuales e interpretativas, estas tres sectas
pertenecían a la escuela Theravada, la más tradicional dentro del
budismo. Cabe indicar, en cualquier caso, que antes de que comenzase
la predicación del budismo en Ceilán, éste, tras la muerte de su
fundador, ya se había dividido en dieciocho sectas distintas.
Sin embargo, para
entonces, un nuevo movimiento iba ganando terreno entre los budistas
de la India. El doctor S. Paranavitana explicó la nueva filosofía
en los siguientes términos: “El ideal de los bhikkus de la escuela
Theravada, así como de las sectas budistas más antiguas, era
alcanzar el nirvana como discípulo o sravaka, lo que conducía a la
salvación individual de éste. El maestro del nuevo movimiento
proclamó que el ideal más noble para un budista debía ser, como
para el propio Sidarta Gautama, convertirse en un Bodhistava,
procurando la salvación de toda la humanidad; es decir, se trataba
no de llegar a ser arhats en esta vida, sino budas en el futuro. A
este ideal lo calificaron de vía superior, el Mahayana, mientras que
a la vida consagrada a la propia salvación individual la
estigmatizaron como vía inferior, el Hinayana.”
Es indudable que este
cisma en la iglesia budista fue similar en algunos aspectos al que la
reforma protestante provocó en el seno de la iglesia católica
romana. Como en el caso de los protestantes, la escuela budista
Mahayana era más liberal y, por tanto, progresista, lo que atrajo a
sus filas a los filósofos más avanzados. En el caso de Ceilán, es
importante destacar que la doctrina Mahayana contó con discípulos
en el monasterio de Abhayagiri, siendo tenazmente combatida por la
escuela de Mahavira, que se convirtió en el baluarte de la escuela
tradicional del budismo Theravada.
De ese modo, la escuela
de Mahavira difundió las enseñanzas de los budistas “meridionales”
de Ceilán, Birmania, Siam y Camboya, en tanto que desde el
monasterio de Abhayagiri se irradiaron las doctrinas
“septentrionales” de Cachemira, Tíbet y China, aprendidas del
indio Vaituliya.
La encendida pugna que,
como consecuencia de las diferencias doctrinales, estalló entre los
monasterios de Mahavira y Abhayagiri constituye el principal
obstáculo para una correcta interpretación de la historia temprana
de Ceilán. Y es que en el curso de aquel acalorado debate, que en
ocasiones adoptó la forma de persecución sin cuartel de la secta
oponente y que se inició en el reinado de Voharaka Tissa (215-237 d.
C.), las crónicas conservadas en el monasterio de Abhayagiri
resultaron quemadas y destruidas, de tal modo que la victoria de la
escuela de Mahavira o tradicional fue completa y su versión de la
historia de Ceilán es la que impera a día de hoy.
Sin duda alguna, la mayor
influencia que conoció Ceilán en su historia temprana fue la
introducción del budismo durante el reinado de Devanampiya Tissa
(250-210 a. C.). No es propósito de este trabajo valorar la
influencia del budismo sobre Ceilán o su historia. Pero no se puede
soslayar el hecho de que si las enseñanzas de Buda sirvieron para
que el gran emperador indio Asoka, en el siglo III a. C., se diese
cuenta de la locura de la violencia tras la conquista de Kalinga,
renunciase a ella y, a partir de entonces, consagrase sus energías a
la difusión de la nueva fe no sólo en la India, sino también en
los países de alrededor, nada parecido llegaron a sentir los
conversos de última hora de Ceilán. De Duttugemunu a Parakrama
Bahu, así como posteriormente, todos y cada uno de los reyes
cingaleses recurrieron a la violencia en pos de su ambición de subir
al trono. En casi todos los casos contaron con los parabienes de la
sangha. Reyes como Parakrama Bahu emprendieron también invasiones
extranjeras, contra la India o Birmania, ¡y también, sin duda, con
todas las bendiciones de la sangha!
…Por tanto, ¿tenemos
derecho a hablar de la influencia del budismo en Ceilán? ¿O de
Ceilán como arca del budismo en su forma más pura?
El budismo en Ceilán
tuvo, ciertamente, otros efectos. Más que la llegada de los primeros
pobladores indo-arios, fue el advenimiento del budismo lo que llevó
la cultura del continente indio a Ceilán: el arte de la escritura,
la arquitectura, la escultura, la literatura, etc. El hecho de que la
cultura india penetrara en nuestra isla con la llegada del budismo ha
llevado a ciertos círculos a hablar de una civilización budista y
ha impulsado la tendencia a identificar la civilización de los
cingaleses con el budismo. Y así, hoy en día, se puede oír hablar
a políticos chovinistas sobre “el país, la religión y la
lengua”. ¿Es posible tal identidad? ¿Existe tal cosa, algo
parecido a una civilización budista? Defender dicho supuesto
equivale a negar que haya budistas que no sean cingaleses o a quienes
haya influido el budismo. Por civilización debe entenderse el
modo de vida de un pueblo y el conjunto de valores al que se ha
ahormado en el curso de su existencia. Son muchas las influencias que
dan forma a ese devenir. Por ello, hablar de civilización en
términos de religión significa introducir un concepto divisorio que
no augura nada bueno si de lo que se trata, como parece aceptar todo
el mundo, es de desarrollar y fundir en una sola nación a pueblos
multirraciales, plurirreligiosos y multilingües.
Tampoco hay, además,
base para tal identificación. El budismo fue esencialmente una
rebelión de la clase principesca o kshatriya contra la dominación
social de la clase de los brahmanes. Buda pertenecía a la casta de
los kshatriyas y dirigió esa revuelta. Es así como se explican los
aspectos antibrahmánicos y ateos del budismo. Sin embargo, las
enseñanzas de Buda quedaron sometidas a profundos cambios en poco
tiempo, lo que motivó la aparición de dieciocho sectas diferentes
incluso antes de que el budismo llegase a Ceilán. La causa fue,
quizá, que el siglo VI. a. C. era una época aún muy temprana para
una doctrina atea.
El hinduismo resistió en
lo posible y, aunque derrotado al principio, consiguió reabsorber al
budismo en su seno. Éste es el motivo de que el budismo
desapareciera en la India. También en Ceilán se percibía la
influencia del hinduismo, favorecido por la costumbre de los reyes
cingaleses, descendientes del mítico Vijaya, de ir al sur de la
India a buscar a su reina. Éstas, lo cual es perfectamente lógico,
traían consigo a sus dioses hindúes, que terminaron por ser
admitidos en el panteón budista. De este modo, la adoración de
Vishnu se convirtió en una práctica aceptada por el budismo de
Ceilán. Cuando se visitan las ruinas del palacio de Nissanka Malla
en Polonnaruwa, se pueden ver los restos de dos templos frente al
palacio. Uno era el templo budista en el que oraba el rey. El otro
era un templo dedicado a Vishnu donde rezaba su reina india. Con el
tiempo, Vishnu acabó siendo admitido en el primero de dichos
templos. Hoy en día, prácticas tan absolutamente hindúes como la
danza kavadi se han convertido en una práctica budista. Todos hemos
oído decir que Sirimavo Bandaranaike
participa en la danza kavadi en el celebérrimo templo de Lunawa, que
frecuenta la alta sociedad. ¡El espectáculo habría repugnado a
Buda y debería repugnar a cualquier budista auténtico!
Así, no pocas
influencias que creemos budistas están en realidad tomadas del
hinduismo. En las cortes de la mayoría de los primeros reyes
cingaleses, incluso durante el periodo Polonnaruwa, en que el budismo
fue la religión oficial, los brahmanes ocupaban un lugar destacado
como sacerdotes y desempeñaban gran variedad de funciones, como la
unción del rey el día de su coronación, la determinación de las
fechas de acontecimientos importantes, etc.
Sin embargo, hubo una
influencia negativa del budismo que no podemos soslayar. Desde muy
pronto en la historia de Ceilán, a partir de Vattagamani (103-102 a.
C. y 89-77 a. C.), los reyes cingaleses introdujeron la práctica de
donar tierras a los monasterios para que la sangha obtuviera
ingresos, lo cual está en completa contradicción con los principios
del budismo, pues los miembros de la sangha no debían tener ningún
tipo de apego a los bienes materiales. Vattagamani pretendió con
dicha práctica recompensar a los sacerdotes que le ayudaron mientras
estuvo en el exilio. A su vez, otros reyes la continuaron para
ganarse el favor de la sangha. Al concederle beneficios materiales,
se produjo un aumento del número de sus miembros, quienes comenzaron
a tener garantizada una buena vida, lo cual está en las antípodas
de las enseñanzas de Buda. De ese modo, estos sacerdotes se
convirtieron en parásitos sociales que no sólo no hacían ningún
trabajo productivo, sino que recibían todo lo que necesitaban. El
aumento de su número produjo inevitablemente un efecto adverso en la
economía. De hecho, algunos estudiosos han aducido este factor como
una de las razones explicativas del final del periodo Polonnaruwa.
La secta Mahayana no
corrió esta misma suerte porque los sacerdotes de esta orden se
dedicaban a trabajos manuales de carácter productivo.
Por lo tanto, lo más
correcto sería hablar de una civilización cingalesa, resultado de
la fusión de la cultura india con la cultura precingalesa de la
isla, que recibió la influencia tanto del budismo como del hinduismo
y, más tarde, del cristianismo, aunque la influencia budista sea la
dominante.
La segunda influencia más
relevante en la historia de Ceilán fueron las invasiones extranjeras
a las que estuvo reiteradamente sometida isla, a saber: las
procedentes del sur de la India, durante el primer periodo, y las
invasiones europeas, al final. El hecho de que sólo una estrecha
franja de agua, fácil de cruzar, separe a Ceilán de la India,
convirtió en irresistible la tentación de someter también a Ceilán
cada vez que un poderoso reino de la India meridional subyugaba a sus
rivales en el continente. De igual manera, cada vez que hubo un reino
cingalés fuerte y unido “se produjeron invasiones desde la isla e
injerencia en la política continental”.
El periodo de la historia
india en que Ceilán hubo de hacer frente a las mayores amenazas de
invasión fue cuando los príncipes de las dinastías de Chera, Chola
y Pandya estuvieron en el apogeo de su poder en el sur del
continente. No obstante, las invasiones procedentes del sur de la
India parecen haber sido una constante desde los albores de la
historia de Ceilán. La historia del primer gran rey cingalés,
Duttugemunu, es la historia de la liberación de Ceilán de la
dominación tamil.
La siguiente amenaza
grave de invasión de Ceilán se produjo a comienzos del siglo XI,
cuando la dinastía Chola se encontraba en su época de mayor
esplendor. En ese momento, el reino de Chola logró conquistar y
ocupar Ceilán durante más de cincuenta años. Según parece, la
lucha sin cuartel por la supremacía en el sur de la India prosiguió
entre los reinos de Chera (Kerala), Chola y Pandya. El reino de
Ceilán se convirtió en el cuarto beligerante por el poder en la
región. Parece ser que, a su vez, el reino malayo de Srivijaya, una
gran potencia marítima –como lo fue también el reino de Chola–,
se sumó a esta carrera por el poder en los siglos XI y XII,
convirtiéndose en un firme aliado de Ceilán.
Entre los mencionados
reinos se desarrolló automáticamente una política de equilibrio de
poderes. Al más poderoso le mantenía a raya la alianza de todos los
demás. Era, en muchos aspectos, el mismo tipo de política que
siguió Gran Bretaña en Europa durante la época napoleónica. Los
reyes cingaleses participaron plenamente en esas guerras y en el
juego de equilibrio de poderes. Como resultado, tropas de Ceilán
tomaron parte en las guerras de conquista del sur de la India,
apoyando a uno u otro de los rivales que aspiraban a la supremacía.
Más de un príncipe de Pandya subió al trono gracias a la
intervención de un ejército cingalés. Asimismo, en ocasiones fue
Ceilán el objeto de invasiones y conquistas desde el sur de la
India.
Es un error imaginar que
dichas guerras, invasiones y conquistas lo eran entre naciones. En
aquellos tiempos no había intereses nacionales en juego. El concepto
de nacionalidad sólo surgió tras el desarrollo del capitalismo.
Todos los príncipes involucrados en estas guerras eran príncipes
feudales que, en su mayoría, pertenecían a la misma dinastía o
estaban emparentados por matrimonio. En su mayor parte, eran tropas
mercenarias las que libraban las guerras. Todos los estudiantes de
historia de Ceilán recuerdan que el ejército con el que Mogollana
derrotó a Kasyappa y le permitió acceder al trono de Lanka fue un
ejército mercenario procedente de la India.
Estas guerras entre
príncipes feudales del sur de la India y Ceilán guardan semejanza
con las que tuvieron lugar entre la nobleza feudal de Francia e
Inglaterra, como la Guerra de los Cien Años. No fueron guerras entre
nación y nación o entre país y país. La atribución de
sentimientos nacionales a lo que no eran sino guerras entre señores
feudales no tiene otro propósito, en esta hora, más que alentar el
chovinismo. Es llamativo que en la crónica Mahawansa
no se pueda encontrar ni una sola palabra en contra de Elara o de su
reinado. A pesar de ello, el hecho de que no fuera budista se utiliza
para mover a la antipatía del pueblo en su contra, algo casi
inimaginable en aquellos días.
Debe tenerse en cuenta
que, bajo el feudalismo, un rey o un noble cingalés se sentían más
próximos a un rey o a un noble tamil que a un cingalés siervo o
campesino. Para ellos, la raza o la lengua eran cuestiones sin la
menor importancia. Lo fundamental era el estatuto de cada cual en el
seno de la sociedad feudal. Por ese motivo muchos de los reyes
cingaleses se casaron con reinas del sur de la India. Tanto es así
que a Parakrama Bahu, considerado el más grande de los reyes de
Ceilán, apenas si se le puede llamar cingalés. Su padre fue un
príncipe de Pandya. Sólo su madre era cingalesa, pero ni siquiera
el padre de ésta era de Ceilán. La razón por la que Parakrama Bahu
ascendió al trono fue que los cingaleses, en aquel tiempo, seguían
la línea materna de sucesión. De igual manera, Bhuvaneka Bahu VI
fue un príncipe tamil, el príncipe Sapumal, que conquistó Jaffna
para Parakrama Bahu VI y contrajo matrimonio con la hija de este
último.
Y fue éste también el
motivo de que los últimos reyes de Ceilán procedieran del sur de la
India. La causa no fue en este caso una invasión, sino una decisión
adoptada por los notables de Kandy. El último rey de los cingaleses,
Sri Wickrama Rajasinghe, erróneamente considerado tamil, era hijo de
una princesa de Andhra y de Pilimatalawa, notable de Kandy. La lengua
empleada en su corte era el tamil. No está de más recordar, en ese
sentido, que la Convención de Kandy de 1815 está firmada en idioma
tamil por todos los nobles de Kandy signatarios, excepto Keppetipola.
El antepasado de Sirimavo Bandaranaike, Ratwatte Dissawa, también la
firmó en dicha lengua. No parece haberles incomodado tal cuestión.
Los vínculos feudales unían a la nobleza cingalesa y a la tamil
contra el pueblo, integrado en su mayoría por campesinos.
Fueron los gobernantes
británicos quienes se percataron de la posibilidad de hacer pasar
las rivalidades feudales por animosidad nacional entre cingaleses y
tamiles con el fin de mantener separados a la India y Ceilán, y
divididos a los cingaleses y los tamiles de la isla. En este sentido,
se puede decir que han tenido bastante éxito, en especial gracias al
apoyo de los chovinistas locales de ambos lados.
Es necesario asimismo
indicar que del mismo modo que había guerras continuas entre los
reyes del sur de la India y los de Ceilán, también se producían
permanentemente guerras internas entre pretendientes cingaleses al
trono. Las regiones de Rajarata, Ruhunu y Malaya-dese tuvieron con
frecuencia gobernantes independientes que, a su vez, trataban de
convertirse en el soberano único de Ceilán. Parakrama Bahu I hubo
de afrontar una costosa guerra civil que a punto estuvo de arruinar
el país antes de que pudiera unificar la isla bajo su mandato.
Como consecuencia de esas
continuas guerras, se estableció un reino tamil en el norte de la
isla. Otro de sus efectos fue la fusión de las culturas del sur de
la India y cingalesa. Al margen de las fases de lucha, también hubo
otras de una notable coexistencia y cooperación entre indios
meridionales y cingaleses. En la mayoría de los periodos históricos
del Ceilán precolonial era posible encontrar en el reino cingalés a
sacerdotes, artesanos, soldados mercenarios (en el periodo
Polonnaruwa hubo un regimiento llamado Velaikkaras o “guardias
tamiles” que actuaba como escolta del rey), comerciantes, etc.
–además de las ya mencionadas invasiones de las alcobas reales–,
procedentes del sur de la India. Sin su influencia nada de esto
podría haber existido.
Capítulo diferente es el
que hubo de afrontar Ceilán con las sucesivas invasiones de naciones
europeas a partir de principios del siglo XVI. Se trataba de una
civilización distinta y de unos pueblos cuyos hábitos, costumbres,
idiomas y religión diferían considerablemente de los de los
cingaleses. Su economía era, además, mucho más poderosa y contaban
con la ventaja añadida de la posesión de pólvora que, aunque
inventada en China, se empleaba ahora para subyugar a los pueblos de
Oriente.
Las invasiones europeas
introdujeron a Ceilán en el mundo de los barcos de vapor, de los
ferrocarriles, el telégrafo, las telecomunicaciones, el automóvil y
el avión. También nos trajeron conocimientos avanzados,
especialmente las ciencias.
Pero también provocaron
la destrucción de la economía feudal natural que existía por
entonces en Ceilán, implantando una economía colonial basada en el
dinero. Con las invasiones europeas se redoblaron la explotación de
las clases populares y el saqueo de nuestros recursos naturales hasta
un extremo inimaginable hasta entonces. Las clases altas de nuestro
pueblo se convirtieron en serviles imitadores de una cultura extraña,
ajena a su propio entorno y que les fue impuesta por los
conquistadores. Con el tiempo, se iba a producir un movimiento para
revertir esa tendencia. Pero eso es ya historia moderna.
No es propósito de este
trabajo ofrecer una descripción detallada de la historia de Ceilán,
sino tan sólo insistir en aquellos aspectos más importantes que han
tenido un efecto duradero sobre el desarrollo posterior del país.
La historia de Ceilán se
puede dividir en los siguientes periodos: (1) el periodo
Anuradhapura, (2) el periodo Polonnaruwa, (3) el periodo posterior a
Polonnaruwa hasta el reino de Kotte, (4) el periodo colonial y (5) el
periodo neocolonial.
La historia temprana de
Ceilán es en gran medida la de los diferentes reyes que intentaron
unificar la isla bajo su reinado. Aunque no nos interesa la lista de
dichos reyes, mencionaremos a algunos de los más destacados.
El primer rey que debe
mencionarse es Pandukabhaya. En su reinado se construyó el primer
embalse del sistema de irrigación, iniciándose, de esa manera, una
política que no sólo iba a dar celebridad a Ceilán, sino también
la base de su prosperidad durante bastante más de mil años. Los
reyes que sucedieron a Pandukabhaya convirtieron Anuradhapura en su
capital, ciudad que da nombre a este periodo histórico.
Durante el reinado de
Devanampiya Tissa (250-210 a. C.) se produjo la introducción del
budismo en Ceilán por iniciativa del emperador indio Asoka, quien,
supuestamente, envió a la isla como misioneros a su hijo Mahinda y a
su hija Sanghamitta. Según se afirma, Mahinda insistió en que un
sacerdote cingalés debería ser la cabeza de la iglesia budista de
Ceilán. De ese modo, se formó una iglesia nacional y los budistas
de Ceilán, mucho tiempo más tarde, se libraron de tener que jurar
fidelidad a una iglesia extranjera, la católica romana.
El que es considerado
como rey más importante de este periodo, Duttugemunu, liberó Ceilán
de la dominación tamil. Pero fue Mahasena (276-303 d. C.), a quien
se llegó a conocer como “el Constructor de Embalses”, el rey que
iba a influir en la futura prosperidad de todo el país durante
décadas. Como ya hemos mencionado, durante su reinado tuvo lugar un
gran salto adelante en la práctica científica de la ingeniería
ligada a los sistemas de irrigación. De hecho, fue en su época
cuando se realizaron los primeros embalses colosales. Se le atribuye
la construcción de 16 y de un gran canal. Entre los embalses de su
época cabe citar los de Minneriya, con una superficie de 4.670
acres, Kavudulu, Huruluwewa, Kanavava, Mahakanandaravava, cerca de
Mihintale, Mahagalkadavala, etc. El proyecto
Elahara-Minneriya-Kavudulu, que se culminó durante su reinado, se
considera un hito trascendental en la historia de los sistemas de
irrigación de Ceilán.
Dhatusena (459-477 d. C.)
construyó el famoso embalse de Kalawewa. Su hijo Kasyappa (477-495
d. C.) adquirió fama al erigir la fortaleza de Sigiriya, donde hoy
se puede contemplar uno de los, quizá, más bellos legados del
pasado remoto de Ceilán: los frescos de Sigiriya. Kasyappa debió de
ser un gran mecenas de las artes y, según parece, en su corte
floreció la cultura de diferentes países.
El periodo Anuradhapura
llegó a su fin alrededor del año 1000 d. C. con la conquista de
Ceilán por el reino de Chola, la captura de Mahinda V y su muerte en
cautiverio en 1029.
Siguió a continuación
más de medio siglo de ocupación del reino de Chola. El rey que
liberó Ceilán de dicha ocupación y lo unificó bajo su cetro fue
Vijayabahu I (1055-1110). Fue él quien trasladó la capital a
Polonnaruwa, probablemente por ofrecer mayor seguridad frente a las
invasiones del sur de la India. De ahí recibe su nombre este periodo
de la historia de la isla. El periodo Polonnaruwa representa
probablemente el apogeo en el desarrollo de la antigua civilización
cingalesa: Ceilán unificado bajo el más grande de los reyes
cingaleses, Parakrama Bahu, llamado, precisamente, el Grande, y los
ejércitos cingaleses campando a sus anchas por el sur de la India y
Birmania.
Cabe señalar que
Parakrama Bahu I construyó una flota para la invasión de Birmania,
de donde se puede deducir la existencia de una industria de
construcción naval en Ceilán en esa época.
Ya hemos indicado que el
sistema de irrigación en Ceilán alcanzó su cénit durante el
reinado de Parakrama Bahu I. No es necesario volver sobre estos
hechos. No existen testimonios de nuevas obras importantes de
irrigación tras su fallecimiento. Menos de diez años después de su
muerte, acaecida en 1186, se había iniciado ya el ocaso del reino
cingalés. Antes de finales del siglo siguiente, el complejo y
colosal sistema de irrigación, universalmente considerado como la
mayor creación del pueblo cingalés, yacía en ruinas.
La causa del hundimiento
y destrucción de la antigua civilización cingalesa se debió al
derrumbe de la compleja organización social y administrativa que
había sido necesaria para la construcción y el mantenimiento del
enorme sistema de irrigación, base de la productividad y prosperidad
de estas regiones.
Los notables locales
encargados de suministrar la mano de obra para mantener en
funcionamiento el sistema de irrigación eran conocidos como
“kulinas”, quienes contaban con el conocimiento especializado y
la experiencia necesaria para dirigir las administraciones públicas,
incluidas las tareas de conservación de las obras del mencionado
sistema.
Las invasiones
extranjeras y los desórdenes internos dieron al traste con dichas
actividades y los “kulinas” huyeron a otras zonas, lo que provocó
el hundimiento de todo el sistema.
De toda evidencia, las
glorias del reinado de Parakrama Bahu I se alcanzaron a costa de la
más terrible explotación del pueblo. Parece ser que incrementó los
tributos e impuso, al servicio del Estado, el trabajo obligatorio y
gratuito, redoblando además su dureza. Según parece, quienes no
pagaban tales impuestos eran encarcelados. De hecho, en la crónica
Culawansa se dice que sus sucesores, Vijayabahu II y Nissankamalla,
liberaron “a muchas personas oprimidas por los castigos excesivos e
ilegales infligidos por el rey Parakrama Bahu el Grande, impuestos en
violación de las costumbres de los antiguos soberanos…”
El periodo Polonnaruwa
concluyó, como el periodo Anuradhapura, con una guerra civil seguida
de una nueva conquista extranjera de la isla. Esta vez se trató del
príncipe Magha, procedente de Kalinga. En la actualidad, se tiende a
pensar que Kalinga era una región de Malasia y no de la India. Esta
invasión, y la consiguiente ocupación, parece haber sido una de las
más crueles sufridas por Ceilán.
Cuando los príncipes de
Dambadeniya liberaron la mayor parte de Ceilán, trasladaron la
capital a Dambadeniya, de donde se movió más tarde a Gampola, luego
a Rayigama y finalmente a Kotte, donde estaba emplazada cuando los
portugueses entraron en escena en 1505. Durante este periodo nació
el reino de Jaffna, gobernado por la dinastía de los Aryacakravarti,
destruido en el reinado de Parakrama Bahu VI, pero de cuya existencia
se vuelve a tener noticia en época portuguesa.
En este periodo tuvo
también lugar el singular episodio de un rey cingalés de Kotte
hecho prisionero por los chinos y llevado preso a China. Tal cosa fue
lo que le sucedió a Vira Alakeswara, rey de Kotte, en el año 1411
cuando el tercer emperador Ming, Cheng Tsu (Yung Le) gobernaba aquel
país. La hazaña se atribuye al eunuco Cheng Ho. El rey preso fue
puesto en libertad en China y se designó a otro rey, presumiblemente
Parakrama Bahu VI, para que gobernara Ceilán bajo soberanía china.
Se dice que Parakrama Bahu VI, que reinó en la isla entre 1412 y
1467, visitó China en 1416 y en 1421. El último tributo de que se
tiene noticia enviado a China data de 1459.
El reinado de Parakrama
Bahu VI de Kotte parece que fue el último de cierto mérito antes de
que la marea de la invasión europea se tragara Ceilán.