14. 1982: el
punto de inflexión de la derrota táctica.
A decir verdad, el
año había comenzado con gran estruendo. El 3 de enero, en un asalto de gran
calidad militar a la prisión de Rovigo (Veneto), cuatro camaradas fueron
liberados, incluyendo una dirigente histórica de Prima Linea, Susanna Ronconi.
De gran calidad militar porque exigió aislar todo un lado de la prisión, es
decir, ocupar el territorio, volar el muro y abrir una brecha, mientras se
mantenía bajo el fuego a los vigilantes de las torretas para, finalmente,
recuperar a todo el mundo y escapar. Todo se hizo a la perfección, lo que no
impidió, sin embargo, un desgraciado incidente con un jubilado que pasaba cerca
y que falleció de un infarto por la onda expansiva de la explosión. Los
camaradas asumieron el accidente como se debe, en su escrito de reivindicación,
presentando sus excusas a la familia. En el juicio, la esposa del jubilado dijo
entender la naturaleza del incidente, a la vista de las medidas de precaución
[adoptadas por los camaradas], la lejanía de los transeúntes que pasaban por la
calle así como por la naturaleza de su lucha, que en absoluto pretendía afectar
a las gentes del pueblo. Por ello, no se constituyó en parte civil (los medios
de comunicación se cuidaron muy mucho de dar cuenta de este gesto, con todo lo
que ello significaba).
La operación dio
también ocasión al reencuentro entre las dos secciones de la antigua Prima
Linea, los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria (COLP) y el
Núcleo Comunista. Y estuvo precedida por otra liberación brillante, con el
ataque, también desde el exterior, contra la prisión de Frosinone (Lazio).
Pero, más allá de la belleza de este tipo de operaciones, el vacío estratégico
seguía ahí y en sí mismas las propias operaciones lo ponían de manifiesto.
Porque este campo es totalmente ilusorio, excepto (tal vez) en las fases de
gran poder: sin embargo, nos encontrábamos en una fase de derrota táctica y las
detenciones se sucedían, masivas. No sólo era imposible hacer algo duradero con
fuerzas que iban quedando reducidas a la mínima expresión y atender a las
enormes necesidades logísticas (Prima Linea y los grupos autónomos llegaron en
este periodo a realizar un número increíble de expropiaciones con el único
objeto de cubrir las necesidades de la clandestinidad), sino que era algo
absolutamente desproporcionado en relación a los miles de presos.
Durante esta fase
(de 1981 a
1983) su accionar no hizo sino retroalimentarse en un discurso centrado en la
cuestión prisión-represión, discurso al que se pretendía yuxtaponer una
perspectiva de liberación que nacía de sus categorías de “guerra social total”
y lo nutría, por lo tanto, de frustraciones e ilusiones que terminaron por
venirse abajo penosamente.
La detención, sólo
un mes después, de una de las fugadas con uno de los militantes del comando fue
la demostración inmediata de ello...
Mientras tanto un
grupo de militantes de Prima Linea fue detenido tras varios días de caza del
hombre en un bosque en Toscana y en Roma, en busca de los heridos, tras una
expropiación y un primer tiroteo (donde cayeron el camarada Lucio Di Giacomo y
dos carabineros).
Se dio una enorme
publicidad a los hechos, en la que se destacaba la participación de equipos
estadounidenses. Significó, sobre todo, el principio de la aplicación de la
tortura sistemática, con métodos científicos, a los camaradas que iban cayendo
sucesivamente. Esta práctica contaba con el precedente, a principios de enero del
82, de los militantes de las BR-Partido Guerrilla detenidos cuando intentaban
secuestrar al máximo dirigente de la Fiat.
Cuando, a finales
de enero de 1982, los equipos especiales consiguieron asaltar la base donde
estaba secuestrado Dozier, se dio a la operación de liberación del rehén una
gran repercusión mediática, mostrando el nuevo aspecto de los rambos
encapuchados con fines explícitamente terroristas. Los cinco militantes
capturados fueron brutalmente torturados: uno de los principales dirigentes
nacionales (Savasta) se vino abajo y desde entonces, como arrepentido, continuó
dando información. En este caso también, el desastre fue comparable al causado
por el primer dirigente arrepentido, Peci, con el agravante de que muchos
camaradas sufrieron torturas y muchos se vinieron abajo (luego se retractaban y
denunciaban la tortura, pero el daño ya estaba hecho). Ejemplo que le honra fue
el que dio uno de los cinco secuestradores de Dozier: ofreció una resistencia
ejemplar y en su primera comparecencia ante el tribunal consiguió denunciar
alto y claro las torturas, mostrando las marcas en su cuerpo; consiguió también
que se publicara el hecho en los periódicos (que hicieron todo lo posible por
denigrarlo y silenciarlo). Este camarada se llama Cesare Di Lenardo, sigue
prisionero (24 años) y siempre ha mantenido su dignidad y su lugar en el
movimiento revolucionario. Muy apreciado por todos los presos, merece un
especial saludo.
Con cientos de
arrestos en pocos meses –se produjeron casi tantos ese año como durante el año
catastrófico de 1980, casi mil-, la situación de las OCC se precipitó al no
reemplazarse unos militantes a otros al mismo ritmo. Algunas organizaciones,
como la Columna Walter Alasia, sencillamente fueron destruidas. Y eso por no
hablar de la sensación de temor que comenzaba a apoderarse, en su entorno, del
tejido de la clase, bastante maltrecho ya por los sucesivos golpes recibidos en
todos los ámbitos. La situación había cambiado de veras en este punto. Había
que tomar conciencia de que una perspectiva de ataque, de ofensiva
generalizada, ya no era sostenible en modo alguno. Era necesario dar un paso
atrás, incluso varios. De nuevo en esa ocasión, las BR-Partido Comunista
Combatiente demostraron llevar la delantera política, al decretar la “Retirada
estratégica”.
Esto no significaba
el cese de la actividad, sino su redefinición, su reposicionamiento desde la
retaguardia.
Por el contrario,
los subjetivistas, representados por el Partido Guerrilla, respondieron con un
llamamiento a profundizar aún más la guerra, calificando de traidores a quienes
planteaban la más mínima duda: 1982 estuvo marcado, en consecuencia, por sus
últimas “hazañas”. Había que elevar aún más el nivel de enfrentamiento y atacar
los cuarteles del ejército (atacaron tres) para demostrar que su voluntad era
pasar a un nivel de guerra abierta. Y ello, por supuesto, con las meteduras de
pata previsibles: por ejemplo, el ataque a los bancos como campo de batalla
propuesto al Proletariado metropolitano, como ámbito de recomposición, forma de
lucha contra la crisis y el paro... Y fue en uno de estos ataques cuando se
consumó el peor “error”: la ejecución de dos guardas de seguridad ya desarmados
y tumbados boca abajo. A la postre, esta acción desencadenó una reacción
vigorosa por parte del resto de organizaciones, el aislamiento político de los
autores en la cárcel y las complicaciones que pusieron fin al Partido
Guerrilla.
El Partido
Guerrilla se fracturó en las cárceles ese año al imponer un clima de terror
antitraición (en connivencia con parte de la Camorra, como ya hemos señalado).
Se produjeron algunas ejecuciones, no de auténticos traidores (que obviamente
estaban protegidos en otros lugares), sino de camaradas que se habían venido
abajo con la tortura y que habían dado alguna información, retractándose
posteriormente y declarando su voluntad de reincorporarse a la comunidad de
presos, después de haber llevado a cabo la deseable autocrítica. Pero es que,
además, había un problema más general, pero de orden político-ideológico: las
debilidades e incertidumbres que empezaban a apoderarse de las filas ante la
evidente derrota o la fatiga y dificultades derivadas de la detención. Y esa
situación el Partido Guerrilla pensaba afrontarla en términos inquisitoriales,
reduciendo todo al “alma pequeño burguesa que prevalece sobre el alma
proletaria” en el reflejo de la guerra social total sobre cada persona...
Habían llegado a
pensar semejante cosa incluso en relación con la tortura: según ellos, si se
estaba realmente convencido, se resistía sin género de duda. Las experiencias
históricas de todos los movimientos revolucionarios demuestran que esto no es
cierto. El clima en las cárceles se hizo irrespirable, con el principal
resultado de destrozar a un montón de camaradas y arrojarlos a los brazos de la
disociación. Además, bajo el peso de la derrota militar (total tanto en el caso
del Partido Guerrilla como de Prima Linea), las escisiones violentas y los
golpes que sin descanso daba la policía (las luchas y motines en las cárceles ya
no contaban ni con el apoyo militar externo, ni con una favorable relación de
fuerzas de la clase), la caída del Partido Guerrilla fue brutal.
Estar a cero
después de haber hablado de guerra total en marcha, de Estado reducido al
ejercicio de la fuerza bruta y al aislamiento social, de transición al
Comunismo como programa inmediato, etc.: el contragolpe no pudo ser más
devastador.
Pero así fue.
Después de algunas acciones desesperadas, las disociaciones, los
arrepentimientos y, en el mejor de los casos, las retiradas al silencio, se
multiplicaron durante 1983. El caso de los “madonnari” fue el más grotesco: un
grupo entero de los antiguos y principales promotores de esta aventura
insensata cayó en la religión, ¡después de afirmar, entre otras cosas, que se
les había aparecido la Virgen!
Menos graciosos
fueron los actos públicos de “contrición” a que dieron pie, tales como
organizar encuentros con personas afectadas por las iniciativas de combate,
prestándose sobre el terreno a una mediatización en la que se distinguió el
triste Franceschini, quien levantó las peores calumnias sobre la manipulación
de los servicios secretos y otros delirios.
En septiembre de
1982, el profesor Toni Negri, con sus acólitos universitarios, lanzó por todo
lo alto la campaña de disociación mediante un documento que circuló por las
prisiones donde, obviamente, encontró un terreno fértil. Por sus promotores,
por sus capacidades políticas e ideológicas, fue ésta la principal operación de
disociación, aunque otras le sucedieron en el tiempo o coincidieron con ella.
Cada grupo deseaba diferenciarse –incluso, a veces, poniéndose finos-,
asumiendo toda la manipulación burguesa de las palabras, para mistificar y
falsear la realidad. De este modo, Prima Linea se convirtió en uno de los grupos
de disociados más numeroso y homogéneo, no hablaba de disociación sino de
“oltrepassamento” (“superación”) de la lucha armada, de “reactualización
histórica” y otros eufemismos. Su realidad fue tan repugnante como la de los
primeros.
Hay que calibrar
bien el hecho de que la disociación, en sus distintas variantes, dio la
posibilidad al Estado de llevar a cabo la disgregación del movimiento
revolucionario por líneas internas, le dio la posibilidad de conseguir una
victoria inesperada en el plano político-ideológico. Porque los daños del
arrepentimiento, por graves que pudieran ser en ocasiones, quedaron
circunscritos al ámbito organizativo-militar. Mientras que la disociación
supuso una desarticulación, una deslegitimación desde el interior. Con un efecto
destructivo infinitamente superior. Se puede decir que entre 1983 y 1986,
fechas en que tuvo lugar también un número considerable de juicios importantes,
es decir, en los momentos de la verdad, alrededor de la mitad de los presos se
deslizó hacia formas más o menos claras de disociación. Tras la aprobación de
una ley ad hoc, con concesiones considerables, se asistía durante los juicios
al lamentable espectáculo de un monumental viaje a Canossa. Una realidad tanto
más innoble cuanto, inevitablemente, los privilegios para los unos significaban
endurecimiento para los otros, tanto en lo que a las penas dictadas por los
tribunales se refería como a las condiciones de detención. Quienes, ya
desmotivados, mantuvieron una actitud digna y no se prestaron a esos innobles
mercadeos, desolidarizándose de los grupos de militantes que seguían en la
brecha, fueron minoría. Todo esto dio lugar a un clima de enfrentamientos
internos en las cárceles, a una época dura para quienes resistían y a la
importancia de la batalla política contra la disociación.
Es cierto que toda
derrota revela errores y contradicciones que hay que saber identificar y
resolver, lo cual lleva años. Fue éste un elemento en la redefinición de un
proyecto político a la altura de los problemas planteados.
Hagamos un último
repaso a la cronología del año 1982:
- Enero de 1982, el
jubilado Angelo Furlan, muerto accidentalmente durante la liberación de la
prisión de Rovigo, por los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria
(COLP) y el Núcleo Comunista.
- Enero, los
carabinero Savastano y Tarsilli, ejecutados tras una expropiación en la
provincia de Siena (Toscana), por los COLP.
- Abril, el
responsable de la Democracia Cristiana, Delcogliano, y su chófer, Iermano,
ejecutados en Nápoles, por las BR-Partido Guerrilla.
- Julio, el alto
cargo de la policía Ammaturo y su chófer, Paola, ejecutados en Nápoles por las
BR-Partido Guerrilla.
Toni Negri |
- Agosto, los
policías Bandiera y De Marco, y el militar Palumbo, ejecutados en Salerno
(Campania) por las BR-Partido Guerrilla, en un ataque para la expropiación de
armas contra un convoy militar.
- Septiembre, el
carabinero Atzei ejecutado en un control de carretera, por un núcleo cercano a
las BR-Partido Guerrilla, cerca de Turín.
-Octubre, los
guardias de seguridad de un banco, D’Alleo y Pedio, ejecutados por las
BR-Partido Guerrilla, en Turín.
- Diciembre, el
médico penitenciario Galfo, ejecutado cerca de la prisión de mujeres de Roma,
por Poder Proletario Armado (próximo a las BR-Partido Guerrilla).
Ese año también fue
duro el balance de camaradas muertos:
- Lucio Di Giacomo
perdió la vida en el tiroteo que siguió a una expropiación cerca de Siena. Era
un joven militante, muy apreciado, de los alrededores de Turín.
- Umberto Catabiani
fue asesinado cuando ya estaba herido, tras una larga caza del hombre después
de un primer enfrentamiento. Fue víctima de la nueva línea de ejecuciones
sumarias. Era un miembro de la Dirección Estratégica de las BR que se había
integrado en las BR-Partido Comunista Combatiente. Era un camarada de Toscana
muy conocido y estimado.
- Rocco Polimeni,
militante milanés de los COLP, se dio muerte en un momento de desesperación en
la clandestinidad. A veces no se tiene en consideración e incluso se oculta,
pero la dureza de la lucha lleva a veces a la muerte de esta manera: hubo una
docena [de camaradas muertos en esta situación] a lo largo de estos años de
combate.
- Ennio Di Rocco,
militante de las BR-Partido Guerrilla, muerto en prisión por haberse venido abajo
sometido a tortura, lo que había causado daños. Inmediatamente se retractó y
pidió reintegrarse en las secciones carcelarias de los camaradas.
- Stefano Ferrari,
militante de las BR-Columna Walter Alasia, acribillado en Milán en un bar
durante una reunión con otros dos camaradas que sobrevivieron a pesar de
resultar también heridos de bala.
- Maurizio Biscaro,
militante de las BR-Columna Walter Alasia,
caído desde lo alto de un edificio, en las afueras de Milán, donde
habían irrumpido los carabineros para detenerle a él y a otros militantes.
15. La retirada
estratégica
La escalada
militarista del Partido Guerrilla terminó en un estrepitoso hundimiento.
Su última aventura
provocó la desaprobación general del movimiento revolucionario, pero el Partido
Guerrilla se derrumbó a una vez presos todos sus militantes. La reacción a tantas
veleidades y tanto extremismo fue probablemente inevitable: los
arrepentimientos y las disociaciones se multiplicaron en sus filas ese mismo
año de 1983.
La actividad de los
escasos camaradas de las distintas OCC que no habían caído en las sucesivas
redadas se concentró cada vez más en los problemas de supervivencia, ya
estuvieran en Italia o huidos al extranjero.
Así, en 1983 aún se
produjeron episodios relacionados con operaciones de expropiación u ocasionales
enfrentamientos con la policía. Un grupo de militantes de diferentes
procedencias trató de cooperar en Francia con Acción Directa. Dicha
colaboración se frustró tras la muerte de un camarada en el curso de un tiroteo
(Ciro Rizzato, militante milanés de los Comunistas Organizados para la
Liberación Proletaria) y la captura de otros. Faltaba un proyecto y un análisis
coherente.
La única
organización superviviente fueron las BR-Partido Comunista Combatiente.
Demostración precisa de que la determinación revolucionaria es tan necesaria
como la solidez ideológica y de estrategia-línea política. Particularmente
importante fue su lucidez para afrontar la derrota táctica. Desde el final
dramático de la operación Dozier, sacaron conclusiones sobre el cambio
cualitativo de la situación y decidieron una nueva línea: la “retirada
estratégica”.
Había que dar
marcha atrás, posicionarse en una línea menos ambiciosa, manteniendo la lucha
pero a otro ritmo, con otros tiempos y dinámicas. Comenzábamos a tomar
conciencia de una derrota que no era sólo la del movimiento revolucionario
sino, más ampliamente, la de la clase.
Desde la ofensiva
de la Fiat en octubre de 1980, la relación de fuerzas había basculado, hecho
que se notaba a todos los niveles, en todas las situaciones. El hilo que
alimentaba a las OCC estaba en peligro, a partir de la composición de clase, de
sus tendencias a la autonomía de la clase. Y tan sólo eran los comienzos del
fenómeno, por desgracia.
La capacidad de ver
todo esto, y también de situarlo en su contexto internacional y en una
perspectiva histórica, fue lo que permitió a las BR-Partido Comunista
Combatiente alimentar el debate y avanzar, a pesar de todo, haciendo frente a
las fuertes presiones liquidacionistas que venían del entorno.
Este debate dio
lugar a la última división, la de 1984. Mucho menos grave que las anteriores,
dicho sea de paso, porque no ocasionó oposiciones excesivas, perjudiciales para
el interés común. Fue una división entre dos entidades que siguieron cada una
su camino, bastante paralelo, durante años, y hasta hoy.
Se les llamó al
principio primera posición y segunda posición: la primera fue la mayoritaria y,
por lo tanto, depositaria de la Organización, mientras que la segunda
constituyó la Unión de Comunistas Combatientes (UCC). El centro de la discordia
fue la crítica planteada por la segunda posición sobre el eje estratégico que
había dirigido hasta entonces las BR, es decir, la “estrategia de la lucha
armada”. La crítica apuntaba sobre todo a los límites de un cierto eclecticismo
en las referencias que habían presidido y formado la experiencia armada. En
especial, las concesiones al guevarismo y una transposición un tanto
mecanicista de la teoría de la Guerra Popular Prolongada maoísta. Se constataba
en esa crítica que el límite principal que había surgido era la creciente
desconexión con respecto a las dinámicas de clase, en paralelo a la
constitución ilusoria de un “sistema de poder rojo” en que se confundían las
tareas y las posibilidades de los organismos de masas con los de la vanguardia.
La segunda posición
quería recuperar la visión leninista, en el sentido de que en los centros
imperialistas el proceso revolucionario está irremisiblemente escindido entre
la dinámica de la vanguardia (que siempre hace la política, incluso con las
armas, elaborando la estrategia y marcando el rumbo general a seguir) y la de
las masas, que evolucionan y se radicalizan pero que sólo estarán disponibles
para el salto a la confrontación armada en el momento en que se precipite la
crisis revolucionaria (momento que, generalmente, está muy concentrado en el
tiempo); el arte político del Partido consiste en conjugar estas dos dinámicas
y hacerlas confluir firmemente en la fase de precipitación, también llamada
momento de la insurrección. Por esta razón, la segunda posición fue también
calificada de insurreccionalista, lo cual no era preciso, porque no prescindía
de ninguno de los elementos adquiridos en este ciclo de lucha, a saber: la
necesidad de estructurarse desde un principio, incluso en una fase no
revolucionaria; y la estrategia basada en la unidad de lo político y lo
militar, en el uso de las armas para hacer política revolucionaria, con una
concepción de la insurrección como paso decisivo en un proceso que, antes y
después, está hecho de guerra con niveles e intensidades diferentes.
La segunda posición
produjo finalmente dos definiciones: una fue la Unión de Comunistas
Combatientes (UCC), el intento más concreto [se corta el texto en francés]
La primera posición
proponía esencialmente una continuidad basada en aquello que constituía lo
mejor que hasta entonces había expresado el movimiento revolucionario. Esta
posición contaba con un elemento de solidez importante que es lo que ha
garantizado su continuidad hasta el día hoy. Pero el gran problema al que
difícilmente podía dar una solución era el de la “conquista de las masas”:
¿cómo puede una estrategia basada en estos principios establecer una relación
dialéctica con las dinámicas de las masas para terminar dirigiéndolas al
enfrentamiento decisivo?
Esta cuestión y
otras animaron el debate en esos años, en que se iban formando pequeños núcleos
armados que se vinculaban de una manera u otra a alguna de estas dos posiciones
principales. A pesar del cambio radical de la situación, el enfrentamiento
seguía:
- En marzo de 1983,
en plena movilización obrera frente al ataque masivo contra los salarios, las
BR-Partido Comunista Combatiente atacaron a uno de sus promotores, Gino Giugni,
dirigente del Partido Socialista Italiano, en ese momento al frente del
gobierno y de la ofensiva antiobrera.
- En febrero de
1984, las BR-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Leamon Hunt, jefe
norteamericano de la Fuerza Multinacional de Paz en el Sinaí (acuerdos de Camp
David), acción que reivindicaron mediante un comunicado conjunto con las
Fracciones Armadas Revolucionarias Libanesas (FARL).
- En diciembre,
Antonio Gustini, de las BR-Partido Comunista Combatiente, murió durante una
acción de expropiación. Otra camarada, Cecilia Massari, resultó herida y
detenida.
- En marzo de 1985,
las BR-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Tarantelli, experto sindical
en la estrategia de corporativización, la nueva estrategia de “concertación”
con el gobierno y la patronal (que pretendía ahogar la lucha de clases en la
subordinación a los “intereses superiores, nacionales y de las empresas”).
- También en marzo,
el camarada Pedro Greco fue asesinado por la policía. Camarada muy conocido y
estimado, salido de las organizaciones de la Autonomía del Véneto, fue
asesinado a sangre fría por un grupo de acciones especiales. A pesar de que le
buscaba la policía, iba desarmado.
- En octubre
aparecen los Manifiesto y Tesis fundacionales de la Unión de Comunistas
Combatientes.
- En febrero de
1986, las BR-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Conti, personalidad del
partido gubernamental más atlantista [el Partido Republicano Italiano] y ligado
a las actividades armamentísticas de los nuevos planes de los Estados Unidos.
- En febrero, la Unión
de Comunistas Combatientes atacó, hiriéndolo, a Da Empoli, responsable gubernamental
encargado de los planes económicos. Fue una elección política precisa: bajar el
nivel, salir de la espiral militarista, lograr actuar mejor políticamente en la
intervención armada. Desgraciadamente, enfrente no razonaban igual: el chófer,
en realidad un policía, disparó y mató a una camarada, Wilma Monaco.
- 1987 se inició
con una emboscada de los carabineros que dispararon contra tres camaradas de la
Unión de Comunistas Combatientes. Dos resultaron heridos, de ellos una camarada
gravemente.
- En febrero, las
BR-Partido Comunista Combatiente expropiaron un furgón blindado y ejecutaron a dos
policías, el tercero, que se rindió, salvó la vida (como se ponía de relieve en
el comunicado de reivindicación).
- En marzo la Unión
de Comunistas Combatientes ejecutó al general de aviación Giorgieri por su
responsabilidad en la colaboración del gobierno con los planes norteamericanos
de la “Guerra de las Galaxias”.
Pero justo después
de esta operación, una operación en todo caso bien enfocada y bien ejecutada
desde una perspectiva política, la Unión de Comunistas Combatientes quedó
desarticulada por las detenciones y ya no consiguió recuperarse. A causa, sobre
todo, de una nueva oleada de capitulaciones que, más “limpia” y sutil, produjo
sin embargo los mismos resultados: final de un ciclo, rendición y reintegración
en el juego “democrático”.
De la segunda
posición resistió todavía una área de militantes que dio forma a una Célula
para la Constitución del Partido Comunista Combatiente, que contribuyó a
mantener viva la perspectiva pero sin lograr llevar a cabo saltos operativos de
consideración. Es una área que todavía existe.
- Esta fase terminó
en 1988 con la ejecución de Ruffilli, un alto responsable de la Democracia
Cristiana, pieza maestra de la contrarreforma institucional entonces en curso.
También en este caso se puede hablar de una acción especialmente bien dirigida,
pero también de los límites de esta estrategia que, en el caso de las
BR-Partido Comunista Combatiente, pagaba su eficacia militar al precio de una
dinámica político-organizativa muy hermética que aumentaba su fractura con
relación a la clase.
- Aún en 1988, las
BR-Partido Comunista Combatiente reivindicaron con la Fracción del Ejército
Rojo (RAF) el ataque que ésta realizó contra Thyetmaier, alto responsable de
políticas económicas, con ocasión de una cumbre del FMI en Alemania. Esa
reivindicación conjunta se enmarcaba en la lógica de la construcción del Frente
Antiimperialista en el que, efectivamente, ambas organizaciones habían
trabajado en profundidad durante años.
Pero en el otoño,
las BR-Partido Comunista Combatiente sufrieron una redada que desmanteló sus
fuerzas principales y puso fin a su actividad patente durante el siguiente
decenio.