El objeto de la serie de biografías que hemos titulado “Biografías de la Antitransición”, cuya primera entrega publicamos ahora, es doble, doblemente revolucionario, entiéndase: por un lado, arrebatar de los tentáculos del olvido a que los ha arrojado el régimen actual a una serie de intelectuales que jamás se dejaron seducir por los cantos de sirena de la monarquía del 78, o por mejor decir, del 69, año en que el régimen fascista designó al monigote borbónico como sucesor del sangriento tiranuelo golpista nacido en El Ferrol; por otro, y quizá más importante, recuperar para la causa revolucionaria, de ruptura abierta contra este presente, a unos hombres y mujeres de quienes cierto progresismo travestido de radicalidad echa mano de cuando en cuando, pretendiendo hacerlos digeribles al delicado estómago pequeño burgués, para tratar así de desacreditar resistencias u organizar tablados de farsa electoral con que seguir dando cuerda al insoportable régimen imperante en el basurero capitalista en que vivimos. Para que a nadie quepa duda nos referimos a los vacuos teorizontes de la agresión de la OTAN contra Libia y Siria, a los filosofastros de la rendición de Euskal Herria.
Precisamente, como se verá, en muchos de los biografiados la resistencia vasca desempeñó un papel de guía, de faro, de sus inquietudes intelectuales y revolucionarias. La amplia negativa del pueblo vasco a someterse al sainete borbónico y su heroica resistencia, que venía de atrás y se prolongaba como un destello luminoso entre las sombras, siniestras y diestras, de la “joven democracia”, sirvió de aglutinante de un pequeño grupo de intelectuales en que la figura colosal de José Bergamín hizo las veces de eslabón entre la generación que se batió en los campos de batalla contra el fascismo en la Guerra Revolucionaria de 1936-1939 y la que ahora, entonces, se negaba a embaular el inmenso trágala de mentira y desmemoria que tan bien representa la sonrisa campechana y babosa del monigote borbónico de turno.
No era tarea sencilla la de luchar contra la que se nos venía encima. Casi todos se habían subido a ese carro de los muertos vivientes, bautizado por la propaganda democrática como “Transición”; y cada cual con una misión bien definida: a Carrillo y su camarilla de traidores les tocaba desarticular el movimiento obrero y sus capacidades de autoorganización y lucha; a Arzallus y los nacionalistas vascos burgueses, mantener a Hegoalde dentro de España; a los “reformistas”, con Suárez a la cabeza, constitucionalizar a los asesinos y torturadores que habían dado 40 años de tranquilidad a la burguesía española.
Gracias, por una parte, a la resistencia popular, que vive en nuestra memoria en nombres como Reinosa, Euskalduna, Astander, la cuenca minera asturiana, los jornaleros andaluces, los astilleros gaditanos o, más recientes, como Gamonal o Can Bies, y, por otra, a los ensayos, los poemas, los artículos, incluso los sermones, de los biografiados, el éxito de la burguesía fue parcial, incompleto.
A todos ellos nuestro humilde homenaje.
AGUSTÍN GÓMEZ ARCOS; LA NECESIDAD DE LA VENGANZA
Agustín
Gómez Arcos, escritor excluido de la literaria oficial
española,
a
pesar de ser uno delos escritores más exitosos en Francia, sufrió
una doble censura: la censura explícita ejercida por la dictadura
franquista, y la censura tácita durante
la transición,
al
fin y al cabo continuación maquillada de aquella.
El Franquismo prohibió su obra y la deforme
“democracia”
que aquel parió
la ignoró por
completo, al no aceptar su autor la traición a la República, a las
víctimas del fascismo, a los que lucharon durante decenios contra la
dictadura, que está última representó.
Gómez
Arcos jamás perdonó a los
ideólogos y artífices de la falsa
“reconciliación
nacional”, un
concepto que esconde poco más que la aceptación de la victoria del
fascismo y de la impunidad de sus criminales. La mayoría de los
personajes creados por él tienen como motor el odio de clase, la
indignación y el ansia de justicia imprescindibles para que pueda
existir algún día una verdadera democracia. Toda su obra, pues, es
compromiso político.
Guiado
por sus inquebrantables principios, algo excepcional en una España
de mercenarios ideológicos y prostitución literaria, y siguiendo a
Celaya y su aquel verso, “la poesia es un arma cargada de
futuro”, afirmó y defendió que“los políticos olvidan, los
escritores no”, y subrayando la imprescindible necesidad de “contar
los muertos de mi España y poner la factura al Culpable”,
algo que todavía no se ha llevado a cabo.
Gómez
Arcos nace en Enix (Almería) en 1933, en el seno de una familia que
sufrirá duramente la represión y el aislamiento social por su
condición de “rojos”. De esa experiencia infantil nace su
libro “El
niño pan”,
en el que nos narra con contundente realismo la tragedia de los
vencidos. Cursa el bachillerato en la ciudad de Almería, disfrutando
de una predilecta relación con su profesora Celia Viñas, poeta y
escritora. Es ella quien le transmite la afición por la creación
literaria en un ambiente de profundo espíritu de libertad, herencia
de los ideales de la Institución Libre de Enseñanza.
En
Barcelona inicia estudios de Derecho, para pronto abandonarlos.
Posteriormente, se traslada a Madrid concentrándose en la producción
dramática. Abordará todos los géneros literarios, publicando en
1956 su primer libro de poemas, “Ocasión
de paganismo”,
pero es en el teatro donde encuentra el vehículo de expresión de su
contestación social y rebeldía hacia el Régimen que atenaza
España. Comparte posiciones comprometidas, con autores como Alfonso
Sastre o José Bergamín, para quienes la literatura es ante todo un
hecho social y por lo tanto, al escritor se le exige igualmente
responsabilidad social
En 1960 consigue el primer premio en el
Festival Nacional de Teatro Nuevo con su farsa“Elecciones
generales”.
La censura le retira el premio y prohíbe su representación. En 1962
se le otorga el premio Lope de Vega por la obra “Diálogos
de la herejía” premio
que es anulado posteriormente y censurada la puesta en escena.
Nuevamente en 1966 con la pieza teatral “Queridos
míos es preciso contaros ciertas cosas” recibe
el segundo premio Lope de Vega tras declararse, sospechosamente,
desierto el primero. Al no recibir ninguno de los galardones y
anularse consecutivamente los estrenos de sus obras y, junto al
ambiente asfixiante en el que vivió por aquellos años en Madrid,
decide autoexiliarse en primer lugar a Londres y finalmente a
París.
Instalado en París desde 1968, se rebela de una forma
particular contra su madre patria, aquella que se había convertido
en un gran campo de concentración: abandonar el castellano y empezar
a escribir, exclusivamente, en francés. Sin embargo, los temas
seguirán saliendo del manantial de la realidad española, y sus
obras comprometidas con la memoria, la justicia y la lucha por la
libertad.
En
Francia, tendría un éxito rotundo, algo que contrasta con su olvido
por motivos políticos en España. Sería dos
veces finalista del acreditado premio “Goncourt” una de ellas en
1978 por “Escena
de caza furtiva”, novela
violenta, en la que se ponen minuciosamente al desnudo los mecanismos
represivos de la Dictadura, la tortura, la clandestinidad, la
corrupción... Un
tema habitual de sus novelas, como de su pensamiento, es la de la
necesidad de la venganza, única forma de justicia posible. Por
ejemplo, en la novela citada, la esperanza
surge a través de un personaje, un francotirador, el hijo de las
víctimas, que con fusil en mano disparará al Jefe de Policía dos
balas en el bajo vientre, “…que
desgarran de inmediato carne y sexo….dos balas
misioneras…”.
Así
responde el autor a ese “autoperdon” que el Régimen se había
dado a sí mismo, pisoteando a la justicia de sus víctimas, pues,
según Gómez Arcos, tal
democracia era
una democracia creada por franquistas, los mas inteligentes y
flexibles de la derecha. Iniciada la Transición Gómez Arcos regresó
ocasionalmente a España, de donde nunca perdió la nacionalidad,
aquí encontró una completa incomprensión; siendo ignorado por la
critica literaria y rechazado por los editores. De forma prematura,
murió en 1998 como escritor prestigioso en Francia y como tal, fue
enterrado en su país de acogida en el cementerio de Montmartre,
reservado a las grandes personalidades, junto a Emilio Zola, Dumas,
Héctor Berlioz y Nijinski.
Entre
sus novelas destaca “María
República”,
su obra más autobiográfica, como él mismo definió. María,
la huérfana de padres fusilados, enterrados en fosas
comunes, “…cadáveres
que lleva en la tumba de su cabeza…”,
mujer caída, con conciencia de su
clase y de quienes son sus enemigos, perseguida y metida a puta para
sobrevivir. En ella está presente también la imprescindible
venganza: contatida de sífilis,
María, víctima inocente de la Victoria, se servirá de su
enfermedad como subversión al Régimen: contagiar
a toda la burguesía de la ciudad es su objetivo; su
obra destructora es que los
criminales engendren
hijos enfermos,
castigados, torturados como sus víctimas.
“…Gerentes
del futuro de la Patria, concesionarios de patentes extranjeras,
promotores inmobiliarios, militares, comisarios de policía, obispos
y demás, arrastrándose penosamente hacia lo más alto de la escala
social al grito de ¡Viva Franco!. Todos contagiados por mi sífilis.
Todos deformes. Una gusanera que irá invadiendo el país hasta
emponzoñarlo por completo…”
Otras
de sus obras más conocidas son la novela “El
cordero carnívoro”,
que
fue
ganadora del “Prix Hermès” 1975, galardón que concede Francia a
la obra más destacada de la literatura marginal, y
“Ana
no”, su
obra más internacional,
traducida
en su momento a dieciséis idiomas, y
llevada
al cine en 1985, con
la que ganó el
“Prix du Livre Inter” 1977, concedido por los lectores a la mejor
novela del año, y galardonada con los prestigiosos premios
literarios “Thyde Monnier” y “Roland Dorgelès”. Presenta a
una mujer, Ana No, a quien el
exilio no le permitió tener una identidad;
la guerra y
la dictadura fascista,
despojándola de todo, la ha convertido en una negación absoluta. A
sus 75 años, emprenderá un viaje andando, siguiendo el duro y
hostil camino de la vía del tren, para antes de morir, abrazar lo
único que le queda, un hijo preso en una cárcel del norte de
España, acusado de pertenecer al Partido Comunista. Travesía en la
que solo le acompañarán el recuerdo de sus muertos: un marido y dos
hijos fusilados.
Agustín
Gómez Arcos fue un escritor digno,
un raro especimen en la España del todo se vende y todo se compra,
empezando por los propios principios, y cuya máxima expresión es la
gran traición a las víctimas del fascismo que supuso la Transición,
y la sociedad prostituida que dio lugar. Gómez Arcos jamás lo
aceptó, y continuo exigiendo que se hiciera justicia, y por eso fue
censurado y olvidado en su país. Escupió el brebaje de la farsa
democrática que le dieron a beber, y
jamás
aceptó la imposiciòn de la monarquía contra
la que tantos españoles dieron su vida y por la que miles siguen
olvidados en fosas comunes;
una monarquía que hoy sigue arrastrando el testigo del fascismo en
la figura de Fernado VI de Franco.
Para
terminar, compartimos un poema de Agustín Gómez Marcos que define
bien su pensamiento y explica porque jamás triunfó ni triunfara en
la España de la dictadura sincera ni en la de la democracia
simulada:
Imagina
tus manos
y mis manos,
y las manos de todos,
su multitud de
dedos
para contar los muertos de mi España
y poner la factura
al Culpable.
Imagina mi boca
con tu boca
y las bocas de
todos
su multitud de lenguas
para gritar venganza, no
justicia,
que justicia no calma
los vencidos.
Imagina
tus ojos
Y mis ojos
Y los ojos de todos
su multitud de
horas
para buscar la culpa al Asesino
y mirarle la muerte
sin
descanso.
Imagina la culpa
de su culpa,
su multitud de
culpas,
la vejez
enterrada en el Valle de las
Culpas
Valle de los Caídos
por mal nombre.
Imagina mi
rabia
con tu rabia
y la rabia de todos
la multitud de
rabias
para cargar fusiles y fusiles
y cargar corazones
y
futuros.
Gómez
Arcos Agustín