Comienza la carrera hacia el máximo poder. Comienza una lucha sin tregua y sin límites para conseguir el mayor de los premios.
Y esta pugna nos va a ofrecer una representación donde todos van a sacar el mejor de sus disfraces, el más exquisito de los maquillajes y por supuesto, las mejores armas de ataque. Aunque últimamente, parecen armas compradas en el mercadillo de barrio el 28 de diciembre, día de los inocentes.
Ellos nos compran el voto con promesas que tal vez no cumplirán o que si lo hacen (permítanme que me lo cuestione), será a costa de quitarnos de otros aspectos, de otros beneficios, derechos básicos o necesidades. Nos ofrecen un dinero fijo, a todos por igual, independientemente de los ingresos. Nos equiparan a los pobres con los ricos pero más tarde, nos sucumbirán en un mayor incremento de precios, de impuestos, intereses. Y el mayor de los daños llegará al obrero de a pie. ¡Vaya, el de siempre!
Nos prometen crear más puestos de trabajo (¿cuánto ofrece usted que yo doy mil mas?) pero a cambio nos destruirán los hoy existentes. Nos maquillarán los datos y nos dirán que el beneficio de esas destrucciones laborales son por el bien de los que se crearán, resumiendo, podrán crear 10 puestos más a costa de destruir 12. Pero eso sí, los nuevos serán más “productivos” (¿para quién?) a pesar de trabajar más horas, en peores condiciones laborales y con salarios más famélicos.
Hagan juego señores, ya ha comenzado el mercadillo de promesas electorales y nos venderán todo lo bonito, bueno y barato que tienen guardado en sus sacas. Y eso que aún no estamos en la campaña electoral oficial. ¿Me harán nuevas ofertas? ¿He de venderme al mejor “engaño-regalo”? No creo que nadie quiera venderse ni sentirse engañado y por supuesto yo no