En el periódico El Socialista se narró como sucedió el acontecimiento del derribo de la columna de Vendôme en su número 141 de 16 de noviembre de 1888. dentro de una serie de entregas publicadas entre 1888 y 1889 donde se daba a conocer a los trabajadores españoles pormenorizadamente la historia de La Comuna, el primer estado obrero de la historia de la humanidad:
“…Todos los esfuerzos hechos para impedir el derribo, para distraer a los obreros habían sido vanos. A las dos de la tarde una muchedumbre inmensa llenaba todas las calles que desembocaban en la plaza Vendome, muchedumbre un poco inquieta por el resultado de la operación. Los reaccionarios pronosticaban todo género de catástrofes. El ingeniero encargado del derribo afirmaba que no habría choque, que la columna se quebraría en el aire, a cuyo fin la había aserrado horizontalmente un poco más arriba del pedestal. Una cortadura en forma de bisel debía facilitar la caída hacia atrás sobre un vasto lecho de haces de leña, arena y estiércol, acumulado en el eje de la calle de la Paix.
Un cable, atado en la cúspide de la columna, se enrollaba a un cabestrante fijado en la entrada de la calle. La plaza se hallaba ocupada en parte por los milicianos nacionales y curiosos. A falta de Julio Simón y Julio Ferry, que en otro tiempo fueron partidarios entusiastas del derribo, Glais-Bizoin vino a felicitar a Ferré, que acababa de reemplazar a Cournet en el cargo de prefecto de policía, y le declaró que su más ardiente deseo, hacia cuarenta años, era ver derribar aquel monumento expiatorio.
Las músicas tocaron la Marsellesa; el cabestrante empezó a virar, pero la polea se rompió y un hombre fue herido. Rumores de traición circulaban ya, cuando una segunda polea fue instalada. A las cinco y cuarto un oficial se presentó en la balaustrada, agitó por espacio de un algún tiempo una bandera y la ató a la verja. A las cinco y media el cabestrante viró de nuevo; algunos minutos después la extremidad de la columna se movió lentamente; el cuerpo de la misma se movió lentamente; el cuerpo de la misma se inclinó poco a poco, y luego, bruscamente, se rompió en el aire con zigzags de centella y derrumbóse lanzando un sordo gemido.
La cabeza de Bonaparte rodó por el suelo, y su brazo parricida quedó separado del tronco. Una inmensa aclamación, como de un pueblo libertado, salió de millares de pechos. Saludada de clamores entusiastas, la bandera roja ondeó sobre el pedestal purificado, que aquel día fue convertido en altar del género humano.
Los individuos del Consejo de la Commune presentes al acto cometieron la torpeza de impedir que el pueblo se repartiese los restos de la columna. Siete días después los versalleses los recogieron, y uno de los primeros actos de la burguesía victoriosa fue erigir nuevamente aquel cucurucho enorme, símbolo de su soberanía. Para realzar a Napoleón I sobre su pedestal, fue menester una andamiada de 30.000 cadáveres. Como las madres del primer Imperio, las de nuestros días no deben mirar nunca ese baldón de bronce sin derramar lágrimas.”
Las músicas tocaron la Marsellesa; el cabestrante empezó a virar, pero la polea se rompió y un hombre fue herido. Rumores de traición circulaban ya, cuando una segunda polea fue instalada. A las cinco y cuarto un oficial se presentó en la balaustrada, agitó por espacio de un algún tiempo una bandera y la ató a la verja. A las cinco y media el cabestrante viró de nuevo; algunos minutos después la extremidad de la columna se movió lentamente; el cuerpo de la misma se movió lentamente; el cuerpo de la misma se inclinó poco a poco, y luego, bruscamente, se rompió en el aire con zigzags de centella y derrumbóse lanzando un sordo gemido.
La cabeza de Bonaparte rodó por el suelo, y su brazo parricida quedó separado del tronco. Una inmensa aclamación, como de un pueblo libertado, salió de millares de pechos. Saludada de clamores entusiastas, la bandera roja ondeó sobre el pedestal purificado, que aquel día fue convertido en altar del género humano.
Los individuos del Consejo de la Commune presentes al acto cometieron la torpeza de impedir que el pueblo se repartiese los restos de la columna. Siete días después los versalleses los recogieron, y uno de los primeros actos de la burguesía victoriosa fue erigir nuevamente aquel cucurucho enorme, símbolo de su soberanía. Para realzar a Napoleón I sobre su pedestal, fue menester una andamiada de 30.000 cadáveres. Como las madres del primer Imperio, las de nuestros días no deben mirar nunca ese baldón de bronce sin derramar lágrimas.”
En las fotografías de esta entrada, compartimos el autorretrato del propio Courbet y la imagen del derribo del odioso símbolo de la burguesía francesa, al ritmo de la Marsellesa, por los trabajadores parisinos:
1 comentario:
Gustave Courbet, con 'r'.
Salud
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