El profesor de la Universidad de Harvard Jonathan M. Hansen ha escrito un interesante artículo en el mismísimo New York Times en el que, tras repasar la historia del imperialismo norteamericano contra el pueblo cubano, y recordar la existencia en la base de Guantanamo durante los ultimos 10 años de un vergonzante campo de concentración, solicita no solo el cierre del que es en la actualidad un inhumano centro de tortura, sino la devolución de la base ubicada en un trozo de la isla cubana arrancado tras su independencia de España precisamente para controlarla, directamente antes de la Revolución de 1959, y como una constante amenaza tras ella.
La misma pervivencia de la base de los aguerridos y siempre dispuestos a asesinar marines norteamericanos en la isla de Cuba es una humillación imperialista para la soberania de su pueblo, además, por las circunstancias actuales, un borrón aberrante contra los derechos humanos y la dignidad de las personas.
"JONATHAN M. HANSEN / NEW YORK TIMES – En los 10 años
transcurridos desde que el campo de detención de Guantánamo se abrió al
debate angustioso de si se cierra la instalación o se mantiene de forma
permanente, se ha ocultado un fracaso más profundo que se remonta a más
de un siglo e implica a todos los estadounidenses, y tiene que ver con
nuestra continua ocupación del propio territorio de Guantánamo. Ya es
hora de devolver este enclave imperialista a Cuba.
Desde el momento en que el gobierno de los Estados Unidos obligó a
Cuba a arrendar la bahía de Guantánamo como una base naval para
nosotros, en junio de 1901, la presencia de Estados Unidos ha sido más
que una piedra en el zapato de Cuba. Ha servido para recordar al mundo
la larga historia del militarismo intervencionista de Estados Unidos.
Pocos gestos tendrían un efecto más saludable en el sofocante callejón
sin salida de las relaciones cubano-estadounidenses, que la devolución
de esta pieza codiciada de tierra.
Las circunstancias por las que los Estados Unidos llegaron a ocupar
Guantánamo son tan preocupantes como su última década de actividad allí.
En abril de 1898, las fuerzas estadounidenses intervinieron durante
tres años en Cuba, en el momento en que los cubanos luchaban por su
independencia y tenían esta guerra casi ganada, de modo que convirtieron
la Guerra por la Independencia de Cuba en lo que los estadounidenses
siguen la costumbre de llamar “Guerra Hispano-Americana”. Los
funcionarios estadounidenses luego excluyeron al Ejército de Cuba en el
armisticio y les negaron un lugar a Cuba en la conferencia de paz de
París.
“Hay tanta ira natural y angustia en toda la isla”, comentó el
general cubano Máximo Gómez en enero de 1899, después de la firma de la
paz, “porque el pueblo no ha podido celebrar realmente el triunfo tras
el fin del poder de los antiguos gobernantes.”
Curiosamente, la declaración de los Estados Unidos en torno a la
guerra con España incluye la garantía de que Estados Unidos no buscó
intervenir “la soberanía, jurisdicción o control” sobre Cuba y que su
intención era “dejar el gobierno y el control de la isla a su pueblo.”
Pero después de la guerra, los imperativos estratégicos primaron
sobre la independencia de Cuba. Los Estados Unidos querían el dominio de
Cuba, junto con las bases navales desde las cuales lo ejerce.
Introdujeron al general Leonard Wood, a quien el presidente William
McKinley había nombrado gobernador militar de Cuba, y con él las
disposiciones que se conocieron como la Enmienda Platt. Dos de estas
disposiciones fueron particularmente odiosas: una garantía de que los
Estados Unidos ejercerían el derecho de intervenir a voluntad en los
asuntos cubanos, y la otra, que instituía para siempre la venta o
arrendamiento de estaciones navales. Juan Gualberto Gómez, delegado
principal de la Convención Constituyente de Cuba, dijo que la Enmienda
haría de los cubanos “un pueblo vasallo”.
Presagio de la crisis de los misiles cubanos, proféticamente Juan
Gualberto advirtió que las bases extranjeras en suelo cubano sólo
traerán para Cuba “conflictos que no saldrán de nuestra propias
decisiones y en los que no tenemos ningún interés”.
Pero era una oferta que Cuba no podía rechazar, como Wood informó a
los delegados. La alternativa a la Enmienda fue la continuación de la
ocupación. Los cubanos recibieron el mensaje. “Hay, por supuesto, poco o
nada de la verdadera independencia, que se fue de Cuba con la Enmienda
Platt”, comentó Wood al sucesor de McKinley, Theodore Roosevelt, en
octubre de 1901, poco después de que la Enmienda Platt fuera incorporada
a la Constitución cubana. “Los cubanos más sensibles comprenden esto y
sienten que lo único consistente ahora es buscar la anexión.”
Pero con Platt en su lugar, ¿quién necesitaba la anexión? Durante las
próximas dos décadas, los Estados Unidos en repetidas ocasiones
enviaron infantes de marina con sede en Guantánamo para “proteger sus
intereses en Cuba” y la redistribución de tierras que habían sido
bloqueadas. Entre 1900 y 1920, 44.000 norteamericanos se establecieron
en Cuba, para impulsar la inversión de capital en la isla, que partió de
unos 80 millones de dólares a un poco más de mil millones de dólares y
llevó a un periodista a comentar que poco “a poco, la isla entera está
pasando a manos de los ciudadanos estadounidenses”.
¿Cómo lucía esto desde la perspectiva de Cuba? Bueno, imagínese que
al final de la Revolución Americana los franceses hubieran decidido
permanecer aquí. Imagínese que los franceses se hubieran negado a
permitir que Washington y su ejército asistieran a la tregua en
Yorktown. Imagínese que negara en el Congreso Continental un asiento a
los estadounidenses en el Tratado de París, que expropiaran los bienes
de los ingleses, ocupado el puerto de Nueva York, enviara tropas para
aplastar a los Shays y a otras rebeliones y luego emigrara a las
colonias en masa, robándose lo más valioso de nuestras tierras.
Tal es el contexto en el que los Estados Unidos llegó a ocupar
Guantánamo. Se trata de una historia excluida de los libros de texto
estadounidenses y abandonados en los debates sobre el terrorismo, el
derecho internacional y el alcance del poder ejecutivo. Pero es una
historia conocida en Cuba (que motivó la Revolución de 1959) y en toda
América Latina. Esto explica por qué Guantánamo sigue siendo un símbolo
evidente de la hipocresía en todo el mundo. No hace falta siquiera
hablar de la última década.
Si el presidente Obama reconoce esta historia y pone en marcha el
proceso de devolución de Guantánamo a Cuba, podría comenzar a reparar
los errores de los últimos 10 años que pesan sobre nosotros, por no
hablar de cumplir con una promesa de campaña electoral. (Dada la
intransigencia del Congreso, no hay mejor manera de cerrar el campo de
detención que entregar ese territorio con la base naval incluida.)
Rectificaría un agravio secular y sentaría las bases para nuevas
relaciones con Cuba y con otros países en el hemisferio occidental y en
todo el mundo. Por último, se enviaría un mensaje inequívoco de que la
integridad, auto-control y transparencia no son una prueba de debilidad,
sino los atributos indispensables de liderazgo en un mundo siempre
cambiante.
Seguramente no hay manera más apropiada de observar este sombrío
aniversario de hoy, que defender los principios que Guantánamo socavó
hace más de un siglo.
*Traducido por CubaDebate
*Jonathan M. Hansen, profesor de estudios sociales en Harvard, es el autor de “Guantánamo: Una Historia americana”
www.contrainjerencia.com
1 comentario:
No lo devolverán. Me quedo con el encabezamiento de un artículo de José Manzaneda, que dice que, o hablamos de Guantánamo para mencionar a los presos en la base naval, o hablamos de la baja mortalidad infantil en la provincia guantanamera que es, de Derecho y de hecho, ciento por ciento cubana.
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