El mexicano Antonio Velázquez y la española Isabel Terraza se mantienen escondidos en una vivienda de la capital del Sahara Occidental, y reclaman la entrada de organismos de defensa de los derechos humanos, así como de Cruz Roja en el pais porque lo que está sucediendo es un evidente genocidio contra el pueblo saharaui.
Mientras tanto el gobierno español se hace el despistado y renuncia tanto a asumir su responsabilidad con su excolonia como a denunciar las matanzas de su aliado marroquí (cuyo rey genocida es muy amigo del heredero a dedo del genocida español Francisco Franco).
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